(CNN) – Hace dos años, cuando Rusia lanzó su invasión a gran escala de Ucrania, me encontraba entre los muchos observadores veteranos del Kremlin que se equivocaron.
Pocos podían entender por qué Vladimir Putin, el calculador líder ruso, se embarcaría en una aventura militar tan arriesgada, especialmente cuando la mera amenaza de una invasión rusa ya estaba dando resultados.
En junio del año anterior, mientras las fuerzas rusas se concentraban cerca de Ucrania, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se reunió con Putin en una cumbre al estilo de las superpotencias, en la que describió a Estados Unidos y Rusia como “dos grandes potencias”, elevando al líder ruso después de que anteriores administraciones estadounidenses hubieran intentado restar importancia a la influencia de Rusia.
En los días previos a la invasión de 2022, Washington ofreció una “evaluación pragmática” de las preocupaciones de Moscú en materia de seguridad, mostrándose abierto al compromiso.
Enfrentar a las fuerzas rusas con uno de los mayores ejércitos permanentes de la región parecía una temeridad poco habitual y, por tanto, poco probable.
Sin embargo, hubo otros que, con razón, consideraron inevitable la invasión, interpretando mejor las intenciones del Kremlin y prediciendo con confianza una rápida victoria rusa a manos de las fuerzas ampliamente superiores de Moscú.
Dos años después, me gusta pensar que los que dudábamos de la determinación del Kremlin estábamos equivocados por las razones correctas.
Lo que Moscú sigue llamando eufemísticamente Operación Militar Especial ha sido un baño de sangre de proporciones catastróficas, no visto en Europa durante generaciones. Incluso las estimaciones más conservadoras cifran el número de muertos y heridos en cientos de miles de personas en cada bando. Los pequeños logros, como la reciente toma de Avdiivka, han tenido un coste enorme.
El otrora venerado ejército ruso se ha mostrado dolorosamente desprevenido y vulnerable a las armas modernas en manos de una decidida resistencia ucraniana. Incluso si la guerra terminara mañana, es probable que su fuerza y sus efectivos tardaran muchos años en recuperarse.
Además, los dos últimos años de guerra brutal han deformado y distorsionado a Rusia internamente.
Cientos de miles de sus ciudadanos han huido al extranjero para evitar el reclutamiento. La frustración por la forma en que se estaba librando la guerra provocó un levantamiento armado en el que mercenarios de Wagner armados marcharon hacia Moscú, planteando un desafío sin precedentes a la autoridad del Kremlin.
El desprecio internacional ha convertido a Rusia en el país más sancionado del mundo. Incluso el presidente Putin ha sido acusado de crímenes de guerra en La Haya.
Y ahora ha muerto Alexey Navalny, el mayor crítico de Putin. En medio de una represión más amplia de la disidencia, este país se ha sumido aún más en el aislamiento y la oscuridad.
Con una perspectiva más amplia, el rumbo parece trágicamente claro.
Yo estaba en Chechenia cuando, en 2000, el recién instalado presidente Putin puso en cintura a esa rebelde región rusa, desatando a un implacable ejército ruso.
En 2004, una destacada periodista rusa, Anna Politikovskaya, fue asesinada el día del cumpleaños de Putin. Sus valientes despachos desde Chechenia tocaron una fibra sensible. Otros críticos fueron silenciados dentro y fuera del país.
En 2008, Putin ya había intervenido en la vecina Georgia, separando regiones prorrusas del Estado georgiano. Antes de la anexión de Crimea en 2014, las fuerzas rusas habían apoyado con éxito durante años al régimen sirio en la brutal represión de la rebelión en ese país, a pesar de la condena internacional.
Pero el 24 de febrero de 2022 marcó un antes y un después.
No se trata solo de que Putin calculara mal en su ambición de conquistar Ucrania, aunque lo que pretendía ser una campaña limitada es ahora una guerra sin fin.
Más bien, su invasión a gran escala de Ucrania fue el momento en que Putin abandonó finalmente toda apariencia de cooperación con Occidente y toda pretensión de que se tolerarán la disidencia y la crítica dentro de esta gran nación.
Y actualmente hay pocos indicios de un cambio de rumbo.
De hecho, dos años después de su Operación Militar Especial, Putin está afianzando su control del poder, con los opositores silenciados y unas elecciones en marzo que confirmarán su quinto mandato presidencial.
En privado, muchos rusos mantienen la esperanza de que algún día se produzca un cambio de rumbo. Pero pocos creen que sea ahora o incluso pronto.