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(CNN) – En 1969, Stefano Ripamonti tenía una buena vida. Tenía veintitantos años y un glamuroso trabajo en una firma italiana de zapatos de alta costura. Se acababa de casar con su novia de la infancia y los recién casados se estaban instalando en un departamento cerca de las murallas del Vaticano, en Roma, Italia.

Aunque su nuevo hogar tenía un gran potencial, la pareja quería renovar el espacio a su gusto, así que contrataron a un arquitecto y diseñador de interiores. Este arquitecto pasó mucho tiempo en el departamento con la mujer de Stefano, remodelando espacios, sugiriendo colores de pintura y ofreciendo ideas de interiorismo.
Mientras tanto, Stefano viajaba a menudo por motivos de trabajo.

Un día, Stefano regresó de un viaje a Accra, Ghana, y se encontró a su mujer llorando en el departamento a medio decorar.

“Al parecer, durante mi ausencia, ella y el arquitecto se habían enamorado”, cuenta Stefano hoy a CNN Travel.
“Y así como así, ella estaba fuera de mi vida, dejándome devastado”.

Un viaje a Nueva York

Con el corazón destrozado, Stefano se sumergió en el trabajo, y posteriormente le ofrecieron un nuevo empleo en otra empresa italiana de calzado.

El nuevo puesto no solo le pagaba “casi el doble”, sino que además le ofrecía la oportunidad de visitar Estados Unidos por primera vez, para asistir a una convención de calzado en Nueva York.

Stefano estaba fascinado con Estados Unidos desde el día en que los tanques estadounidenses entraron en Roma para liberar la ciudad de los nazis. El joven Stefano y sus padres se habían unido a la multitud que vitoreaba en las calles, y entonces un soldado estadounidense bajó de uno de los tanques Sherman para regalarle a Stefano, de dos años, una cajita de hojalata con chocolate. En la parte delantera de la lata estaba escrito: “Fabricado por Curtiss Candy Co. Chicago”.

En los años siguientes, Stefano guardó como un tesoro esta caja de bombones y soñó despierto con Chicago, cuna de deliciosos dulces que no solo sabían bien, sino que representaban la libertad.
“Todavía conservo esa caja”, dice Stefano.

Todo esto significaba que, para Stefano, nada podía empañar la emoción de su primer viaje a EE.UU., ni siquiera la angustia de un matrimonio roto.

Al día siguiente de su llegada a Estados Unidos, en febrero de 1970, Stefano se vistió con su mejor traje y entró en el vestíbulo del Hotel Plaza de Nueva York. Esperaba conocer a algunos compradores de grandes almacenes y empaparse del ambiente de una verdadera institución en Estados Unidos.

Stefano recuerda que se acomodó “en un largo banco tapizado” en el vestíbulo de mármol del hotel.

Allí sentado, observando a la gente y admirando la grandeza del lugar, Stefano se percató poco a poco de la presencia de la joven sentada a su lado, que leía un ejemplar de The New York Times.

Cuando Stefano la miró, le vino a la mente una palabra: “radiante”.

Quería decir algo, presentarse, pero no se le ocurría nada que decir que no pareciera “estúpido”.

Stefano no quería molestarla, y se suponía que estaba haciendo contactos. Al final, pensando que los ascensores eran probablemente el mejor lugar para encontrar compradores potenciales, Stefano decidió salir del vestíbulo. Estaba a punto de levantarse cuando la mujer bajó el periódico y le sonrió.

“Disculpe, ¿qué hora es?”, le preguntó.

Sorprendido, Stefano miró su reloj y se dio cuenta de que aún no lo había ajustado a la hora estándar del Este.

“A ver, tengo la hora italiana en mi reloj”, dijo Stefano.
“Ah, ¿eres de Italia?”, preguntó la mujer. “Estuve allí el verano pasado con mi hermana”.

La mujer apartó el periódico. Le tendió la mano a Stefano para que se la estrechara, sin dejar de sonreír.
“Soy Sally”, dijo. “Sally Wilton”.

Sally Wilton era una joven de 22 años recién graduada que trabajaba en Washington. Aquel fin de semana de febrero de 1970 había decidido visitar Nueva York en un viaje espontáneo.

