(CNN) – Investigadores de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH, por sus siglas en inglés) publicaron este lunes un par de estudios que hallaron pocas diferencias clínicas entre pacientes con una misteriosa afección conocida como “síndrome de La Habana” y grupos de comparación sanos.
En uno de los estudios, los investigadores de los NIH examinaron detenidamente los cerebros de personas que se creía que padecían el “síndrome de La Habana” y no hallaron indicios consistentes de lesión cerebral ni diferencias significativas entre ese grupo y un grupo sano de comparación.
En el segundo estudio, los científicos realizaron una batería de pruebas a 86 miembros del personal del gobierno estadounidense y familiares que declararon padecer el “síndrome de La Habana”, comparándolos con 30 personas que tenían trabajos similares pero no presentaban esos síntomas, y descubrieron que, en la mayoría de las medidas clínicas y de biomarcadores, los dos grupos eran iguales.
La misteriosa enfermedad apareció por primera vez a finales de 2016, cuando un grupo de diplomáticos destinados en La Habana, la capital cubana, empezaron a notificar síntomas compatibles con traumatismos craneales, como mareos y dolores de cabeza intensos. En años posteriores, se han notificado casos en todo el mundo, incluidos grupos de al menos 60 incidentes en Bogotá, Colombia y Viena, Austria. En EE.UU. se han registrado unos 1.500 casos en 96 condados diferentes, según declararon las autoridades el año pasado, pero el número de incidentes notificados ha descendido significativamente en los últimos años.
A pesar de que durante mucho tiempo se especuló con la posibilidad de que la enfermedad hubiera sido el resultado de una campaña dirigida por un enemigo de Estados Unidos, la comunidad de inteligencia estadounidense declaró el año pasado que no podía vincular ningún caso a un adversario extranjero, por lo que resultaba improbable que la inexplicable enfermedad fuera el resultado de una campaña dirigida por un enemigo de Estados Unidos.
Pero la enfermedad, y su causa, han permanecido frustrantemente opacas tanto para la comunidad de inteligencia como para la comunidad médica.
El Dr. David Relman, profesor de Microbiología e Inmunología en Stanford que trabajó en investigaciones anteriores de personas con el “síndrome de La Habana”, argumentó en un editorial publicado junto a la investigación el lunes que, si bien el estudio que incluye escáneres cerebrales puede parecer mostrar que “nada, o nada grave” ocurrió con estos casos, llegar a esta conclusión “sería desacertado”.
Trabajos anteriores hallaron indicios de anomalías, dijo, y lo mismo puede decirse del estudio que hizo una variedad más amplia de pruebas. Dado que la afección puede tener un aspecto diferente en cada persona, dijo, los médicos no disponen de pruebas específicas que puedan determinar por completo lo que les ocurre.
“Claramente, se necesitan pruebas nuevas, sensibles, estandarizadas y no invasivas de la función del sistema nervioso, especialmente en lo que se refiere al sistema vestibular, como marcadores sanguíneos más específicos de diferentes formas de lesión celular”, escribió Relman.
Los “fallos institucionales” contribuyeron a los resultados, según un experto
Uno de los problemas a los que se enfrenta la comunidad médica es que aún no existe una definición clara del síndrome de La Habana, o lo que el gobierno denomina “incidentes sanitarios anómalos” o AHI, por sus siglas en inglés. Estas pruebas se realizaron, en algunos casos, mucho después de que comenzaran los síntomas, lo que dificulta la comprensión de lo que ocurrió físicamente.
En 2022, un grupo de inteligencia que investigaba la causa de los AHI afirmó que era “plausible” que algunos de los episodios hubieran sido provocados por “energía electromagnética pulsada” emitida por una fuente externa.
Pero Relman señaló que hay una relativa falta de información sobre los efectos biológicos de la energía electromagnética y acústica en el cerebro, incluso si esto es lo que realmente desencadenó los problemas en las personas con “síndrome de La Habana”.
Algunos funcionarios y exfuncionarios de la CIA han expresado su preocupación por el hecho de que un grupo de trabajo de la CIA encargado de investigar el “síndrome de Habana” haya suavizado su investigación, según informes previos de CNN.
Y algunos pacientes y exfuncionarios han dicho que fueron tratados con escepticismo y, en algunos casos, con un despido absoluto por parte del gobierno de Trump en los meses y años posteriores a la aparición de los primeros casos.
A pesar de la incertidumbre que rodea la condición, el Congreso aprobó en 2021 una legislación que ordena la compensación para las víctimas de la CIA y el gobierno, que la agencia comenzó a pagar en 2022.
