(CNN) – En su primera cita con Augustin Pasquet, Michelle Young se encontró recorriendo las calles de París en su motocicleta.
Mientras bajaban por los Campos Elíseos, Michelle tomó una foto con su cámara digital. A lo lejos, se puede apreciar el impresionante Arco del Triunfo. En primer plano, Augustin levantaba los dedos con el símbolo de la paz. En ese momento, Michelle se sintió exuberantemente feliz. No sabía cómo terminaría la noche, pero sabía que guardaría esa sensación como un tesoro.
“Con ese tipo de cámara, puedes tomar fotos en rápida sucesión, así que terminé haciendo esta película de ‘stop motion’ de toda la noche, de principio a fin”, cuenta Michelle ahora a CNN Travel.
“Gran parte de esas imágenes se tomaron a lo largo del Sena, bajo las luces de París. Y así, incluso si estaba involuntariamente en una cita, todavía era una introducción mágica a Francia”.
Augustin explica a CNN Travel que solo estaba “involuntariamente en una cita” porque, como francés, no entendía realmente el concepto.
“No conocía la palabra ‘cita’”, dice hoy riendo. “Una cita es una idea muy anglosajona. Para mí, había conocido a alguien, había una buena conexión y volvía a encontrarme con ella en París”.
Un encuentro en Bolivia
La historia de Michelle y Augustin había comenzado seis meses antes, a miles de kilómetros de las calles de París, en Bolivia, en Sudamérica.
Corría el año 2009. Michelle tenía 26 años y se encontraba en una encrucijada. Había renunciado a un trabajo insatisfactorio para tocar el violonchelo en un grupo de indie rock de Brooklyn y no estaba segura de hacia dónde se dirigía su vida.
“Crecí en un hogar taiwanés-estadounidense bastante tradicional. Se espera la excelencia en todo lo que haces y yo ya había cumplido mi destino cultural por entonces al ir a Harvard y a la Juilliard School for Music”, dice Michelle.
“Pero nunca había hecho nada que no estuviera planeado o predestinado para mí. Cuando dejé la única industria en la que había trabajado, estaba bastante perdida”.
En medio de esa incertidumbre, viajar se convirtió en la vía de escape de Michelle. Viajó de mochilera por el sudeste asiático. Luego, en el verano de 2009, se embarcó en un viaje por Sudamérica con sus compañeros de banda.
“Me encanta viajar de mochilera. Viajar sin un plan, solo con lo esencial, gastando el mínimo posible y, en muchos casos, viajando sola, es algo muy abierto. La gente que conoces tiene una actitud similar”, dice Michelle. “Yo no buscaba el amor, pero sí la aventura”.
Michelle y sus amigos viajaron primero por Perú y luego a La Paz, Bolivia. Desde allí, exploraron las estribaciones del Amazonas y admiraron los salares bolivianos antes de llegar a la ciudad de Santa Cruz de la Sierra.
Viajar por Bolivia fue una experiencia increíble, pero los planes se complicaron un poco cuando a una integrante del grupo le robaron el pasaporte. El inminente viaje a Brasil quedó en suspenso mientras la amiga de Michelle intentaba resolver la situación.
En este punto muerto, algunos miembros del grupo volaron de vuelta a Estados Unidos y otros se dirigieron a Argentina. En cuanto a Michelle, reservó un par de camas en un albergue de Santa Cruz de la Sierra para ella y su amiga sin pasaporte, dispuesta a esperar a que pasara la incertidumbre.
Mientras su amiga resolvía sus problemas con el pasaporte, Michelle pasaba el tiempo en el albergue. Lo había elegido, una de las dos opciones disponibles, porque su guía Lonely Planet decía que había un “patio tropical al aire libre con hamacas y dos tucanes”. Efectivamente, parecía un paraíso verde y, además, estaba lleno de mochileros amistosos.
Entre ellos había un viajero francés de 24 años llamado Augustin Pasquet.
Ese verano, Augustin también estaba recorriendo Sudamérica con un grupo de amigos íntimos. Empezaron en Argentina, viajaron a Chile y luego a Bolivia.
