Nota del editor: Omar Ghraieb es un escritor, activista humanitario y periodista con sede en Gaza. Puedes encontrarlo en X (antes Twitter) como @Omar_Gaza. Las opiniones expresadas en este texto le pertenecen. Lee más artículos de opinión en CNNE.
(CNN) – El estruendo de una explosión sacude mi hogar y mi computadora sale volando hasta aterrizar entre vidrios rotos y escombros. Mirando su pantalla parpadeante, suspiro y me preparo para pronunciar la muerte de otra computadora, y de este ensayo. La levanto del suelo con cuidado y la convenzo de volver a la vida. Sigo escribiendo.
En Gaza, todos hemos estado pegados a las noticias durante los últimos cinco días, viendo con incredulidad cómo se intercambian los ataques y contraataques, y cómo aumentan las cifras de muertos en ambos lados de la frontera. Si bien cada ciclo de violencia comienza de manera diferente, todos terminan de la misma manera aquí: con los palestinos pagando un alto precio. Vivimos en perpetua anticipación de un trágico desenlace.
Ahora escribo, porque escribir es un salvavidas y una vía de escape temporal de una realidad que se ha vuelto insondablemente más oscura en los últimos días.
Nuestra electricidad flaquea, el agua es escasa y el aire afuera de mi casa se llena de humo espeso y pólvora acre. Me arden la garganta y los ojos. Es demasiado peligroso aventurarse a buscar pan, sin embargo, mis pensamientos divagan hacia el placer culpable de un macchiato de caramelo salado helado que podría traer paz interior, o al menos algo de distracción temporal. ¿Qué más puede esperar un millennial de Gaza que vive en el empobrecido enclave costero que algunos llaman la prisión al aire libre más grande del mundo, bajo un bloqueo sofocante durante más de 15 años?
Escribo, y el mundo mira cómo la violencia, la sangre y la oscuridad caen sobre nosotros. Estamos en tiempos sin precedentes y aterradores. Pero para mí y muchos otros en Gaza, también se siente como otra reedición en la estancada lucha de décadas por la paz, la seguridad y la dignidad. Lo que veo en los medios occidentales, la no mención de la ocupación de Israel, su bloqueo y nuestro sufrimiento, no se parece en nada a lo que veo desde mi ventana.
Afuera, una sensación de inquietud y ansiedad impregna el ambiente mientras la gente en Gaza reflexiona sobre nuestro futuro incierto. Tratamos de predecir cuánto más se desencadenará todo esto. Comparamos el contenido de nuestros kits de emergencia, preparados diligentemente para garantizar estar listos para evacuarnos de la gran violencia que Israel desata sobre nosotros, además de su orden de cortar el suministro de alimentos y agua.
Hemos pasado por tantas escaladas que siempre compramos alimentos enlatados y nueces adicionales para emergencias y, debido a la escasez de agua e incluso el corte del suministro, llenamos cada olla, sartén, frasco y cualquier otra cosa que pueda contener líquido con la esperanza de que no se agote.
Los vecinos discuten los artículos esenciales que necesitan e intercambian lo que puedan compartir. Una familia se encontró con pañales adicionales, otra descubrió un pan de sobra. En un silencioso intercambio que hablaba por sí mismo, se ayudaron mutuamente, orquestando un trueque que parecía tan significativo como cualquier acuerdo comercial internacional, todo a través del lenguaje no hablado de la empatía.
Trazan estrategias sobre los planes de evacuación más efectivos y las áreas a las que huir, a pesar de ser conscientes de que realmente no tenemos a dónde correr o escapar. Gaza no tiene refugios o bunkers a los que podamos buscar protección de las bombas de Israel.
Me pregunto si debo mantener silencio, como me han condicionado a hacer; enterrar mis miedos y ansiedades bajo las capas de opresión interna y externa que han caído a lo largo de mi vida y durante décadas antes. El mundo ignora nuestra situación y niega nuestra humanidad, culpándonos por nuestra propia opresión. Me siento atrapado en una dimensión alternativa, luchando por procesar mi entorno sin perder mi cordura ni mi alma.
El sesgo y la indignación selectiva de los gobiernos occidentales no son nuevos. Nunca nos han visto ni les hemos importado mientras sufríamos bajo la ocupación de Israel, la violencia y la discriminación, año tras año, década tras década.
La pregunta es, ¿a dónde nos vamos desde Gaza?
Mientras navego por el campo minado de la autocensura y la opresión externa, me planteo la valentía de los palestinos denunciando la violencia y suplicando por una paz justa. En un mundo que ignora nuestros gritos, me pregunto si mis palabras pueden abrirse paso, sabiendo bien que, si no lo hacen, es probable que sea porque soy palestino.
Durante cada escalada de violencia, los medios de comunicación estadounidenses muestran su sesgo hacia Israel, omitiendo en gran medida las voces palestinas en la ecuación. Las pérdidas de vidas reportadas en las noticias son horribles, pero los periodistas y políticos occidentales muestran mucha menos preocupación cuando Israel ha infligido violencia masiva y causado víctimas entre los palestinos repetidamente en las últimas décadas.
Anhelo que el mundo también nos vea, que nos escuche y reconozca nuestra humanidad y nuestro derecho a vivir en libertad y seguridad como todos los demás. ¿Todavía hay espacio para la humanidad cruda y los corazones que duelen en medio de conversaciones sobre dinámicas de poder y victorias políticas? Si lo hubiera, habríamos sido libres hace mucho tiempo.
Los implacables y brutales ataques militares israelíes y las condiciones opresivas del bloqueo en nuestras fronteras han fracasado en insensibilizarme. Es imposible olvidar o ignorar que estas décadas de ocupación militar israelí coloreen cada faceta de nuestra existencia y fragmenten nuestra tierra y nuestra gente.
Para muchos de nosotros, este, aunque limitado, es nuestro mayor poder: soñar y sentir dolor en un mundo que busca drenar nuestra energía y apagar nuestras luces más brillantes. Por ahora, elevo mi voz, sigo leyendo, sigo escribiendo y sigo esperando.