A woman casts her vote at a polling station in Buenos Aires, during the presidential election runoff on November 19, 2023. Desperate for a way out of a crippling economic crisis, Argentines began voting Sunday in a nail-biter election between embattled Economy Minister Sergio Massa and the libertarian outsider Javier Milei. (Photo by Alejandro PAGNI / AFP)

Nota del editor: Esteban Bicarelli es licenciado en Ciencias Políticas, con especialización en Relaciones Internacionales y Procesos Políticos de la Universidad Católica Argentina. En Argentina, es socio fundador y director de la consultora BLapp de Asuntos Públicos y Parlamentarios, donde asesora a grandes empresas. Se define como apartidista y no cuenta con políticos entre sus clientes. Las opiniones expresadas en esta columna son únicamente del autor. Puedes encontrar más artículos de opinión en CNNe.com/opinion.

(CNN Español) –– Hay dos pilares fundamentales que cimentan la estabilidad institucional y la salud democrática de un país: la alternancia política, que le da vitamina al sistema y lo hace aún más virtuoso, y el correcto reconocimiento de la derrota por parte de los candidatos para un normal traspaso de mando. No es lo único, por supuesto, pero que un mandatario o candidato a presidente pueda reconocer en televisión nacional, a pocas horas de finalizados los comicios, que ha sido derrotado (sin denunciar fraude o tergiversaciones en la votación), por un candidato de otro partido habla no solo de la transparencia del sistema electoral, sino también de un signo positivo de salud democrática. Sin dudas, el reconocimiento de la derrota y las transiciones son procesos que no solo marcan el cambio de liderazgo, sino que ofrecen oportunidades cruciales para fortalecer los vínculos de honestidad y transparencia entre el futuro presidente y los distintos actores políticos del país, alimentando la cuota de esperanza de una mejora en el cambio que se persigue y satisfaciendo la expectativa buscada en parte de dicho proceso.

Una transición clara y transparente que, como decía, comienza con el reconocimiento de la derrota, representa una oportunidad para consolidar la salud democrática. Esta salud que, en el caso de Argentina, ha tenido sus desatenciones en momentos clave como fue el año 2015 cuando, por ejemplo, la presidenta saliente Cristina Fernández de Kirchner se negó a entregarle en mano el bastón presidencial al recién electo presidente Mauricio Macri. Cuando el proceso de transferencia de poder se lleva a cabo, en cambio, sin sobresaltos, se envía un mensaje contundente a la sociedad sobre la solidez de las instituciones democráticas en lo que hace a su continuidad.

En una democracia como la argentina, que viene de años de peleas, discusiones y desencuentros y que ha sido, incluso, puesta en cuestionamiento en repetidas ocasiones por referentes de La Libertad Avanza durante la campaña presidencial en este 2023, el gesto de Sergio Massa de reconocer la derrota, sin peros ni miramientos, parece una señal de algo que comienza a arreglarse, más allá de las diferencias proyectadas entre ambos candidatos. Apenas comienza la transición y puede pasar mucha agua debajo del puente, pero lo importante es que el primer paso ya está dado. El reconocimiento fue total, las felicitaciones, para el caso, también, y la posibilidad de que la dirigencia política argentina empiece a construir puentes de diálogo que contribuyan a sanear la cultura política, es un hecho esperanzador.

A pesar del ejemplo negativo de 2015 mencionado anteriormente, vale aclarar que las transiciones de poder en la Argentina democrática han sido, en su mayoría en buenos términos: Carlos Menem reconoció la derrota de manos de Fernando de la Rúa en 1999; Daniel Scioli asumió su caída de manos de Mauricio Macri y sin peros en 2015, cuando la diferencia fue de unos escasos 600.000 votos. Uno de los pilares de los 40 años de democracia ha sido, justamente, la aceptación de las victorias y derrotas, la felicitación al oponente y la apertura y el ofrecimiento para trabajar en conjunto en las transiciones.

Por otra parte, la génesis del “fenómeno Javier Milei” se puede leer como una expresión de descontento generalizado de la sociedad con el sistema político, una espuma de enojo convertida en una bronca más contra el sistema, o mejor dicho contra una gestión polémica, y que en las últimas administraciones no ha dado respuestas a la población, logrando sentar en el sillón presidencial, conocido como el sillón de Rivadavia, a un “outsider” disruptivo del sistema político tradicional anunciando medidas de dudosa viabilidad. Todo esto refleja cierto hartazgo del ciudadano de a pie, sumado también a un fenómeno de polarización en el contexto de América Latina.

En el gobierno saliente, las pujas de poder, el debate entre sostener la postura centrista de Alberto Fernández y la intervención intermitente de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner solo fomentaron la fragmentación y un escenario de incertidumbre, lo que llevó a la coalición gobernante, en principio, a no lograr alinearse detrás de un candidato en común que recibiera el apoyo de todas las tribus peronistas, y a atentar de manera contundente contra la verticalidad de un sistema presidencialista encabezado por un “páter”. Finalmente, Sergio Massa fue el candidato de la coalición oficialista, ahora llamada Unión por la Patria, pero todo esto llevó a que se disgregara el voto peronista y le significara al oficialismo ocupar el tercer lugar en las listas en las primarias.

