Nota del editor: Frida Ghitis (@fridaghitis). exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.
(CNN) – ¡Milagro! ¡Milagro! ¡Milagro! ¡Milagro!
La palabra milagro retumbó cuatro veces por los walkie talkies, una por cada uno de los cuatro niños colombianos encontrados con vida tras pasar exactamente 40 días ––una cifra cargada de relevancia mística–– en la selva amazónica, imposiblemente densa y llena de peligros, después de que la aeronave en la que viajaban se estrellara, cobrando la vida de los tres adultos que iban a bordo, incluida su madre.
De hecho, parecía un milagro, un milagro hecho posible por la persistencia de los rescatistas y el ingenio de Lesly Jacobombaire Mucutuy, de 13 años, la mayor de los niños y quien se hizo cargo de ellos tras el accidente.
Dos semanas después del accidente del 1 de mayo, los socorristas llegaron al lugar del siniestro en la región del Guaviare, en el centro sur del país, y encontraron los cuerpos de los adultos, pero ni un rastro de los menores.
La noticia del viernes era casi demasiado buena para ser verdad. Electrizó a un país cuyos habitantes han soportado más que su cuota de sufrimiento.
La historia de supervivencia se extendió rápidamente por todo el mundo, aportando un respiro muy necesario, y noticias con final feliz, a un mundo en el que las noticias estresantes, deprimentes y simplemente malas parecen estar a la orden del día. Por un momento, pudimos descansar de las últimas noticias sobre la brutal guerra y las inundaciones provocadas por el ser humano en Ucrania, de las divisiones, las invectivas y las amenazas de violencia en Estados Unidos. De todos los conflictos, militares, políticos y sociales, que a veces parece que podrían acabar con el mundo.
En lugar de escribir sobre la comparecencia del expresidente Donald Trump, disfruté de la oportunidad de mirar hacia otro lado aunque solo fuera por unas horas. Después de todo, yo también había quedado fascinada por la difícil situación de los niños indígenas que deambularon por la selva sudamericana. He pasado tiempo en la selva amazónica. No creía que hubiera ninguna posibilidad de encontrarlos con vida. Estoy tan entusiasmada de haberme equivocado.
Cuanto más conocemos su historia, más nos impresiona, si bien nuestra alegría debe atemperarse con la fría realidad de que los niños perdieron a su madre en el trágico accidente.
Tras el accidente, Jacobombaire Mucutuy sacó primero a su hermana menor de entre los escombros y, finalmente, los cuatro niños se pusieron en marcha juntos, mientras Jacobombaire Mucutuy ponía en práctica las lecciones que había aprendido como niña indígena, miembro del pueblo huitoto. Cogió una bolsa de harina de yuca que encontró en la avioneta, junto con algunas provisiones más: una lona, una manta, redes, linternas, según los rescatistas. y se puso en marcha, decidida a sobrevivir.
Cuidó de la más pequeña, Cristin, que cumplió un año durante la terrible experiencia, de Soleiny, de 9 años, y de Tien Ranoque, de 4 años.
La selva virgen del Amazonas es la más densa e impenetrable que he visto en mis viajes. Los rescatistas dicen que llueve 16 horas al día, lo que hace casi imposible oír los llamados de los niños. La selva está plagada de serpientes venenosas, jaguares, insectos y todo tipo de peligros. El suelo puede tener incluso minas terrestres ocultas de los tiempos de la guerra.
Y, de hecho, la zona sigue siendo hogar de milicias armadas. La razón por la que la familia estaba en la aeronave rumbo a la tragedia es que Manuel Ranoque, el padre de los dos hijos menores, tuvo que huir de la zona y trasladarse a Bogotá tras ser amenazado por grupos conocidos como las disidencias, antiguos miembros de la guerrilla marxista de las FARC que se negaron a desmovilizarse después de que el Gobierno firmara un acuerdo de paz en 2016.
Decir que las posibilidades de supervivencia de los niños eran escasas es un eufemismo casi irrisorio. Parecían condenados.
Pero encontrarlos se convirtió en una causa nacional. Unos 70 rastreadores indígenas se unieron a más de 100 militares colombianos en una misión que unió al país como pocas crisis lo han hecho. Una nación que sufrió más de medio siglo de conflicto armado, en el que las guerrillas marxistas luchaban contra el ejército y los paramilitares de derechas a menudo refugiándose en la selva. Y era en las mismas selvas donde se encontraban muchos de los miles de secuestrados y extorsionados, así como laboratorios de droga y despiadados narcotraficantes, y donde se desarrollaban sangrientas batallas entre insurgentes y militares, guerrilleros y paramilitares. Pero ahora, de repente, el país estaba inmerso en una misión sin controversia, sin amigos, enemigos ni combatientes. El objetivo era encontrar a los niños y ponerlos a salvo.
Uno de los héroes de la misión fue Wilson, el perro de búsqueda que desapareció en la selva. Los niños dicen que pasaron varios días con Wilson, y está presente en los dibujos de su estancia en la selva. Encontrarlo se ha convertido en la obsesión nacional y el ejército ha prometido que cuando dice que no dejará a nadie atrás, eso incluye a Wilson.
Con la ayuda de Wilson, los rastreadores encontraron señales de vida, una tapa de biberón, una fruta a medio comer y las diminutas huellas de los niños. Jacobombaire Mucutuy había guiado a sus hermanos hacia el agua. También sabía cómo encontrar semillas y frutos comestibles, algo que, si se hacía sin pericia, podría haber llevado rápidamente a la muerte en un bosque lleno de marañas de vegetación irreconocible.
Los niños, que ahora se recuperan en un hospital militar de Bogotá —la capital colombiana—, dijeron que a veces se refugiaban en los troncos de los árboles para protegerse de los depredadores.
Los rastreadores dicen haber descubierto que estaban cerca de los niños, tan cerca como a 20 metros, pero la densa selva, con árboles de más de 30 metros de altura que bloqueaban la luz, la lluvia casi constante y la visibilidad mínima incluso cuando dejaba de llover, hacían casi imposible divisarlos.
Ranoque dice que sus hijos sobrevivieron porque Jacobombaire Mucutuy sabía qué hacer. Pero también atribuye el mérito al poder espiritual de la selva. “Sobrevivieron”, dijo, “con los poderes de los abuelos, un sustento espiritual”. Y añadió: “Somos hijos de la naturaleza, así que la respetamos… y en su seguridad podemos descansar”.
Sean cuales sean las fuerzas que hicieron posible que los niños sobrevivieran durante 40 días en la selva amazónica, su historia ha sido un bálsamo para Colombia, y Colombia ha compartido ese bálsamo, ese “milagro”, con un mundo que necesitaba desesperadamente una dosis de buenas noticias.