(CNN) – El público está envuelto en la niebla de la guerra.
Mientras los ojos del mundo siguen fijos en la escalada del conflicto entre Israel y Hamas, los espectadores se encuentran abrumados por afirmaciones dudosas que saturan el discurso global. Al desafío de navegar entre océano de información fuertemente contaminada, se suma el hecho de que fuentes autorizadas han dado credibilidad a algunas afirmaciones cuestionables que circulan.
Tan sólo en los últimos días, las Fuerzas de Defensa de Israel, la oficina del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, hicieron la impactante afirmación de que los terroristas de Hamas habían decapitado a bebés, una afirmación espantosa de la que luego se retractó la Casa Blanca.
A medida que la acusación era objeto de un intenso escrutinio, la oficina de Netanyahu tomó la extraordinaria decisión el jueves de publicar fotografías explícitas de los cuerpos de bebés que habían sido asesinados y quemados por Hamas, un acto monstruoso más allá de toda comprensión, aunque inconsistente con las afirmaciones iniciales de decapitación.
Mientras tanto, el diario The Wall Street Journal (WSJ) informó que Irán desempeñó un papel directo en orquestar el ataque terrorista contra Israel, una afirmación que ha sido cuestionada seriamente por otros reportes, que citan fuentes de inteligencia estadounidense. Mientras tanto, un número incalculable de imágenes manipuladas y engañosas se han hecho virales en línea, dejando al público con una percepción distorsionada de lo que realmente está sucediendo en Medio Oriente.
No hace falta decir que la guerra es complicada. Y de ese lío puede surgir información que no es del todo precisa. Las autoridades gubernamentales y las organizaciones de noticias en el terreno enfrentan una multitud de desafíos logísticos y dilemas éticos mientras rápidamente recopilan información e intentan verificarla. Esos desafíos son especialmente pronunciados cuando se opera en un entorno repleto de grandes emociones y caos provocado por bombardeos y disparos.
Estas condiciones son terreno fértil para que se generen informes preliminares que luego resultan incorrectos. A veces resulta que han sido exagerados o carecen de un contexto crucial. En otros casos, resultan ser completamente falsos. Pueden ocurrir errores honestos cuando se trabaja bajo una inmensa presión para difundir información al público a un ritmo apresurado, incluso de fuentes con buenos antecedentes.
Esto ha quedado plenamente demostrado durante la guerra entre Israel y Hamas. Por lo general, un lector puede llevar los informes del WSJ al banco. Por lo general, cuando el presidente de Estados Unidos hace una afirmación explosiva (y especialmente espantosa), el público puede confiar en que ha hecho su debida verificación.
Pero ese no ha sido el caso, a pesar de que hay mucho en juego; una verdad que los funcionarios de Gobierno y los periodistas deben recordar cuando presentan noticias y actualizaciones al público.
En nuestro entorno de noticias fracturado e impulsado por algoritmos —las 24 horas del día, los 7 días de la semana— la información puede acelerarse por todo el planeta y filtrarse en la conciencia pública a un ritmo asombroso. Esto sucede con demasiada frecuencia antes de que la información se analice, verifique y se presente adecuadamente en el contexto necesario. En la prisa por informar, el público puede terminar mal informado si no se tiene el cuidado adecuado.
Una vez que una narrativa ha sido arraigada, puede resultar difícil determinar si es completamente cierta. ¿Decapitaron bebés los terroristas de Hamas? ¿Irán desempeñó directamente un papel en la organización del ataque? La evidencia disponible al momento de esta publicación muestra un panorama poco claro. Simplemente no se puede hacer una declaración definitiva.
Esa zona gris deja a las redacciones con enigmas espinosos mientras intentan verificar afirmaciones ampliamente difundidas, y separar los hechos de la ficción para sus audiencias. Todo mientras observan cómo las raíces de la narrativa inicial crecen cada vez más en la comprensión de los acontecimientos por parte del público.
En muchos casos, poderosos medios de comunicación y figuras políticas que han mostrado poco interés o preocupación por difundir los hechos; se sienten cómodos engañando y/o mintiendo a sus audiencias con la esperanza de acumular poder o atesorarlo. El resultado es un enturbiamiento de las aguas, lo que proporciona un terreno fértil para los teóricos de la conspiración y distrae la atención de los impactos humanos muy reales que tienen lugar en la zona de guerra, donde ya han muerto y resultado heridas miles de personas.
Si bien las plataformas de redes sociales han sumado esfuerzos de moderación de contenido, en un intento por reducir la desinformación, las organizaciones de noticias enfrentan desafíos cada vez mayores a la hora de informar sobre la guerra en tiempo real. Su responsabilidad de hacerlo bien no podría ser más primordial.