“Decidí ir a Nueva York por mi cuenta: quería ver una obra de teatro”, cuenta Sally a CNN Travel.

Sin que Stefano lo supiera, Sally se fijó en él en cuanto se sentó en el banco del vestíbulo. De hecho, todo el tiempo que él había estado buscando una oportunidad para presentarse, ella había estado haciendo lo mismo.

“Iba vestido impecablemente, con una chaqueta de pana. Recuerdo que era de un color dorado oscuro”, recuerda Sally. “Parecía tan italiano y tan bien confeccionado. Yo estaba acostumbrada a los chicos estadounidenses que llevaban sudaderas y pantalones de mezclilla”.

Durante sus años universitarios, Sally había pasado un año estudiando en el extranjero, en Leeds, Inglaterra. Esta experiencia le había abierto la mente a los viajes y le encantaba conocer gente de diferentes países y culturas.

Sally se lo contó a Stefano mientras bebían un café en el Palm Court, el gran salón de té del Hotel Plaza. Y mencionó, de pasada, que había nacido y crecido en Chicago.

Stefano no se lo podía creer. La ciudad había adquirido proporciones casi míticas en su mente. Estar sentado frente a una mujer de Chicago era una experiencia irreal.

Entonces, Sally mencionó casualmente que su padre trabajaba en el negocio de los dulces.

Aunque el padre de Sally no trabajaba para Curtiss Candy (eso habría sido demasiado extraño), a Stefano aquella conexión le seguía pareciendo una enorme coincidencia. Parecía que era obra del destino.

El café se convirtió en comida, y ésta en una tarde en la que Sally y Stefano se dedicaron a explorar Nueva York juntos. Se dieron cuenta de que compartían el amor por el arte, y se sumergieron en el Guggenheim y luego en el Museo de Arte Moderno.

Durante todo ese tiempo, no dejaron de mirarse el uno al otro.

“Sally tenía un aspecto radiante y estadounidense, con esa sonrisa tan bonita”, recuerda Stefano. “Era guapa, muy atractiva. Pero también era extremadamente simpática, chispeante, burbujeante”.

“Stefano era un tipo muy guapo y algo erudito”, dice Sally. “Fue encantador para mí”.

Después de esa sola tarde, Stefano sintió que “encajaban enseguida”.

“Aunque nuestras culturas fueran tan diferentes, las dos chocaban de forma positiva”, dice.

Stefano seguía casado, aunque separado. Y Sally tenía novio en Washington D.C. Pero a pesar de esos otros lazos, toda esa tarde hubo algo entre ellos que era “difícil de identificar”, como lo recuerda Stefano, pero que se sentía especial.

A regañadientes, Sally y Stefano se despidieron al final del día.

“Yo tenía que volver a mi trabajo y él tenía que irse de Nueva York”, recuerda Sally. “Pero me dijo: ‘Si puedes volver la semana que viene, me las arreglaré para quedarme toda la semana y esperarte’. Así que lo hice. Volví. Trabajé toda la semana. Luego volé de vuelta el fin de semana siguiente”.

El mejor fin de semana de nuestra vida

El fin de semana siguiente fue un torbellino. Sally y Stefano alquilaron un helicóptero para recorrer la ciudad. Fueron a bailar al deslumbrante Rainbow Room, en la planta 65 del 30 Rockefeller Plaza, en el Rockefeller Center. Bebieron cócteles en el Russian Tea Room. Se maravillaron de haberse cruzado en la vida del otro.
“Fue el mejor fin de semana de nuestra vida”, dice Stefano. “Estábamos enamorados”.

El domingo por la noche, Stefano tuvo que volver a Italia y Sally a Washington. Pero esta distancia, en realidad, cualquier otra complicación, parecía irrelevante.

“Fue una gran chispa lo que sentimos, así que todo cambió”, dice Sally.

En Trader Vic’s, un Tiki Bar del Hotel Plaza que cerró hace poco, Stefano escribió una promesa para Sally en el dorso de un posavasos: “Se sono rose, fioriranno”, una frase italiana que significa “si son rosas, florecerán”.