A principios de año, cuando comenzó a visualizarse el calendario electoral, el Gobierno no pudo conciliar una fecha de elecciones en común con las provincias, las cuales desdoblaron sus elecciones para deslindarse de una eventual derrota nacional con base en el rendimiento arrojado por la administración central y poder así conservar sus bastiones locales. Esto llevó a perder ocho provincias oficialistas, quedando ocho de Unión por la Patria (Formosa, Tucumán, Catamarca, La Rioja, La Pampa, Buenos Aires, Tierra del Fuego y Santiago del Estero**); seis de Fuerzas Provinciales (Salta, Misiones, Córdoba, Neuquén, Rio Negro y Santa Cruz) y nueve de Juntos por el Cambio (Jujuy, Chaco, Entre Ríos, Santa Fe, San Juan, Mendoza, San Luis, Chubut y Corrientes**), así como la Ciudad de Buenos Aires. Las elecciones provinciales no dejan de ser un fenómeno per se para analizar con detenimiento, sobre todo y fundamentalmente por la performance del candidato disruptivo que, entre otros temas, no se jacta de tener una visión tan federal como se hubiera esperado.

Estas polémicas se sumaron a los procesos inflacionarios que han llevado a la población argentina a sufrir un impacto significativo en su vida cotidiana, dando un golpe sin piedad al bolsillo. En los últimos doce meses, el incremento alcanzó el 142,7%, según datos oficiales. Desde enero, la inflación ha subido 120%, el porcentaje más alto de América Latina después de Venezuela, de acuerdo con datos oficiales recopilados por el Fondo Monetario Internacional.

La inflación mensual argentina saltó del 6,3% en julio hasta el 12,4% en agosto y el 12,7% en septiembre, culpa de la devaluación del 18% que el Banco Central aplicó sobre el peso al día siguiente de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) del 13 de agosto. Este salto ya estaba estipulado antes del conocimiento de los resultados de la elección, algo que fue desalentador para el electorado oficialista. Tampoco Massa, después de varios cambios de gabinete, pudo contener la espiral inflacionaria, a pesar de medidas como los acuerdos de precios y salarios, y políticas de control de cambio, por lo que su rol de candidato presidencial fue decreciendo en credibilidad.

A pesar de un gran movimiento del aparato que nuclea el Movimiento Justicialista en su conjunto y sus apoyos extrapartidarios en todo el país, con lo que consiguió el primer puesto en la primera vuelta de la elección general, esto no alcanzó para lograr la victoria y ya para el balotaje, y con la nueva alianza del sector duro del PRO incluidos en un apoyo incondicional con La Libertad Avanza, el oficialismo perdió finalmente el poder.

Hoy, Argentina se encuentra ante un nuevo paradigma para los próximos años, y se espera que Milei encare una reforma completa del Estado o políticas de darwinismo económico, que apuntan a la supervivencia del más apto o del que mejor se adapta. A corto plazo, las incógnitas que encontramos son las pujas de poder que comienzan con la última alianza de La Libertad Avanza con el ala más dura del PRO, desde donde se adjudican el triunfo, la inserción en el mundo con este nuevo eje de gobierno, la relación con otros países de la región, así como la demostración de su apoyo irrestricto a los valores democráticos.

En conclusión, más allá de los problemas económicos crónicos que sufre desde hace años Argentina, que se suman en anuncios o cuestionamientos ya zanjados desde el retorno de la democracia en la referencia sobre el discurso negacionista de los años duros, también quedó demostrado que la forma de resolver los problemas, hasta en estas circunstancias, no es con las fuerzas militares, sino más bien con el voto de la ciudadanía. En este contexto en el país se ha dado la paradoja de que un personaje que ataca la política tradicional, la “casta” como él la llama, haya sido elegido por la población para que guíe su destino, respetando todas las reglas de esa misma democracia.

Aunque han tenido repercusión mediática las expresiones de algunos referentes del nuevo espacio conformado hace tan solo dos años, La Libertad Avanza, quienes se han manifestado como reivindicadores de la más reciente dictadura cívico militar, vale aclarar que el gobierno de Milei podría llegar a ser un gobierno débil, envuelto o condicionado por la imperiosa necesidad de negociar cambios estructurales para llevar a cabo las reformas que plantea en línea a sus promesas de plataforma. Es muy probable que las propuestas más extremas que se intentarán llevar a cabo no cuenten con el apoyo necesario, a pesar de los resultados arrojados que le ofrecen una cuota importante en la legitimidad de su elección para llevarlas a cabo. Estas estarán condicionadas por la matriz socioeconómica enquistada prácticamente desde el retorno de la democracia.

En la Cámara de Diputados, Milei, el autodenominado “liberal libertario”, tendrá menos del 15% del total de bancas, con 37 legisladores en la Cámara Baja, mientras que en el Senado tendrá 8 bancas, es decir, menos del 10%. Y en esta negociación, es donde se verá la salud de la democracia en nuestro país.

Solo se lograrán resultados contemplando todas las posturas y legislando con grandes acuerdos que piensen en el bien común y en políticas que realmente sean el principio de una salida a la crisis y un impulso al tan anhelado crecimiento argentino.

**Celebran elecciones de gobernador en 2025.