“Habíamos pasado como tres días en el desierto, en todoterrenos cubiertos de polvo y de todo, y de repente estábamos en un albergue precioso con hamacas, lujosas y exuberantes plantas. Y de repente, pasa una mujer encantadora”, recuerda Augustin.
La primera vez que vio a Michelle, Augustin estaba sentado con sus amigos en una zona común del albergue.
“Me pareció guapa, pasó por delante de mí y estaba claro que quería charlar”, recuerda Augustin. “Yo soy menos de entablar conversación, así que le pedí a mi amigo que le preguntara algo, para empezar la conversación”.
El amigo de Augustin le siguió la corriente y, sin más, se dirigió a Michelle y le preguntó en inglés: “¿Sabes dónde está el mercado?”.
Michelle se sorprendió un poco.
“Recuerdo que me pareció un poco al azar que fuera eso lo único que quería preguntarme”, recuerda.
Pero, casualmente, ese día había estado en un mercado estupendo, así que se lanzó a explicarle cómo era y cómo llegar.
“Ahora entiendo que su pregunta era solo una forma de iniciar una conversación”, dice Michelle hoy. “Supongo que en cierto modo sirvió para romper el hielo, porque hice mi habitual divagación con demasiados detalles y colores para cualquier respuesta, mostrando una especie de clásica cordialidad estadounidense que a algunos franceses les resulta divertida”.
Pronto Michelle había tomado asiento en la mesa y estaba intercambiando anécdotas de viajes con los chicos franceses. Eran una compañía fácil y divertida.
“Un chico me llamó la atención”, dice Michelle. “Pero era más callado que el resto”.
Se trataba de Augustin, feliz de sentarse y dejar que sus amigos hablaran más, incluso si había sido él quien había fomentado la conexión con Michelle en primer lugar.
La conversación continuó por la noche. Michelle, Augustin y los amigos de Augustin, a los que más tarde se unió la amiga de Michelle después de que ésta resolviera sus problemas con el pasaporte, salieron a cenar y a tomar unas copas en un restaurante bar cercano.
Durante la velada, Michelle y Augustin se dieron cuenta de que ambos llevaban la misma cámara Nikon DSLR.
“A los dos nos encantaba nuestra cámara y tomar fotos en general”, dice Augustin. Mientras tomaban unas copas, compararon fotografías y técnicas.
“Fue divertido”, dice Augustin.
“Nos unimos en torno a la fotografía y descubrimos que compartíamos un sentido del humor similar”, dice Michelle.
Ambos estaban intrigados el uno por el otro. Pero ninguno de los dos hizo algo al respecto.
“Sinceramente, fue una experiencia muy inocente”, dice Michelle.
Al día siguiente, Michelle y su amiga se prepararon para salir de Bolivia. Los problemas de pasaporte de la amiga de Michelle se habían resuelto y por fin podían dirigirse a Brasil.
Michelle y Augustin se despidieron e intercambiaron sus datos de Facebook, por si había oportunidad de reencontrarse en otro momento de sus respectivas aventuras sudamericanas.
Además, Michelle había decidido volver a Nueva York para cursar estudios de posgrado, lo que le brindaba la oportunidad de estudiar en París. Ahora tenía un amigo potencial en Francia.
Un reencuentro en París
Michelle y Augustin terminaron sus viajes por Sudamérica sin volver a cruzar sus caminos.
De vuelta a casa, en Estados Unidos, Michelle dice que “pensaba en Augustin de vez en cuando”.
Mostró a su mejor amiga en Nueva York algunas fotografías de la noche de fiesta en Santa Cruz de la Sierra. Su amiga señaló a otro de los chicos, sugiriendo que era él a quien Michelle debería haber ido a buscar.
“Pero yo pensé que no, que Augustin era el indicado si todo salía bien”, recuerda Michelle. “Me pareció muy guapo. Pensé que compartíamos el mismo sentido del humor, y luego lo de la cámara. Parecían coincidir muchos intereses. Y me gustó su energía”.