Relman señaló que, al igual que con cualquier tipo de síndromes clínicos altamente publicitados, como el “síndrome de la Guerra del Golfo” y ahora el “síndrome de La Habana”, es difícil para los científicos lidiar con “la incertidumbre, la complejidad, la necesidad de enfoques transdisciplinarios, la información insuficiente o la desinformación, y un tema que está políticamente cargado y divisivo”.
“De cara al futuro, debemos abordar los fallos y vulnerabilidades institucionales subyacentes que contribuyeron a estos resultados”, escribe Relman. Abogó por sistemas de vigilancia diseñados para detectar casos tempranos en todas las agencias gubernamentales y paneles independientes objetivos para revisar los datos emergentes.
“Hay que dejar de lado los prejuicios y las suposiciones mal fundadas”, escribió.
Resultados de los nuevos estudios
En el estudio de neuroimagen se compararon los cerebros de 81 personas que se creía que padecían el “síndrome de La Habana” y los de 48 personas que no presentaban problemas de salud de este tipo. Veintinueve miembros del grupo de comparación tenían un empleo similar al de los 81 del grupo de pacientes.
Para buscar diferencias en los cerebros de los participantes, los científicos utilizaron imágenes conocidas como IRM (imágenes por resonancia magnética) de difusión de alta calidad, que los médicos suelen emplear para detectar afecciones como un ictus, un tumor cerebral, esclerosis múltiple y epilepsia. Este tipo de IRM puede visualizar las fibras de materia blanca del cerebro y determinar si la materia cerebral es normal o si hay problemas.
Cuando los investigadores compararon los dos grupos, no encontraron diferencias significativas en las estructuras y medidas de los cerebros.
“Estos resultados sugieren que el origen de los síntomas de los participantes con AHI puede no estar relacionado con una lesión cerebral identificable mediante resonancia magnética”, concluye el estudio.
Sin embargo, esta investigación tiene sus limitaciones. El grupo de control era pequeño y no se correspondía perfectamente con los afectados por el “síndrome de La Habana”. Además, los primeros escáneres se realizaron 14 días después de que la persona dijera haber experimentado el suceso que desencadenó sus síntomas, y los resultados podrían haber sido distintos si se hubieran realizado en otro momento.
Los resultados del estudio difieren de los de estudios de imagen anteriores, en los que se encontraron pruebas de algunas anomalías cerebrales, pero los estudios anteriores se realizaron en un menor número de participantes.
En el segundo estudio, los investigadores evaluaron la audición, el equilibrio, la vista y el estado neuropsicológico, y analizaron los biomarcadores sanguíneos de los dos grupos.
No se observaron diferencias clínicas significativas entre los dos grupos en lo que respecta a la audición o la visión, ni tampoco cuando los investigadores examinaron el oído interno o analizaron la sangre en busca de determinados biomarcadores. Las pruebas cognitivas también fueron similares.
Sin embargo, había algunas diferencias en los síntomas declarados por los propios pacientes, como fatiga, depresión, estrés postraumático, desequilibrio y algunos problemas neuroconductuales.
El dolor de cabeza era una preocupación común entre los participantes con síndrome de La Habana. Según el estudio, la mayoría sufría dolores de cabeza persistentes a diario, pero solo a ocho se les diagnosticaron migrañas de nueva aparición.
“Aunque no identificamos diferencias significativas en los participantes con AHI, es importante reconocer que estos síntomas son muy reales, causan trastornos importantes en la vida de los afectados y pueden ser bastante prolongados, incapacitantes y difíciles de tratar”, señaló en un comunicado de prensa el Dr. Leighton Chan, autor principal de uno de los trabajos y director científico en funciones del Centro Clínico de los NIH.
Los autores del estudio señalaron varias limitaciones en su investigación, como el hecho de que algunas de las evaluaciones, aunque sensibles, no son específicas, y algunas no se utilizan clínicamente, por lo que no está claro exactamente su impacto.
Tampoco se realizaron evaluaciones psiquiátricas. La ansiedad, la depresión, el dolor y la fatiga pueden afectar al equilibrio, la audiencia y las pruebas cognitivas, por lo que las anomalías pueden ser difíciles de interpretar.
El estudio concluye que lo que causó el síndrome de La Habana parece crear síntomas “sin cambios fisiológicos persistentes o detectables. La falta de evidencia de una lesión cerebral no significa necesariamente que no haya lesión o que no se haya producido en el momento del AHI”.
“Otra posibilidad es que los efectos fisiológicos del ‘ataque’ sean tan variados e idiosincrásicos que no puedan identificarse con las metodologías y el tamaño de muestra actuales”, señala el estudio.