Stefano escribió esta frase en italiano en un posavasos de un bar de Nueva York tras conocer a Sally. Crédito: Stefano Ripamonti y Sally Ripamonti

Para Stefano, las palabras resonaban: si él y Sally estaban destinados a estar juntos, lo estarían. Debajo garabateó el lugar, “Nueva York”, y la fecha: 6 de febrero de 1970.

Cuando se despidieron, Sally prometió ir a Roma en cuanto pudiera. Una semana después, el día de San Valentín, llegó un telegrama para Stefano:

“Mi dulce amigo stop Te envío un beso de San Valentín stop Llegar a Roma en una o dos semanas como máximo stop Los detalles seguirán pronto”.

Cruzando el mundo

Este es el telegrama que Sally envió a Stefano antes de llegar a Roma. Crédito: Stefano Ripamonti y Sally Ripamonti

La mañana en que Sally llegó a Roma coincidió con el día en que Stefano estaba en el juzgado ultimando la separación de su mujer. En Italia no existía el divorcio hasta 1970, pero ese día marcaba el final de la relación de Stefano y el comienzo de una nueva etapa.

Después de la audiencia, Sally y Stefano se reunieron en la puerta del departamento de Stefano. Se abrazaron en medio de la calle, Stefano levantó a Sally en el aire y los dos giraron juntos.

“Estábamos muy emocionados”, recuerda Stefano. “Nos abrazamos y besamos durante un rato en medio de la calle”.
Después, Stefano le enseñó a Sally su departamento de Roma por primera vez.

“El decorador del que se había enamorado la mujer hizo un trabajo precioso”, dice Sally. “El departamento era precioso”.

El departamento estaba situado encima de un pequeño bar, y Stefano y Sally llegaron a un acuerdo con el propietario.

“Todas las mañanas nos subían a la habitación una bandeja con capuchino, fruta fresca y jugos de naranja”, dice Stefano.

“Lo ponía directamente sobre la cama, todas las mañanas”, recuerda Sally. “Era muy romántico”.

Para Sally, no se trataba de un viaje rápido a Roma. Planeaba quedarse indefinidamente. Dejó su trabajo en Washington y llamó a sus padres para decirles que había conocido al amor de su vida.

“Por desgracia, las circunstancias de nuestro encuentro sonaron mucho menos románticas cuando la familia las recibió por teléfono de su hija en Italia”, dice Stefano.

A los padres de Sally les preocupaba que Stefano siguiera casado y les alarmaba que Sally hubiera hecho las maletas y se hubiera mudado a Roma tras dos breves encuentros. Decidieron volar desde Chicago, no solo sus padres, sino también sus hermanas, para ver cómo estaba Sally y ver dónde vivía Stefano.

Stefano comprendió que en esta visita había mucho en juego. Decidió, como dice hoy, que “tenía que hacer algo muy impresionante para esta gente para derribar cualquier sospecha sobre la integridad de mi carácter”.

El padre de Stefano trabajaba para la policía metropolitana de Roma, dirigiendo la unidad de vehículos motorizados. Stefano empezó a preguntarse si su padre podría organizar una escolta policial personal para la familia de Sally a su llegada al aeropuerto romano de Fiumicino.

“Mi padre, como era de esperar, respondió con un rotundo no”, dice Stefano. “Pero dio la casualidad de que yo conocía personalmente a media docena de policías motoristas, ya que había crecido con ellos desde que tenía 12 años. Hablé con los dos más cercanos y les expliqué la situación”.

Los dos policías aceptaron el plan de Stefano, más o menos.

“Dijeron que ‘casualmente’ estarían en el lugar y que lo harían”, recuerda Stefano. “Nadie se enteraría”.

Así que al aterrizar en Italia, la familia de Sally atravesó el tráfico romano, los semáforos en rojo y las calles más transitadas, en una limusina alquilada, flanqueada por dos policías en moto.

El plan de Stefano funcionó: el padre de Sally quedó impresionado.

“Cuando llegamos al hotel saltó de la limusina y me abrazó diciendo que era la experiencia más emocionante que recordaba”, cuenta Stefano.

Este momento, unido al hecho evidente de la felicidad de Sally, bastó para disipar las preocupaciones de su familia.