De vuelta en París, Augustin también se encontró describiendo aquella noche, y a Michelle, a un amigo. Le gustó especialmente cómo Michelle había estado escribiendo un diario esa noche, casi en tiempo real, apuntando momentos divertidos en un cuaderno para recordarlos más tarde.
El amigo de Augustin escuchó todo aquello a hizo un gesto.
“Me dijo que me gustaba mucho, me lo explicó con palabras”, dice Augustin. Augustin recuerda haberlo negado, pero lo cierto es que a menudo pensaba en Michelle.
Pasaron seis meses. Michelle empezó sus estudios de posgrado y empezó a planear su semestre en París.
Decidió enviar a Augustin un mensaje de Facebook preguntándole si tenía algún consejo sobre el mejor barrio para encontrar un departamento. Pero Augustin no respondió enseguida y, mientras tanto, Michelle buscó alojamiento sin su ayuda.
Augustin acabó respondiendo con una larga y detallada explicación de los arrondissements (barrios) de París y de dónde sería mejor que se instalara Michelle.
Cuando se dio cuenta de que la información había llegado demasiado tarde, animó a Michelle a ponerse en contacto de nuevo en cuanto llegara.
Cuando aterrizó en París, Michelle dejó un mensaje a Augustin. No tenía ninguna expectativa, pero él la invitó a tomar unas copas y le sugirió que después fueran a una cena organizada por uno de sus amigos.
“Me hizo mucha ilusión volver a verlo”, recuerda Michelle. “Y también me hizo mucha ilusión que un parisino me enseñara París. Creo que ése es el sueño de todo el mundo cuando se va a estudiar al extranjero”.
“A mí también me hacía mucha ilusión volver a verla”, dice Augustin. Augustin le propuso verse en una iglesia del distrito XVII. La iglesia era, casualmente, el lugar donde se habían casado los abuelos de Augustin.
“Era cómodo, bonito y fácil, y no estaba muy lejos de donde estaba ella y de donde queríamos ir después. Era muy agradable. Y volvimos a conectar enseguida, con la misma energía, nos pasamos todo el rato riéndonos también”, dice Augustin.
“Recuerdo que pensé: ‘Aquí puede haber algo’”.
Michelle y Augustin tomaron unas copas esa noche en el legendario Chez Georges.
“Capta una idea de París”, dice Augustin. “Es un bar y la planta de abajo tiene una bodega con piedras arqueadas, compras vino tinto o lo que sea, es ruidoso y hay música; en cierto modo, da la sensación de ser muy parisino y atemporal”.
De allí, los dos fueron a la cena de un amigo de Augustin. Fue entonces cuando Michelle acabó en la parte trasera de la motocicleta de Augustin, recorriendo a toda velocidad las calles de París.
“Sentí que era muy especial que me invitaran a la cena de un amigo en la primera cita. Así que no pasó desapercibido”, dice Michelle.
Los amigos de Augustin recibieron a Michelle enseguida. Bebieron vino y comieron queso de raclette hasta altas horas de la madrugada. Michelle no hablaba francés por aquel entonces, pero disfrutaba empapándose del ambiente.
“Supongo que hoy en día tenemos la comparación de ‘Emily en París’”, dice, bromeando sobre su mal francés.
Durante la mayor parte de la velada, le costó averiguar quién era la pareja de los amigos de Augustin.
“Supuse que si dos personas estaban sentadas una al lado de la otra, y a menudo hablaban muy de cerca, o se comportaban más íntimos que en la cultura estadounidense o británica, yo pensaba: ‘Oh, deben de estar saliendo’. Esos dos deben ser pareja, ¿sabes?”“.
El hecho de que sus parejas fueran a menudo alguien que estaba al otro lado de la mesa fue “alucinante”, dice Michelle.
Fue una de las primeras diferencias culturales que observó entre la cultura estadounidense y la francesa.
“Siempre he apreciado las diferencias culturales. Mi familia es de Taiwán, yo crecí en Estados Unidos y nací allí, pero siempre formé parte de dos culturas”, dice Michelle. “Así que recuerdo haber asimilado muchas cosas, intentando entender los códigos de conducta”.
Fue una velada estupenda, Michelle dice que recuerda “reír mucho, y sus amigos parecían muy divertidos y acogedores”.
