(CNN) – Rajaa Acherhri era conocida como la genia de las matemáticas del pueblo. A los seis años, le encantaba resolver problemas muy por encima de su nivel escolar. Su hermana Sanaa también tenía grandes sueños. Quería ser médico, dijo su madre Fatema a CNN.
El viernes por la noche, después de cenar, las niñas descansaban con las cabezas juntas en la casa familiar. Rajaa dormida tras un largo día de colegio. Sanaa, de 12 años, jugando con su teléfono.
De repente, el suelo empezó a temblar violentamente. Fatema estaba todavía ordenando en la cocina cuando su casa empezó a derrumbarse a su alrededor. Dijo que se abalanzó hacia sus hijas, solo para verlas aplastadas por parte del techo. Ambas murieron al instante.
Las enterró al día siguiente, junto a otras 19 personas que murieron en Tinzert, un pequeño pueblo de montaña situado en la cordillera del Atlas, en Marruecos.
Estas son algunas de las más de 2.900 personas que han fallecido en la catástrofe, según la cadena estatal 2M en el último balance de víctimas, citando al Ministerio del Interior marroquí.
También se cree que el terremoto ha afectado a unos 100.000 niños, según los primeros informes, indicó UNICEF este lunes.
El terremoto redujo Tinzert a un gigantesco montón de escombros. Los daños son tan graves que es imposible distinguir dónde empieza una casa y dónde acaba otra. Las casas eran viejas, construidas a la manera tradicional, con barro y paja. No estaban hechas para resistir un terremoto; no lo necesitaban. En esta zona no hay terremotos; no ha habido uno tan fuerte en más de 120 años.
Hakim Idlhousein declaró a CNN: “Hicieron falta 10 segundos para que todo el pueblo desapareciera”.
El terremoto partió por la mitad su casa, que quedó como una casa de muñecas parcialmente derrumbada. La parte delantera desapareció por completo, mientras que sectores de la parte trasera quedaron al descubierto, incluido un armario de cocina lleno de provisiones que, de alguna manera, sigue en pie mientras todo a su alrededor está en ruinas.
Este lunes por la tarde, Idlhousein estaba comiendo algo sencillo con sus padres y primos. Un poco de pan, aceite, café fuerte con mucho azúcar, en una bandeja colocada fuera, en un terreno llano donde pasan los días y las noches desde el terremoto. Su casa está destruida y temen más réplicas.
Un grupo de vecinos se acercó, todos se abrazaron y besaron, compartieron palabras de consuelo y el café. Con solo 300 habitantes, Tinzert es tan pequeño que aquí todo el mundo se conoce por su nombre. Todos perdieron a un ser querido.
La carretera que lleva a Tinzert es estrecha y empinada, y ahora es imposible llegar en auto a gran parte del pueblo.
Para desplazarse, los habitantes trepan entre los escombros, los niños ayudan a transportar suministros, saltando de un gran trozo de escombro a otro.
Después de tres días viviendo así, todos conocen el camino entre las ruinas. Las calles ya no existen, han sido sustituidas por peligrosos pasadizos sobre los escombros.
La ayuda ha tardado en llegar y hasta ahora ha consistido sobre todo en alimentos y agua llevados a las montañas en autos particulares por voluntarios de todo Marruecos.
Mucha gente está cada vez más enfadada y frustrada por la falta de ayuda del Gobierno. Varios residentes dijeron a CNN que habían perdido la fe en que alguna vez llegara.
Tinzert se encuentra en la montañosa provincia de Al Haouz, donde pueblos como estos están dispersos por las colinas. Unas 1.500 personas han muerto en el terremoto solo en esta zona, según las autoridades de Marruecos.
Un funcionario del Gobierno marroquí declaró este lunes a CNN que las carreteras de montaña destruidas que conducen a pueblos como Tinzert están dificultando la llegada de ayuda a las regiones más afectadas.
