(CNN) – Cuando los tanques rusos cruzaron la frontera con Ucrania, Elmira Dergousova tuvo un día especial: su cumpleaños número 5.
Con una corona de plástico en la cabeza, sopló las velas de su pastel de “Frozen”.
Su madre se apresuró a tomarle una foto –la incertidumbre y el miedo en la sonrisa de Elmira eran demasiado evidentes– antes de bajar corriendo al sótano.
Los proyectiles rusos ya estaban cayendo en las calles.
La vida de los niños ucranianos ha cambiado enormemente desde aquel día de febrero de 2022. Para los de la ciudad septentrional de Járkiv, a pocos kilómetros de la frontera rusa, ha cambiado más que para la mayoría.
A pesar de los bombardeos y ataques con misiles rusos casi diarios, la ciudad recuperó una incómoda normalidad, con el regreso de algunos residentes, tiendas abiertas y la vida en marcha.
Pero el temor a ataques rusos aparentemente aleatorios hace que la escuela sea un riesgo demasiado grande. En ninguna de las escuelas de la ciudad se imparten clases por ser demasiado peligroso. La ciudad ha recurrido al subsuelo, al metro y a las escuelas búnker de nueva construcción para proteger a los niños mientras aprenden.
“Aquí no escucharemos nada. No escucharemos los estallidos”, explica Elmira a CNN desde su clase, rodeada de ventanas de doble cristal que ayudan a amortiguar el ruido del mundo exterior.
“De alguna manera se acostumbran”
Ubicadas en un antiguo túnel peatonal, unos metros por debajo del asfalto de la carretera, las aulas son acogedoras y coloridas.
Llamativos personajes de dibujos animados y tablas de multiplicar se alinean en las paredes, mientras una pancarta dice “Járkiv Indestructible”.
En un rincón, los Lego y los juguetes –su zona de juegos subterránea– están listos para el recreo. Pero antes suena el himno nacional, señal del comienzo de la jornada escolar.
“Me encanta Ucrania por su naturaleza”, explica Elmira a CNN desde el aula. “Tenemos criaturas diferentes que no existen en otros países. Y probablemente nos atacaron por eso”.
Es un momento de inocencia, a salvo entre los muros de su nueva escuela.
Pero sabe muy bien lo que significa la guerra: su padre lucha en el frente y ella estuvo refugiada en Polonia con su madre durante un año.
En Járkiv, las sirenas antiaéreas suenan en ocasiones más de una docena de veces al día, según declaró a CNN Olena Dergousova, la madre de Elmira. Prácticamente todas las casas de su vecindario fueron atacadas en los primeros meses de la invasión en 2022, explicó.
Dado el espacio limitado de la escuela en el metro, Elmira se ve obligada a estudiar desde casa cada dos días. Utiliza programas informáticos y tabletas que se pusieron en marcha durante la pandemia de covid-19.
Cerca de 2.200 niños asisten a clase en las cinco escuelas de metro situadas en estaciones de Járkiv, frente a los 1.000 que había en septiembre, cuando se abrieron, según el ayuntamiento de Járkiv, exclusivamente a petición de sus padres.
En total, 106 clases de niños de 1º a 11º grado rotan por las 19 aulas subterráneas. Es una fracción de las decenas de miles de niños en edad escolar de la ciudad, según el alcalde.
Pero estudiar bajo tierra significa una jornada escolar sin interrupciones, a salvo de las bombas y del miedo a las sirenas.
“Probablemente los niños ya se estén acostumbrando”, dijo la profesora de Elmira, Olena Rudakova. “De alguna manera se acostumbran”.
Muerte desde arriba
Un misil S-300 –que Moscú prefiere para atacar ciudades e infraestructuras ucranianas– tarda menos de 40 segundos en alcanzar Járkiv, según declaró a CNN el alcalde de la ciudad, Ihor Terekhov.
“Ninguna alerta antiaérea puede funcionar”, aseguró.
A pesar de la proliferación de refugios de emergencia en toda Ucrania, habitaciones de concreto visibles en las calles de pueblos y ciudades, los civiles están lejos de estar a salvo de los ataques aéreos rusos.
“Si antes disparaban contra las infraestructuras energéticas, hoy lo hacen de tal forma que intimidan a la gente. Disparan contra el conjunto de viviendas, contra el sector privado, contra edificios residenciales, y hay muchas víctimas”, dijo Terekhov.
La vieja escuela de Elmira, ahora sellada con tablas, fue alcanzada por los bombardeos rusos en los primeros meses de la guerra. En aquel momento había familias refugiadas en el sótano, pero afortunadamente ninguna resultó herida.
Muchos no han tenido tanta suerte.
Al menos 10.000 civiles, entre ellos más de 560 niños, han muerto desde que Rusia lanzó su invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022, según declaró en noviembre la Misión de Observación de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ucrania.
Más de 18.500 personas han resultado heridas.
La ONU cree que las cifras reales son probablemente mucho más altas debido a las dificultades y retrasos que supone verificar las muertes en las zonas en las que continúan las hostilidades.
Con el espacio ya limitado en la red de metro de la ciudad –en 2022, unas 160.000 personas se refugiaban en las estaciones, según el Departamento de Educación de la ciudad de Járkiv–, el año pasado el alcalde de Járkiv encargó la construcción de una escuela subterránea.
La escuela, que abrirá sus puertas en marzo, parece un búnker.
Con una extensión aproximada de un campo de fútbol, la estructura de una sola planta era todavía un caparazón cuando CNN la visitó en enero, pero los administradores ya estaban planificando el color de las paredes de las aulas.
Desde la iluminación y el aislamiento acústico hasta la ventilación, los administradores de la escuela se han volcado en los planes para que el recinto, que albergará a 450 estudiantes, sea lo más cómodo y agradable posible para los alumnos.
“Los pulmones deben respirar aire puro, es muy importante”, dijo Terekhov sobre los futuros alumnos de la escuela.
“Han crecido”
En la estación de metro, un psicólogo forma ahora parte de la plantilla, un pilar esencial de la enseñanza en tiempos de guerra.
“Los niños han sobrevivido a explosiones, han vivido momentos difíciles y la muerte de familiares; es muy difícil para ellos”, explicó Rudakova, la profesora de Elmira, a CNN entre clase y clase.
Una vez que sus alumnos volvieron a clase el pasado septiembre, el cambio fue imposible de pasar por alto.
“Cuando les mirábamos a la cara, ya eran niños mayores que volvían.
“Tenían el aspecto de adultos que ya pasaron por dificultades”, dijo.
“Han crecido”.
El juego es fundamental en el plan de estudios, dijo Rudakova, ya que intentan que el aprendizaje sea lo más ameno posible.
Los profesores bailan un cuidadoso ballet en torno a temas que podrían inquietar a sus alumnos. En las clases en las que los niños han perdido a sus padres, las menciones a los progenitores se tratan con sumo cuidado, explicó Rudakova a CNN.
La escuela es ahora más importante que nunca, señaló Rudakova. Pero por mucho que la escuela del metro sea un refugio, no es la escuela que los niños quieren realmente.
“Siempre dicen que quieren paz y volver a su antigua escuela, que lo tiene todo para los niños: zonas de juego, pabellón deportivo y comedor”, relató Rudakova.
“Entienden lo que está pasando”.