Nota del editor: Brian Elmore es médico residente de urgencias en El Paso, Texas. Es cofundador de la Clínica Hope, una clínica gratuita para inmigrantes, junto con el Hope Border Institute en Ciudad Juárez, México. Las opiniones expresadas en este comentario son suyas.
(CNN) – Caminando por el desierto en las afueras de la ciudad que llamo hogar, no es difícil encontrar evidencias de migrantes que viajaron a través de la frontera sur de Estados Unidos. En las sombras de rocas y paredes rocosas, puedes encontrar botellas de agua abandonadas, pañales y ropa.
Estos migrantes emprenden la peligrosa travesía del desierto por pura desesperación, ya que las políticas de inmigración de Estados Unidos han dejado fuera de nuestro país a muchos de ellos.
Como médico residente de urgencias en El Paso, Texas, estoy acostumbrado a tratar a pacientes migrantes que han sufrido las consecuencias de las duras políticas fronterizas. Pero en todas las zonas fronterizas hay nuevas complicaciones que amenazan la vida de quienes buscan refugio en nuestro país, y exigen nuestra atención inmediata.
Desde mediados de junio hasta finales de julio, El Paso sufrió más de 40 días consecutivos de calor de más de 37 grados Celsius, lo que significó que, además de las tragedias habituales que mis compañeros médicos y yo estamos acostumbrados a ver, nuestra sala de urgencias tuvo que lidiar con enfermedades relacionadas con el calor. Según el jefe de la Patrulla Fronteriza de EE.UU., Jason Owens, este año han muerto más de 100 migrantes a causa del calor en la frontera sur de Estados Unidos. En una semana de julio se produjeron 13 muertes y 226 rescates por deshidratación y otros problemas relacionados con el calor.
Muchos de estos migrantes -cuando son encontrados con vida- acaban en urgencias, inconscientes y aferrándose a la vida. Una joven paciente fue encontrada en el desierto junto a su hijo y su marido fallecidos. Otros llegan con escasos signos de actividad cerebral.
La cruel escalada de disuasión fronteriza del gobernador de Texas, Greg Abbott, no ha hecho más que agravar las ya de por sí peligrosas condiciones de los migrantes que buscan refugio en nuestro país. Como parte de la “Operación Estrella Solitaria”, un supuesto intento de asegurar la frontera, ordenó que se erigiera una barrera de boyas en el río Grande, además de colocar grandes extensiones de alambre de espino en las orillas.
Según un correo electrónico de un agente del Departamento de Seguridad Pública (DPS, por sus siglas en inglés), una mujer embarazada que estaba abortando quedó atrapada en la alambrada; en otro caso, una niña pequeña se desmayó por agotamiento debido al calor después de que intentara pasar a través de la alambrada y los soldados de la Guardia Nacional de Texas la empujaran hacia atrás.
El correo electrónico, escrito a un superior y revisado por Hearst Newspapers, afirma además que se dijo a los soldados del DPS que no dieran agua a los migrantes que encontraran. “Creo que hemos sobrepasado el límite de lo inhumano”, concluía el policía.
Abbott argumenta que se necesitan medidas para disuadir a más migrantes de cruzar y dijo que no retirará las barreras flotantes. El Departamento de Justicia no se lo cree. A finales de julio, demandó al estado de Texas, al afirmar que las barreras flotantes violan la Ley de Apropiación de Ríos y Puertos, ya que se construyeron en aguas estadounidenses sin el permiso del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos. Abbott afirmó en Fox News que la citada ley no se aplica en esta situación, pero no dijo por qué.
Mientras el litigio se desarrolla inevitablemente en los tribunales, es importante recordar que la frontera ha servido como macabro experimento de las formas en que la fracasada política de inmigración estadounidense puede mutilar y destrozar a hombres, mujeres y niños que esperan tener una vida mejor en Estados Unidos. A lo largo de las últimas décadas, políticos de ambos bandos han dejado sus propias huellas en la frontera, a menudo superándose mutuamente en crueldad.
