(CNN) – La dramática quiebra del Silicon Valley Bank está demostrando una cosa: el mayor riesgo sistémico para Estados Unidos no reside en su sistema bancario, sino en su polarizada política.
Hasta ahora, el frenético esfuerzo de la administración Biden por contener los problemas del banco californiano parece haber funcionado. Este lunes por la mañana no se produjo ninguna avalancha bancaria después de que el gobierno federal aceptara garantizar los depósitos del SVB y de otro banco cerrado, aunque no se pueden descartar futuras quiebras.
Pero la reacción hiperpolitizada al drama en Washington y en la campaña republicana de 2024, cuando figuras clave tergiversaron la situación para promover fines políticos predeterminados, sugirió que si estalla una crisis financiera real, puede estar más allá de la capacidad del gobierno para solucionarla.
Varios republicanos destacados —encabezados por el gobernador de Florida, Ron DeSantis, posible aspirante a la Casa Blanca— culparon rápidamente de la quiebra del banco no a su cuestionable estrategia financiera, sino a una supuesta obsesión con inversiones socialmente progresistas “woke”. Otros republicanos —como la exgobernadora de Carolina del Sur Nikki Haley, declarada aspirante para 2024— prefirieron abrir un nuevo frente en el eterno debate entre conservadores y liberales sobre el papel del Gobierno en la economía.
“Joe Biden está fingiendo que esto no es un rescate. Lo es”, dijo Haley este lunes. La acusación no es específicamente exacta. Pero en las campañas presidenciales, la percepción ha sido durante mucho tiempo tan importante como la verdad, incluso antes de que Donald Trump tejiera su realidad alternativa.
En la izquierda, dos excandidatos demócratas a la presidencia, los senadores Elizabeth Warren, de Massachusetts, y Bernie Sanders, de Vermont, volvieron a reclamar una mayor regulación del sector bancario. Y algunos demócratas, incluido el presidente Joe Biden, recurrieron a una táctica cada vez más familiar cuando llegan los problemas: culpar a Trump y a sus purgas regulatorias.
A medida que se agita una nueva campaña presidencial y con las relaciones entre los dos partidos fracturadas quizás como nunca antes tras una insurrección sin precedentes en el Capitolio de EE.UU. hace dos años, está claro que la desconfianza partidista abierta es una amenaza nacional que podría obstaculizar los esfuerzos para hacer frente a graves crisis financieras y de otro tipo.
El lío del SVB no es la primera vez en las últimas semanas que un desastre de este tipo va seguido en cuestión de horas de un amargo y polarizado juego de acusaciones.
El descarrilamiento de un tren de mercancías en Ohio el mes pasado desencadenó rápidamente un intento organizado del Partido Republicano de destruir la credibilidad del Secretario de Transportes, Pete Buttigieg, antiguo y posiblemente futuro candidato presidencial demócrata. Los demócratas, por su parte, echaron la culpa a los recortes normativos de Trump. Aunque, en general, la relajación de las normas por parte del expresidente podría hacer más probables los accidentes, las regulaciones en cuestión no parecen haberse aplicado al tren que se descarriló en East Palestine, Ohio. Pero tales distinciones se perderían en la retórica de campaña.
Lo mismo ocurrió en febrero, cuando un presunto globo espía chino atravesó Estados Unidos. La crisis puso de manifiesto las profundas divisiones entre los líderes estadounidenses y desencadenó otro juego de acusaciones, lo que planteó interrogantes sobre si Washington será capaz de aunar esfuerzos en torno a una política coherente en la cuestión de política exterior más crítica de este siglo: una incipiente Guerra Fría con Beijing.
Ecos históricos de 2008
Esta fractura política es ya rutinaria. Pero si la situación de SVB empeora o en caso de una futura crisis financiera, la Administración no tendrá capacidad para sofocar la posibilidad de contagio por sí sola. Será necesaria una colaboración con el Congreso. Así ocurrió en 2008. En un momento en que los demócratas controlaban tanto el Senado como la Cámara de Representantes, el presidente republicano George W. Bush envió a sus principales responsables económicos al Capitolio para advertir de un cataclismo financiero inminente al inicio de la Gran Recesión.
Los principales líderes del Congreso salieron de una angustiosa sesión informativa en el despacho de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, asombrados ante la posibilidad de un desastre económico con el potencial de acabar con el sistema bancario y los ahorros de millones de estadounidenses.
“Cuando escuchabas cómo lo describían, tragabas saliva”, dijo el senador por Nueva York Chuck Schumer en The New York Times. El entonces senador Chris Dodd, demócrata por Connecticut, añadió más tarde que era “uno de esos raros momentos, ciertamente raro en mi experiencia aquí, en que demócratas y republicanos deciden que tenemos que trabajar juntos rápidamente”.
La administración Bush fue una época de profunda discordia política en Washington. Aun así, cuando estaba en juego la supervivencia de la economía estadounidense, los líderes enfrentados se pusieron de acuerdo, finalmente, en un paquete de rescates del sector financiero. Pero 15 años después, dada la inflamada atmósfera política de la era de la posverdad, es difícil imaginar que los partidos perciban el mismo nivel de amenaza en una sesión informativa de un alto funcionario de la administración, y mucho menos que se unan para emprender una acción común.
Esta desconexión es un mal presagio con Biden y los republicanos de la Cámara de Representantes ya atrincherados en sus posiciones sobre la necesidad de elevar el límite de endeudamiento del Gobierno. El presidente pide al Congreso que lo haga para pagar los programas ya asignados y la deuda contraída, parte de ella acumulada bajo el mandato de Trump. Pero los legisladores radicales del Partido Republicano exigen recortes masivos del gasto que acabarían con la agenda de Biden.
