Nota del editor: Frida Ghitis, exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.
(CNN) – Las calles de Washington lucieron engalanadas con banderas de Japón en estos días, con motivo de que Estados Unidos concediera uno de sus más raros honores, una lujosa cena de Estado, al primer ministro japonés de visita, Fumio Kishida, una oportunidad para reafirmar y fortalecer los lazos entre dos aliados clave.
Mientras tanto, en Mar-a-Lago, se desarrollaba una reunión paralela de diplomacia de imitación centrada en el futuro, con el ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, David Cameron, de visita para debatir la política exterior estadounidense con el expresidente Donald Trump.
La presencia de Cameron, que el canciller defendió como “totalmente apropiada”, fue solo el elemento más visible de una urgente movilización de los aliados de EE.UU. para prepararse para lo que podría ser el regreso del presidente de EE.UU. más disruptivo que se recuerda, posiblemente de todos los tiempos.
Como informó CNN, los diplomáticos europeos están inmersos en un frenético esfuerzo por establecer conexiones con figuras vinculadas a Trump, tratando de entender lo que podría traer una posible victoria de Trump en noviembre.
No es solo Europa. En todo el mundo, ante las elecciones en el país más poderoso del mundo, que podrían suponer un giro brusco en la política exterior estadounidense, las naciones están tratando de prepararse para lo que podría venir.
Los buenos resultados de Trump en las encuestas han tomado por sorpresa a muchos europeos. Ahora, están trabajando urgentemente en dos frentes: tratando de blindar su política exterior y de defensa frente a Trump, y esperando minimizar el posible impacto negativo de una victoria de Trump.
Para fortificar sus defensas y aumentar las posibilidades de que su mayor prioridad en política exterior, evitar que Rusia derrote a Ucrania, no se convierta en cenizas si gana Trump, afín a Putin, tanto la OTAN como la Unión Europea están tratando de idear mecanismos de financiación masiva para ayudar a Ucrania, incluso cuando las reservas de municiones de Kyiv ya han caído muy por debajo de las de Moscú.
La Unión Europea, junto con el actual Gobierno estadounidense, está estudiando un plan para dar a Ucrania acceso a unos US$ 300.000 millones en activos rusos congelados, y la OTAN está considerando un fondo de US$ 100.000 millones para apoyar a Ucrania.
Tratando de influir en la actual, y quizás futura, política republicana centrada en Trump, el jefe de la OTAN, Jens Stoltenberg, habló recientemente con aliados de Trump y con la tradicionalmente conservadora pero ahora pro-Trump Heritage Foundation, destacando la fortaleza de la OTAN.
Menos de dos semanas después, Trump declaró que, si volvía a ser elegido presidente, “animaría” a Rusia a “hacer lo que le diera la gana” a cualquier país de la OTAN que no gastara lo suficiente en defensa. Al parecer, la declaración impulsó los esfuerzos europeos por prepararse para su regreso.
Ucrania no es el único asunto, por supuesto. Los europeos están preocupados por la supervivencia de la OTAN y del compromiso de Estados Unidos con la defensa de sus aliados, y temen que los profundos lazos ideológicos, económicos, diplomáticos y de seguridad que han sustentado las relaciones entre Estados Unidos y Europa puedan estar en juego. El propio concepto de “Occidente” parece frágil. A muchos les preocupa que un segundo mandato de Trump resulte tan perturbador para los ideales democráticos que envalentone a los políticos autoritarios de ultraderecha de todo el mundo.
Para los líderes autoritarios, la llegada de una nueva administración Trump es una perspectiva alentadora. El primer ministro de Hungría, Viktor Orban, cuya fuerte erosión de la democracia en su país ha provocado enfrentamientos con la Unión Europea, también visitó Mar-a-Lago, donde Trump lo elogió como una “figura fantástica” y “no controvertida”. Explicó su admiración esbozando los contornos del autoritarismo, declarando que cuando Orban dijo: “‘Así es como va a ser’, eso fue todo”.
El cortejo mundial del anterior, y quizás futuro, presidente complica las propias tareas de política exterior del presidente Joe Biden. Dado que otros países tratan de congraciarse con Trump, es bastante concebible que algunos ya estén atenuando su apoyo a las propias políticas de Biden en un momento crucial de la historia mundial, con dos peligrosas guerras, en el Medio Oriente y en Europa, en juego.
Para hacer las cosas más inusuales (y mucho menos éticas) Trump ha lanzado efectivamente su propia política exterior en la sombra, socavando activamente la política de Biden, la de Estados Unidos. El expresidente no solo está aprovechando su control del Partido Republicano y haciendo lo posible para bloquear la ayuda estadounidense a Ucrania, sino que está interfiriendo en la política exterior estadounidense en otros lugares.
Richard Grenell, exembajador y alto funcionario de inteligencia bajo el mandato de Trump, viaja ahora por el mundo, celebrando reuniones con líderes ultraderechistas, ofreciéndoles el apoyo de Trump. Por si alguien pensaba que Grenell está actuando por su cuenta, lo que ya sería bastante preocupante, Trump lo ha llamado “mi enviado”.
Cuando las fuerzas de ultraderecha trataron de bloquear la toma de posesión de un presidente contra la corrupción elegido democráticamente en Guatemala, desencadenando duras críticas internacionales, incluso desde Washington, Grennell voló a Guatemala y se reunió con los ultraderechistas que trataban de impedir la toma de posesión del nuevo presidente, y les dio un rotundo apoyo verbal. Grennell defendió a los supuestos golpistas, que se habían apoderado de las urnas intentando anular la votación. Funcionarios estadounidenses afirman que Grenell está perjudicando los intereses de Estados Unidos al tratar de promover los de Trump.
Interferir en la política exterior estadounidense ya es malo de por sí, pero también hay un indecoroso ángulo financiero.
Cuando surgió la noticia de que el yerno de Trump y exfuncionario del gobierno de Trump, Jared Kushner, estaba negociando un enorme acuerdo inmobiliario con Serbia y que Grenell formaba parte de su equipo, el presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, negó que formara parte de un plan para congraciarse con Trump en caso de que vuelva al poder, como había afirmado la oposición.
Sea lo que fuere lo que se escondía tras el acuerdo, el hecho de que la oposición lo viera así subraya la urgencia que perciben de acercarse a Trump.
La última vez que ganó Trump, el mundo entero se vio sorprendido. Apenas unos días después de las elecciones, el difunto primer ministro de Japón, Shinzo Abe, corrió a Nueva York, convirtiéndose en el primer líder extranjero en reunirse en persona con el presidente electo Trump. El encuentro en la Torre Trump, con la asistencia incomprensible de su hija Ivanka Trump, entonces una empresaria privada, fue una de las imágenes imborrables de la época.
Esta vez, nadie quiere que lo tomen desprevenido. Pero en sus esfuerzos por sentar las bases de lo que la mayoría de los aliados de Estados Unidos ven como la perspectiva de un cambio inoportuno, empezando por la aversión de Trump a las alianzas multilaterales, esos países se arriesgan a socavar a un presidente en ejercicio que ha reconstruido las mismas alianzas que temen perder, y a encontrarse desprevenidos ante lo que podría ser otra sorpresa electoral.
Hace poco escuché a un respetado analista de Medio Oriente declarar como un hecho que Biden es un presidente de un solo mandato, una opinión que puede ser compartida en algunos círculos, pero que está muy lejos de estar asegurada.