En la década de 1990, el entonces presidente Bill Clinton fue pionero en una política de “prevención a través de la disuasión”, al cerrar las rutas migratorias más seguras y obligar a los migrantes a atravesar un terreno hostil, concretamente un desierto abrasador donde estarían expuestos a un calor extremo. Esta estrategia ha impregnado la política de inmigración estadounidense desde entonces y ha contribuido a que casi 10.000 migrantes hayan perdido la vida en la frontera entre Estados Unidos y México en las últimas dos décadas y media.
Cuando George W. Bush llegó a la presidencia en la década de 2000, su gobierno ordenó construir muchas de las barreras y muros fronterizos que ahora rodean El Paso. Inevitablemente, la desesperación obliga a algunos a escalar estos muros, cuya altura puede oscilar entre los 5 y los 9 metros. En las décadas transcurridas desde que se construyeron, cientos de migrantes han sido atendidos en mi servicio de urgencias por devastadoras fracturas en las extremidades inferiores y la espalda que sufrieron al caer desde el muro. Para muchos, estas lesiones tendrán secuelas de por vida.
El expresidente Donald Trump continuó la construcción de cientos de kilómetros de muro fronterizo más alto y peligroso. Después de que el muro fronterizo se ampliara y elevara a 9 metros en la zona de San Diego, las muertes y lesiones traumáticas entre los migrantes que caían del muro se dispararon.
El enfoque del Gobierno de Trump sobre la frontera sur puso en peligro la vida de miles de personas, desde la política de separación familiar, que provocó que más de 3.000 niños fueran separados de sus padres migrantes en la frontera, hasta el Título 42, implementado durante la pandemia del covid-19 bajo el pretexto de ser una medida de salud pública, que permitió a las autoridades expulsar a los migrantes a sus países de origen o a México. Dado que muchos migrantes han sido víctimas de violaciones, secuestros, torturas y otros actos de violencia tras ser expulsados a México en virtud del Título 42, es comprensible que muchos de ellos hayan optado por desafiar el desierto o escalar un muro.
El presidente Biden tampoco ha cumplido su promesa de hacer más humano el sistema de asilo. El Título 42 no expiró hasta mayo de este año, y al exigir primero a los solicitantes de asilo que pidan cita en una aplicación de teléfono móvil propensa a errores, por ejemplo, el Gobierno de Biden ha hecho la vida más difícil a muchos de los más vulnerables en nuestra frontera.
Ahora, Abbott contribuye aún más a este vergonzoso legado de políticas antiinmigración
Muchas de las lesiones sufridas a lo largo de la frontera - insolación por el ardiente sol del desierto, fracturas de cráneo o columna vertebral tras caerse del muro fronterizo, carne desgarrada por el alambre de cuchillas a orillas del río Grande - son lo que yo llamo patologías políticas, lesiones evitables que son consecuencia directa de las políticas fronterizas destinadas a imponer un alto costo a quienes intentan cruzar. Y cada día me enfrento a los costos humanos de estas patologías.
Veo y atiendo a víctimas que quedan permanentemente debilitadas, con lesiones devastadoras que limitarán su capacidad para trabajar y contribuir a la sociedad y a sus familias.
Irónicamente, muchas de las víctimas son posiblemente quienes más tienen que ofrecer a nuestro país. Ninguna persona emprendería el traicionero viaje hasta nuestra frontera sin creer firmemente en la promesa de Estados Unidos. En un momento en que muchos estadounidenses están cada vez más polarizados y muchos parecen estar perdiendo la fe en nuestros ideales y valores, es alentador ver esperanza y promesa en los ojos de los inmigrantes a los que atiendo.
De hecho, esta esperanza es contagiosa. Es parte de la razón por la que sigo atendiendo y tratando a migrantes a ambos lados de la frontera. Quiero trabajar para estar a la altura de los Estados Unidos en los que creen mis pacientes migrantes.