“Y luego, por supuesto, conocieron a los padres de Stefano, que eran maravillosos, y a su hermano y su hermana”, dice Sally. “Fue un fin de semana estupendo y todos volvieron a casa felices”.

Una vida en Roma

Sally y Stefano disfrutaban saliendo y socializando. Crédito: Stefano Ripamonti y Sally Ripamonti

Con la familia de Sally de vuelta en Estados Unidos, Sally y Stefano empezaron a hacer su vida en Roma. Sally se adaptó a las cenas nocturnas italianas e intentó aprender el idioma: quería aprender italiano lo antes posible. Se sentía frustrada cuando no podía participar plenamente en las conversaciones con los amigos de Stefano.

“La guerra de Vietnam estaba todavía en curso, y yo tenía opiniones muy firmes al respecto”, recuerda Sally. “Todos empezábamos a hablar, pero yo no tenía las palabras porque mi italiano todavía estaba muy roto”.

Mientras tanto, Sally y Stefano cenaban en los mejores restaurantes de Roma la mayoría de las noches, intercaladas con cenas en casa de los padres de Stefano. Ni Sally ni Stefano sabían cocinar.

Uno de sus restaurantes favoritos estaba en la Piazza del Popolo y también lo frecuentaba el actor Marcello Mastroianni.

“Se sentaba allí con gafas de sol y era muy emocionante”, recuerda Sally. “Era mi actor italiano favorito”.

Sally se enamoró rápidamente de la vida en Roma.

“Recorrimos todas las ruinas romanas. Fuimos a pasear por el Coliseo, y Stefano era el mejor guía turístico”, dice Sally. “En realidad no teníamos responsabilidades, aunque él tenía su trabajo”.

Para entonces, Stefano se había alejado del mundo de la moda y se dedicaba al cine. Había creado una empresa con un viejo amigo, con el objetivo de ayudar a distribuir y promocionar películas estadounidenses en el mercado italiano.

“Montamos una pequeña empresa en una bonita oficina y teníamos como clientes a 20th Century Fox, United Artists y Walt Disney”, cuenta Stefano. “Así que lanzamos todas sus películas”.

Stefano y su socio organizaban ruedas de prensa y transportaban a actores estadounidenses por toda Italia. La vida de Stefano y Sally pronto incluyó codearse con famosos de forma habitual: en cócteles, estrenos, enseñando Roma a los actores.

“Era emocionante”, dice Stefano. “Emocionante y glamuroso”.

También hubo novedades en la vida personal de Sally y Stefano. Se casaron, en una pequeña ceremonia por la iglesia, con unos 25 amigos y familiares. Sally adoptó el apellido de Stefano, convirtiéndose en Sally Ripamonti.

“Después comimos en la Domus Aurea, que daba al Coliseo”, dice Sally, que califica las celebraciones de “muy entrañables e íntimas”.

Sally y Stefano también dieron la bienvenida a su primer hijo, un varón.

A Sally le hacía ilusión criar a su hijo en Italia. Italia, al menos la Italia de Sally, le parecía “más abierta y mucho más libre” que Estados Unidos. Sally y Stefano tenían un amplio grupo de amigos de mentalidad abierta y pensamiento liberal. Muchos de ellos eran homosexuales, y a Sally le parecía que había más aceptación de la homosexualidad que en los Estados Unidos de principios de los setenta.

Nuevas oportunidades

Aquí están Sally y Stefano en 1979 en Los Ángeles, California. Crédito: Stefano Ripamonti y Sally Ripamonti

Sally y Stefano vivieron cinco años en Italia y tuvieron otro hijo antes de que una oportunidad laboral llevara a la joven familia a Estados Unidos.

En 1975, Stefano tomó el timón empresarial de Halston, la vanguardista casa de diseño de moda estadounidense cuyos diseños asaltaban el mundo de la moda en los años setenta.

“Podría decirse que Halston sigue siendo considerado el mejor diseñador de la historia de la alta costura estadounidense”, afirma Stefano. “Esa asociación con él cambió nuestra vida y me lanzó a una trayectoria profesional cada vez más interesante, desafiante y exitosa”.

En Chicago, la pareja estableció una “vida social bastante glamurosa”, que rivalizaba con la que habían disfrutado en Roma. Se relacionaban con los grandes artistas, actores, músicos y diseñadores de moda de los años setenta.