Si el techo de la deuda no se eleva a finales del verano, la calificación crediticia de Estados Unidos podría astillarse y la economía podría sumirse en el caos. Los cheques de la Seguridad Social podrían detenerse y el ejército podría no cobrar. Los ahorros para la jubilación podrían desplomarse si los mercados entran en caída libre.
Y en este momento, hay pocos indicios claros de que un sistema político quebrado en Washington sea capaz de conjurar el peligro a tiempo.
Errores elementales
Aunque los beligerantes líderes políticos eligieron sus propias causas de la crisis del SVB, la mala gestión y una confluencia de difíciles condiciones económicas parecen ser los mayores culpables del repentino colapso del banco. En busca de un mayor rendimiento de las inversiones, el banco se aprovisionó de instrumentos financieros federales, apostando de hecho por un período prolongado de bajos tipos de interés. Pero cuando la Reserva Federal siguió subiendo los tipos para atemperar la alta inflación, el valor de esos bonos cayó, dejando al banco en un profundo agujero, que finalmente llevó a los clientes a tratar de sacar su dinero.
“Había cometido uno de los errores más elementales de la banca: tomar dinero prestado a muy corto plazo e invertirlo a largo plazo y, cuando subieron los tipos de interés, esos activos perdieron su valor”, declaró este lunes el exsecretario del Tesoro Larry Summers a Wolf Blitzer, de CNN.
Los republicanos llevan mucho tiempo argumentando que las políticas de gasto de Biden son las culpables de la elevada inflación, pero la situación es más matizable en un periodo confuso a raíz de la pandemia de covid-19, cuando la contracción de la cadena de suministro hizo que la demanda se disparara. Aun así, las afirmaciones de que la Administración contribuyó a poner a los bancos en situaciones difíciles por el alto coste de la vida tienen más sentido que muchos de los argumentos esgrimidos por los republicanos sobre SVB.
DeSantis, por ejemplo, afirmó que el banco estaba obsesionado con la diversidad, la equidad y las políticas de inclusión y, por tanto, apartó la vista de la pelota financiera.
“Este banco está tan preocupado por la diversidad, la equidad y la inclusión, y por la política y todo tipo de cosas, que creo que realmente les desvía de su misión principal”, dijo el gobernador de Florida en Fox este domingo.
Otros republicanos intentaron achacar los problemas del banco a su búsqueda de la inversión ESG, un enfoque en el que los gestores de inversiones tienen en cuenta factores medioambientales, sociales y de gobernanza a la hora de realizar sus apuestas financieras.
“Así que estos tipos del SVB se pasan todo el tiempo financiando basura woke (‘soluciones al cambio climático’) en lugar de la banca real y ahora quieren una limosna de los contribuyentes para salvarlos”, tuiteó este lunes el senador republicano por Misuri Josh Hawley.
Biden amenazó recientemente con vetar una resolución redactada por los republicanos que pretende rescindir una norma del Departamento de Trabajo que permite a los administradores de fondos considerar estas cuestiones, aunque no les obliga a hacerlo. La preocupación republicana por la medida encaja con el escepticismo climático del partido. Pero dadas las lucrativas posibilidades de las industrias energéticas de nueva generación, puede haber sido una buena inversión para un banco en la vanguardia de la innovación de Silicon Valley financiar proyectos medioambientales.
Haley se pronunció por primera vez sobre el destino del SVB durante el fin de semana, criticando el “rescate” de Biden, a pesar de que la Administración está utilizando el Fondo de Seguro de Depósitos, un mecanismo de US$ 100.000 millones financiado con las primas que los bancos pagan a la Corporación Federal de Seguro de Depósitos, para resarcir a los clientes del banco con sede en California y del Signature Bank, con sede en Nueva York, que también cerró. En este caso, la actuación del Gobierno pretende rescatar a los depositantes en SVB, no a los bancos que concedieron los préstamos, como ocurrió en la crisis financiera de 2008.
En un mitin celebrado este lunes por la noche en Carolina del Sur, su estado natal, Haley difuminó aún más la realidad de la situación del SVB.
“¿Ahora quieren rescatar a un banco? No. Si rescataran a una de nuestras pequeñas empresas, o si quebrara, ¿cree que nos rescatarían a nosotros? No lo harían”, dijo Haley, añadiendo crípticamente: “No hay valor para un dólar. Tenemos que recuperar ese valor”.
Algunos demócratas, por su parte, argumentaron que los retrocesos de la legislación bancaria posterior a la crisis de 2008 por parte de Trump eran los culpables de la quiebra de SVB. Sigue sin estar claro si esas regulaciones habrían marcado la diferencia en este caso. Algunos analistas sugirieron que si el banco se hubiera sometido a pruebas de resistencia como las instituciones más grandes, podría haberse salvado antes de llegar al borde del abismo. Pero los propios errores de juicio del banco y la elevada inflación parecen haber desempeñado un papel más importante en su destino.
Sin embargo, eso no impidió que Biden le echara la culpa.
“Durante la administración Obama-Biden, impusimos requisitos estrictos a bancos como Silicon Valley Bank y Signature Bank, incluida la ley Dodd-Frank, para asegurarnos de que la crisis que vimos en 2008 no se repitiera”, dijo Biden este lunes.
“Lamentablemente, la última administración dio marcha atrás en algunos de estos requisitos. Voy a pedir al Congreso y a los reguladores bancarios que refuercen las normas para los bancos para que sea menos probable que este tipo de quiebra bancaria vuelva a ocurrir”.
Pero cualquier esperanza de conseguir incluso cambios menores en la normativa bancaria a través del Congreso parece tan poco acertada como algunas de las inversiones del SVB.