La gente no tiene más remedio que esperar.
En busca de ayuda, a pie
Para AbdelHaq Edabdelah, de 17 años, la espera se hizo insoportable. El dolor en el hombro era demasiado intenso para pensar con claridad.
El joven trabajador de la construcción resultó herido cuando se derrumbó su casa en la remota aldea de Ifghan. Su vecino Abdeltif Ait Bensoli dijo a CNN que el cuerpo de Edabdelah estaba completamente enterrado entre los escombros, y que solo asomaba la cabeza.
Los vecinos consiguieron sacarlo, pero tenía el hombro torcido y magullado. Tenía mucho dolor y no había nadie en el pueblo que supiera cómo ayudarle. Ni analgésicos ni primeros auxilios.
Esperó dos días a que llegara la ayuda, durmiendo a la intemperie con el resto del pueblo. Cuando nadie llegó, sus vecinos tomaron la decisión de llevarle a un médico.
“La carretera está bloqueada con piedras. No se puede pasar en auto, es imposible”, dijo Ait Bensoli.
Edabdelah vive con sus abuelos ancianos, que no pudieron acompañarle, así que le tocó a Ait Bensoli trasladar al joven a un hospital.
Otro vecino los condujo hasta el tramo bloqueado de la carretera, donde se bajaron y caminaron durante unos 20 minutos entre las rocas y los escombros que cubrían el camino.
Una vez atravesado ese tramo, consiguieron llegar a Asni, una ciudad situada a unas dos horas al suroeste de Marrakech donde este lunes por la mañana abrieron un hospital de campaña.
Cuando llegaron, Edabdelah apenas podía hablar. El agotador viaje le había dejado agonizando. No podía mover el brazo y cada movimiento le retorcía la cara.
Los médicos de Asni le inmovilizaron el hombro y le dieron analgésicos potentes. Le dijeron que se sentiría mejor en unas dos semanas y le dieron el alta, centrándose en el siguiente de una larga fila de pacientes.
“Ella sabía que algo malo iba a ocurrir”
Fatema Acherhri nació en Tinzert, al igual que su marido. Ambos crecieron juntos, se casaron y tuvieron a Rajaa y Sanaa. Acherhri dijo que su segundo parto fue difícil y que no creía que pudiera tener otro hijo.
Acherhri dijo que ella y su marido no tienen ni idea de lo que pasará después. Lo único que queda de su vida en el pueblo son las tumbas de sus hijas, excavadas a unos cientos de metros de lo que solía ser su hogar.
El invierno se acerca y, en estas montañas, puede ser duro y frío.
La voz de Acherhri se quiebra cuando habla de sus hijas, de lo contentas que estaban con su nuevo material escolar cuando empezaron las clases la semana pasada. De lo mucho que les gustaba jugar afuera con su padre, mientras ella les cocinaba cuscús.
Sanaa, la pequeña, insistió en ir al hammam, el baño tradicional marroquí, el viernes. Su padre trabaja en la construcción en Marrakech y solo viene a casa los fines de semana.
“Quería estar limpia y guapa cuando él llegara”, dijo Acherhri a CNN, intentando contener las lágrimas.
Contó que tuvo una extraña premonición cuando Sanaa le pidió que le pusiera henna en los pies la semana pasada.
“Le dije que era demasiado joven para la henna, pero me dijo que quería estar guapa e ir a Ourika”, explicó.
Ourika es un bello paraje de la cordillera del Atlas, un exuberante oasis con un manantial natural, hermosas cascadas y altos árboles verdes. Los lugareños lo llaman el paraíso terrenal.
“Creo que ella sabía que algo malo iba a ocurrir, sabía que iba a ir al paraíso”, dijo.
Zeena Saifi, Mark Esplin, Sam Kiley y John Torigoe en Asni (Marruecos), y Mostafa Salem y Celine Alkhaldi en Abu Dhabi contribuyeron a este artículo.