Sally y Stefano en Las Vegas en 1980. Crédito: Stefano Ripamonti y Sally Ripamonti

Mientras tanto, Sally y Stefano tuvieron dos hijos más, y Sally compaginó la vida familiar con su pasión por la pintura.

Trasladarse a Estados Unidos fue interesante porque la pareja vio “cambiar las tornas” en muchos sentidos. Cuando llegó a Italia, Sally “no tenía ni idea” de cómo funcionaba todo, desde las facturas hasta las tiendas de comestibles, así que Stefano tomó las riendas. En Estados Unidos, Sally estaba familiarizada con el sistema y el estilo de vida estadounidenses. Empezó a gestionar los asuntos familiares.

También hubo otros ajustes.

“A la hora de hacer amigos, en Italia yo era la estrella, ‘l’Americana’. De repente, era una estadounidense más”, dice Sally riendo. “Y él era el ‘Italiano’, todo el mundo quería conocer a Stefano”.

Aunque a Sally le gustaba estar más cerca de sus padres y hermanas, descubrió que “extrañaba muchas cosas de Italia”. Ella y Stefano la visitaban siempre que podían.

“Fuimos y vinimos un millón de veces con los niños”, dice Sally. “Siempre se reunían con los abuelos de ambos sitios”.

Sally y Stefano educaron a sus hijos con un sentido de la apertura y les inculcaron la sed de viajar. Uno de sus hijos vive ahora en Tailandia, mientras que otro se enamoró de su futura esposa durante una temporada en Japón. Ahora están casados y crían a niños de ascendencia japonesa, estadounidense e italiana.

“Están acostumbrados a esta idea bicultural”, dice Sally de sus hijos. “Son muy abiertos. Nuestros hijos tienen una visión amplia”.

La vida como una “máquina de pinball”

Sally y Stefano viven actualmente en San Francisco, California, y tienen planes apasionantes por delante. Crédito: Stefano Ripamonti y Sally Ripamonti

En la actualidad, Sally, que ya cumplió los setenta, y Stefano, que ronda los ochenta, viven en San Francisco, California, en un departamento con vistas a la bahía.

En las últimas décadas, la pareja ha vivido por todo Estados Unidos, desde Nueva York a Arizona, pasando por Las Vegas, donde Stefano trabajaba en el sector de la hostelería.

Stefano se jubiló en 2022, mientras que Sally sigue pintando. La vida de la pareja gira en torno a los viajes, el tiempo con la familia – incluidos sus cuatro nietos–, disfrutar de sus aficiones y pasar tiempo de calidad juntos.

Stefano dice que cuando mira atrás en su vida, se encuentra pensando en una “máquina de pinball”. La vida es azarosa, dice, nunca se sabe lo que puede pasar.

“La vida, especialmente la mía y la de Sally, la nuestra, ha estado absolutamente llena de cosas inesperadas”, dice.
“Pero la vida está hecha así. Las oportunidades se abren, y si eres creativo, curioso, las coges y ves adónde van”.

Cuando Sally y Stefano recuerdan el momento en que se conocieron, en el vestíbulo del Hotel Plaza en 1970, siguen impresionados por lo fortuito de su encuentro: la idea de que si Stefano se hubiera “levantado de aquel banco del Plaza un segundo antes” la vida sería diferente, “nada de esta historia habría ocurrido”, como dice Stefano.

Pero su emoción abrumadora es un sentimiento de gratitud, están contentos de haber “dado un gran salto”, como describe Sally, embarcándose en una vida juntos.

Sally y Stefano piensan volver a Italia este mismo año.

“A nuestra edad la gente dice: ‘¿Están locos? Están empezando una nueva vida”, dice Sally. “Nosotros decimos: ‘Sí, estamos locos’”.

“Es la máquina de pinball”, explica Stefano.

“La vida es una aventura”, dice Sally. “Tienes que estar dispuesto a mantenerte siempre abierto a sus retos y recompensas. No pasa gran cosa si te quedas en casa”.

“Los dos teníamos un sexto sentido de que éramos el uno para el otro”, dice Stefano. “Y volveríamos a hacerlo”.