Nota del editor: Jonathan Greenblatt es CEO y director nacional de la Liga Antidifamación. Las opiniones expresadas aquí le pertenecen exclusivamente a su autor.
(CNN)– Al comienzo de cada año escolar, escucho preocupaciones de amigos, familiares y compañeros de trabajo sobre el aumento del antisemitismo en los campus universitarios y, como padre que envía a sus hijos judíos a la universidad, yo mismo siento esas preocupaciones.
La amenaza del antisemitismo ha ido en aumento en toda la sociedad estadounidense, y las universidades no son inmunes. Pero mientras que en todo el país el antisemitismo tiene diversas causas, que a menudo incluyen vínculos con el supremacismo blanco, los campus son testigos con mayor frecuencia de boicots y demonización de Israel que conducen a atacar o condenar al ostracismo a estudiantes judíos por su propio apoyo percibido o real a Israel.
Una encuesta nacional de la Liga Antidifamación-Hillel Internacional de 2021 reveló que casi uno de cada tres universitarios judíos había sufrido antisemitismo el año anterior. En la mayoría de los casos se trataba de comentarios de odio o difamaciones, en persona o en línea, y de daños a la propiedad o vandalización de la misma, por ejemplo con esvásticas. Alrededor del 15% de los estudiantes universitarios judíos dijeron que sintieron la necesidad de ocultar su identidad y el 10% dijeron que no se han sentido bienvenidos en una organización estudiantil debido a las actitudes hacia Israel.
Para el año escolar 2022-23, la Liga Antidifamación (ADL, por sus siglas en inglés) rastreó 665 incidentes antiisraelíes en universidades estadounidenses, incluida la denigración del sionismo, la creencia de que los judíos tienen derecho al autogobierno en la histórica Tierra de Israel, y expresiones de apoyo al terrorismo y otras formas de violencia contra Israel. “Existe un movimiento radical creciente en muchos campus universitarios en el que se exige la oposición a Israel y al sionismo para ser plenamente aceptado, marginando de hecho a las comunidades judías universitarias”, afirmaba el informe.
Sin duda, la crítica y el debate sobre las políticas del Estado de Israel, al igual que la crítica de las políticas y acciones de cualquier país, forman parte de un ecosistema universitario sano. La Primera Enmienda protege el derecho al boicot, así como el derecho a participar en una retórica dura y divisiva. Sin duda, se puede criticar a los dirigentes y las acciones de Israel sin ser antisemita.
Pero, con demasiada frecuencia, la actividad antiisraelí en los campus va mucho más allá de estos límites. Acusar a los “sionistas”, o a cualquiera que apoye la existencia de Israel, de comportamientos comúnmente asociados con viejos topos sobre los judíos (como la avaricia excesiva, la sed de sangre y la riqueza) es antisemita. Como lo es promover la noción de que los sionistas o los judíos son desleales a Estados Unidos, controlan los medios de comunicación o controlan el gobierno. Y excluir a los estudiantes judíos de la vida universitaria debido a su fe o a su supuesta afiliación con Israel deshumaniza a estos estudiantes.
Con el aumento de los incidentes antisemitas en los últimos años, la retórica de odio, el acoso e incluso la violencia han sustituido con demasiada frecuencia al diálogo y los debates académicos en los campus.
Entre el 22 y el 24 de septiembre tuvo lugar en la Universidad de Pensilvania uno de los peores ejemplos de actividad antiisraelí en la memoria: entre los aproximadamente 120 oradores del “Palestine Writes Literature Festival”, que se anunció a sí mismo como “el único festival de literatura estadounidense dedicado a celebrar y promover las producciones culturales de escritores y artistas palestinos”, hubo un subconjunto que tiene antecedentes de antisemitismo. Aunque es loable celebrar la literatura, el arte y la cultura palestinos, es alarmante y espantoso que una universidad de la Ivy League haya acogido a tantos oradores con este historial.
Como dijo la propia presidenta de Penn Liz Magill en un comunicado anterior al evento, varios de los oradores “tienen un historial documentado y preocupante de participar en el antisemitismo hablando y actuando de manera que denigra al pueblo judío”, que los administradores de la universidad “condenan inequívoca y enfáticamente”. Sin embargo, profesores, departamentos y organizaciones estudiantiles individuales patrocinaron desconcertantemente el evento y sus sesiones.
El festival contó con varios invitados preocupantes. Roger Waters, el exmúsico de Pink Floyd, tiene “un largo historial de uso de tropos antisemitas”, según el Departamento de Estado, y recientemente dio un concierto en Alemania con imágenes que se burlaban del Holocausto. La autora palestina Aya Ghanameh ha publicado en redes varias veces “muerte a Israel”, mientras que la autora australiana Randa Abdel-Fattah ha calificado a Israel de “proyecto demoníaco y enfermo” y ha dicho que “no puede esperar al día en que conmemoremos su fin”.
