(CNN) – A simple vista parecería que “Barbie” y “Oppenheimer” no tienen mucho en común, pese al meme de Internet que las ha convertido en una improbable función doble. Sin embargo, las dos películas comparten una característica que se considera prohibida durante la temporada de grandes éxitos de taquilla de verano: ambas piden al público que piense.
Pensar puede no ser una exigencia única, aunque en realidad no es necesario hacerlo del todo para sentarse y disfrutar de la sobrecarga sensorial de “Fast X” o la última precuela de “Transformers”. De hecho, dejar el cerebro en la puerta del teatro se ha convertido prácticamente en sinónimo de ver cine durante el verano, antes de que el otoño traiga la habitual avalancha de festivales y películas de prestigio a la caza de premios.
Obviamente, los gemelos maravillosos conocidos como “Barbenheimer” (unidos por su fecha de estreno compartida) abordan la noción de pedir al público que piense de manera diferente, y en distintos grados.
“Oppenheimer”, la epopeya de tres horas del director Christopher Nolan, gira en torno a cuestiones de moralidad y a la liberación de un arma que dio a la humanidad los medios para destruirse a sí misma en una carrera desenfrenada contra los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que sigamos preocupándonos por la amenaza nuclear casi 80 años después, durante otra guerra, destierra la creencia (o quizá más exactamente, esperanza) del organizador del Proyecto Manhattan, J. Robert Oppenheimer, de que la mera existencia de la bomba atómica haría “impensable” la guerra.
La vena aleccionadora, incluso deprimente, de “Oppenheimer” estaba integrada en el concepto, y refleja la audacia de Nolan a la hora de desafiar al público, ya sea con conceptos alucinantes como “Inception” o (con mucho menos éxito) “Tenet”, o con los temas de los justicieros y el estado de vigilancia entretejidos en “The Dark Knight”. El mero hecho de estrenar la película en verano ya era una declaración de intenciones, que reflejaba la convicción del director y del estudio Universal de que una película “seria” no se marchitaría con el calor de julio.
“Barbie” también se inclinó por la fórmula de la película de verano para gente pensante, convirtiendo la pregunta “¿cómo hacemos una película en torno a una muñeca?” en un tratado sobre cómo Barbie, con su físico imposible y sus coloridos accesorios, encaja en el siglo XXI. Eso incluye un roce con “el mundo real”, y un duro despertar sobre el patriarcado que existe allí, donde las mujeres son miradas de reojo y no ocupan todos los escaños de la Corte Suprema.
Inevitablemente, la adopción del feminismo y la inclusión en “Barbie”, incluido un personaje trans, ha desencadenado una reacción en contra de la película por parte de las fuentes que se alimentan de la indignación cultural, aunque la abundante recaudación de taquilla de la película (más de US$ 160 millones en Norteamérica en su fin de semana de estreno, la mayor del año) no ayuda mucho a apoyar el argumento de “quien se hace woke, se arruina”.
La directora nominada al Oscar Greta Gerwig (que comparte el crédito de guionista de “Barbie” con Noah Baumbach) invitó claramente a esa conversación, queriendo hacer algo más que simplemente ser colorida y espumosa. Si bien no se trata de aniquilación nuclear, la película va más allá de todo ese color rosa para incitar a las mujeres a contemplar las imágenes de belleza y los modelos de conducta con los que fueron alimentadas durante su infancia y cómo procesarlos ahora.
Probablemente hay que decir que el éxito de estas dos películas, con “Oppenheimer” también superando ampliamente las expectativas de taquilla más optimistas a pesar de su duración, y el relativo fracaso de varias secuelas este verano no es necesariamente un referéndum sobre la calidad. La gente acudió porque estaba intrigada o las vio como auténticos acontecimientos, y aparentemente no consideraron que la última entrega del superhéroe de DC “The Flash” o la quinta de “Indiana Jones” fueran aventuras imprescindibles.
Es probable que el hecho de que los espectadores no supieran exactamente qué esperar, una de las bendiciones de un concepto original, o al menos nuevo, ayudó a estimular la curiosidad, y cada una a su manera, “Barbie” y “Oppenheimer”, lo recompensaron incitando al público a pensar en temas fuera del cine.
La mejor manera de que Hollywood reproduzca esa magia no es del todo clara (las campañas de marketing orgánico rara vez lo son), lo que no impedirá el inevitable debate del lunes por la mañana sobre por qué estas películas triunfaron cuando otras fracasaron. Esta victoria también se produce en un momento en el que las huelgas de actores y guionistas han paralizado la industria, lo que podría silenciar cualquier celebración.
En lo que respecta a las crisis existenciales, los estudios y las salas de cine abordarán este análisis como si sus vidas o más exactamente, el futuro de su negocio, dependieran de ello. En eso, también, “Barbenheimer” nos ha dado más en qué pensar, y cómo convirtieron todo ese rosa y blanco y negro en una ola de verde.
“Barbie” es distribuida por Warner Bros., que al igual que CNN, es una unidad de Warner Bros. Discovery.