Augustin comparte esta sensación.
“Me pareció muy divertida”, dice de Michelle.
Michelle invitó a Augustin a unas copas para devolverle el favor. Esta vez fue él quien se confundió por las diferencias culturales. Michelle no mencionó que también había invitado a un grupo de estadounidenses y franceses que conocía, mientras que Augustin pensaba que iban a ser solo ellos dos. Estaba un poco desconcertado.
Pero después, Augustin invitó a Michelle a cenar a su casa.
“Me dijo: ‘Trae a tus amigos’. Así que lo hice, pero no a 15. Llevé como a cuatro. Creo que a partir de esa cena… eso fue todo”, dice Michelle.
“La hora oficial de las citas”, dice Augustin.
Durante los ocho meses siguientes, Michelle y Augustin se enamoraron en París. Pasaban largos días recorriendo las calles de la mano y largas veladas compartiendo vino y comida y presentándose el uno al otro a sus amigos.
También viajaron juntos por Francia, a Burdeos, a Bretaña y al sur de Francia, a la Provenza.
La gente siempre daba por sentado que Michelle y Augustin se acababan de conocer en Francia. Los amigos siempre se sorprendían cuando la pareja explicaba que en realidad se habían conocido el año anterior, en Bolivia.
“Siempre pensé que nuestra historia era mucho más divertida que conocernos en un bar durante unos estudios en París”, dice Michelle. “Aunque esa también es una gran historia”.
Durante su estancia en Francia, Michelle pudo pasar tiempo con la familia de Augustin en el País Vasco francés.
“Fueron muy acogedores”, dice.
Augustin también conoció a la madre de Michelle cuando vino a visitar a su hija a París. El grupo almorzó en un restaurante cerca del museo de arte del Louvre.
“También fue muy, muy amable”, dice Augustin. “Sentí que me había dado su aprobación”.
Michelle empezó poco a poco a aprender algo de francés y a adaptarse a su estilo de vida parisino.
Pero en septiembre se le acabó el visado de estudiante y tuvo que volver a Nueva York.
Larga distancia transatlántica
“A partir de ahí, hubo un montón de discusiones para averiguar cómo íbamos a ser capaces de hacer que esto funcionara a larga distancia”, dice Michelle.
El horario de Michelle en la universidad le ofrecía algo más de flexibilidad que un horario de nueve a cinco, lo que le permitía llamar siempre que tenía un momento libre.
“La flexibilidad de su horario nos permitió mantener esta relación por teléfono y Skype, lo que fue estupendo”, dice Augustin.
“Luego, cada cuatro semanas, uno de los dos abordaba un avión para verse”.
La pareja se estableció en una especie de rutina, pero con el paso del tiempo, la larga distancia se hizo más agotadora. No había un final evidente a la vista.
“Pasábamos mucho más tiempo juntos que separados”, dice Augustin. “Si queríamos que esta relación continuara, uno de los dos tendría que dar el paso e irse a vivir al país del otro”.
Por aquel entonces, Augustin trabajaba para la empresa de cosméticos L’Oréal en París. Al cabo de unos meses, empezó a explorar la posibilidad de trasladarse a la oficina de Nueva York.
“Me gustó mucho la energía de Nueva York”, dice Augustin. “Tuve más de 15 entrevistas en Estados Unidos para conseguir un trabajo allí. Y finalmente, en la Nochebuena de 2011, me aprobaron”.
La familia de Augustin apoyó mucho la mudanza. Sus padres habían vivido en el extranjero y habían inculcado a sus hijos una mentalidad internacional. Augustin también había pasado una temporada en Singapur cuando tenía poco más de veinte años, y había viajado mucho.
Y casualmente, su hermana también se había mudado recientemente a Nueva York.
“En todo caso, supongo que estaban algo emocionados: ‘Vale, podemos ir a verte a Nueva York’”, dice Augustin de sus padres.