Otro orador, Marc Lamont Hill, dijo en 2018 que apoyaba una “Palestina libre desde el río hasta el mar”, palabras en código para la erradicación del Estado judío de Israel, y elogió en un tuit ya eliminado a una mujer palestina condenada por intentar bombardear un cine en Israel. (CNN cortó sus lazos con Hill, que había sido colaborador, tras hacer estos comentarios, aunque él negó ser antisemita o llamar a la violencia contra el pueblo judío). Uno de los fundadores de uno de los patrocinadores de la conferencia, Al-Awda, ha expresado su apoyo a los grupos terroristas palestinos designados por el Departamento de Estado y ha dicho que los sionistas no son bienvenidos en los campus universitarios.
A la luz de toda esta información, los dirigentes de Penn se mostraron demasiado vacilantes a la hora de actuar en favor de la seguridad y la inclusión de los estudiantes judíos. Es incomprensible que cualquier departamento de esa universidad copatrocinara una reunión similar en la que participen oradores que han vomitado odio contra cualquier otra comunidad marginada. El hecho de que esto ocurra durante el Yamim Noraim, el período más sagrado del calendario judío y en la víspera de Yom Kippur, hace que esto sea aún más atroz y ofensivo, sobre todo porque reduce la capacidad de los judíos para protestar u organizar eventos en contra.
Por desgracia, Penn no es una excepción. En febrero, se encontraron calcomanías en el campus de la Universidad de Illinois Urbana-Champagne con el mensaje “exterminen a los sionistas”. En abril, una charla de un israelí en la Universidad de Nueva York fue interrumpida activistas antiisraelíes mientras en una acera de las afueras del acto se leía con tiza: “Los sionistas no son bienvenidos”. Y en mayo, un estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad de la Ciudad de Nueva York pronunció un discurso de graduación antiisraelí en el que acusaba a Israel de asesinar indiscriminadamente a palestinos.
Afortunadamente, las universidades disponen de nuevas herramientas para combatir el antisemitismo. A instancias nuestras, la Casa Blanca elevó la lucha contra el antisemitismo al nivel de prioridad nacional, y las universidades son un foco importante de su plan.
Como parte de su campaña de concienciación sobre el antisemitismo, el Departamento de Educación recuerda a los centros de enseñanza en términos inequívocos que su obligación en virtud del Título VI de tratar la discriminación en el campus incluye la discriminación contra los estudiantes judíos basada en la ascendencia y las características étnicas compartidas. Altos funcionarios de esa instancia también están ofreciendo asistencia a los centros que necesiten ayuda para responder a los repuntes de actividad antisemita. Esto se basó en un decreto importante emitido por el expresidente Donald Trump en 2019, subrayando que la lucha contra el antisemitismo trasciende la política y es una preocupación universal.
Además, un grupo bipartidista de 84 miembros del Congreso instó recientemente al secretario de Educación, Miguel Cardona, a tomar más medidas sobre el antisemitismo en los campus, incluida la solución de un retraso en las investigaciones sobre tales incidentes y el fomento de una mejor presentación de informes.
Las propias escuelas también están haciendo hincapié en la importancia de crear campus diversos y acogedores. Muchas universidades ofrecen programas de diversidad, equidad e inclusión (DEI) a administradores, profesores y líderes estudiantiles. Estos programas pueden ayudar a los campus a abordar el antisemitismo y a mejorar la conciencia cultural sobre la identidad judía, por lo que es fundamental asegurarse de que cubren el odio antisemita en todas sus formas, idealmente basándose en la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto.
Por desgracia, no todos los programas de DEI incluyen la experiencia judeoestadounidense como componente del plan de estudios. Por ejemplo, dos empleados judíos de los servicios de asesoramiento de la Universidad de Stanford alegaron en 2021 que las iniciativas de formación en DEI del personal ignoraban la identidad judía y minimizaban los casos de antisemitismo. De hecho, acusaron al programa de emplear tropos antisemitas y conspiraciones sobre el poder judío al hablar de la injusticia racial. Stanford está investigando las acusaciones y ha dicho que planea lanzar un programa centralizado de formación en DEI. Cuando los DEI no incluyen el antisemitismo, o peor aún, fomentan ideas antisemitas, están fracasando.
Espero fervientemente que todos los estudiantes, incluidos mis hijos, encuentren en el campus un entorno seguro en el que puedan aprender, discutir y debatir ideas sin ser objeto de burlas, amenazas o ostracismo antisemitas.