“Creo que, por mi parte, mis padres estaban muy emocionados de que hubiera conocido a alguien, quizá también una sensación de alivio, después de muchas relaciones dramáticas que tuve en Nueva York. Y ya sabes, vienen de una familia de inmigrantes, donde la familia es realmente importante”, dice Michelle. “Les agradó mucho Augustin, fueron muy acogedores cuando llegó aquí”.
Mudarse juntos después de casi dos años de larga distancia fue “fácil”, dice Michelle.
“Tenemos muy buenos recuerdos de aquella época”, coincide Augustin.
“Fue muy agradable cerrar ese capítulo del tipo de tristeza que se producía cuando terminaba un fin de semana largo en el que uno de nosotros estaba de visita en cualquier país”, dice Michelle. “Fue un golpe de suerte que pudiera venir aquí a través de L’Oréal. No es algo que todo el mundo puede hacer”.
Michelle y Augustin se casaron en Estados Unidos en 2014, una celebración en la que confluyeron sus diferentes influencias culturales, a veces con efectos divertidos. Los estadounidenses, informados de que las bodas francesas se prolongan hasta la mañana siguiente, intentaron por todos los medios seguir el ritmo de los invitados franceses, más acostumbrados a las copiosas cantidades de champán.
La boda de Michelle y Augustin también celebró su encuentro boliviano y las vueltas de la vida que los llevaron a establecerse en Nueva York.
“Los discursos reflejaron nuestro optimismo en la vida”, dice Augustin. “Decidimos volver a vernos y ver si funcionaba, luego a larga distancia y ver si funcionaba, y luego decidí mudarme a Nueva York y ver si funcionaba. Lo intentamos a cada paso, porque somos optimistas y estamos dispuestos a la aventura, y los discursos definitivamente lo reflejaron”.
Mirar atrás y mirar adelante
Una década de matrimonio después, Michelle y Augustin siguen en Nueva York, donde ahora dirigen juntos una empresa, Untapped New York, una revista online y una compañía de tours sobre cómo descubrir los secretos de tu propia ciudad. También les sigue gustando la fotografía, viajar y comparar las imágenes que han tomado.
Mientras tanto, Michelle trabaja en un libro basado en la historia real de una espía francesa de la Segunda Guerra Mundial.
“Probablemente no habría conocido su historia si no hubiera conocido y me hubiera casado con un francés”, dice Michelle, que ahora habla francés con fluidez.
Michelle y Augustin tienen dos hijas, a los que están educando como bilingües. La pareja pasa largos veranos en Francia, mientras que en Nueva York, los padres de Michelle enseñan a sus nietas las tradiciones de Taiwán.
A Michelle y Augustin les encanta volver a París y rememorar los primeros pasos de su noviazgo. Sueñan con alquilar un departamento parisino y revivir la nostalgia de las primeras citas y los paseos en moto junto al Sena.
Pero también les encantaría volver a Bolivia con sus hijas. El hostal en el que se conocieron hace casi quince años es ahora un edificio gubernamental, pero el bar y restaurante en el que Michelle y Augustin estrecharon lazos por primera vez en torno a la fotografía y el sentido del humor sigue en pie.
“Vamos a volver allí, vamos a volver a ese lugar, y nos las llevaremos con nosotros; eso está 100% previsto”, dice Augustin.
Actualmente, Michelle y Augustin ven el optimismo, la aventura y la emoción como las piedras angulares de su relación.
“Yo diría que estar con Augustin ha sido una aventura constante”, dice Michelle. “Creo que hemos afrontado la vida así, ya fuera planeando nuestra boda y pensando cómo convertirla en la mayor fiesta posible con todos nuestros amigos de diferentes culturas y cómo mezclar todo eso. Tener hijos también ha sido una auténtica aventura. Intentamos que sea divertido y criarlas de una forma realmente global”.
“En el núcleo de lo que somos juntos está la idea de la emoción, así que solemos decir que sí a todo”, coincide Augustin. “Nos emocionan los capítulos de la vida, ya sabes, hubo un capítulo en el que no estuvimos juntos y ahora hay muchos, muchos capítulos en la vida y y tratamos de abordar siempre el nuevo con emoción y optimismo y un sentido de la aventura que también estamos tratando de transmitir a nuestras dos hijas”.