(CNN) – Las dramáticas protestas en los campus universitarios están inyectando un nuevo elemento incendiario en un año electoral que ya amenaza con llevar la unidad nacional a un punto de ruptura.
Las tensiones se dispararon a última hora de este martes tras una operación de los equipos de refuerzo del Departamento de Policía de Nueva York para recuperar el campus de la Universidad de Columbia de manos de manifestantes propalestinos, a la que siguieron refriegas, detenciones y se cancelaron clases en al menos 25 campus de 21 estados del país.
Las protestas se desencadenaron por el terrible número de víctimas civiles de la guerra de Israel contra Hamas en Gaza, pero ahora están poniendo de manifiesto los cismas ideológicos del país y las nuevas corrientes políticas. Estados Unidos ya estaba en vilo con un expresidente, y posiblemente futuro presidente, sometido a juicio. Y si las protestas perduran, podrían exacerbar una temporada de campaña que seguramente empeorará el distanciamiento político nacional.
Cientos de personas han sido detenidas en manifestaciones de costa a costa. Aunque la mayoría de protestas son pacíficas, se han producido daños materiales y se ha actuado con mano dura, por ejemplo en Texas. Este martes, los manifestantes frente al Hamilton Hall de Columbia corearon “Del río al mar, Palestina será libre”, una frase que muchos judíos consideran antisemita. Pero en la Universidad de Brown, las autoridades universitarias y los manifestantes llegaron a un acuerdo que llevó a la disolución de un campamento de protesta en el campus.
Las protestas en todo el país ponen de relieve lo que podría ser un momento histórico en el que los jóvenes y progresistas estadounidenses abrazan la causa palestina como nunca antes, conjurando presiones políticas que podrían desafiar el apoyo bipartidista a Israel, establecido desde hace mucho tiempo. Sin embargo, también se han sumado a una veta de antisemitismo en la sociedad estadounidense que ha traumatizado a muchos judíos estadounidenses que se sienten amenazados en su propia nación.
Las protestas suponen una nueva prueba para el presidente Joe Biden, que busca la reelección pero que tiene el contexto de la guerra en Gaza desgarrando profundas fisuras en su frágil coalición electoral. La propagación de la disidencia pone de relieve lo mucho que necesita Biden evitar una ofensiva israelí en Rafah, en Gaza, que podría matar a un gran número de civiles y alimentar protestas más concentradas en Estados Unidos. Más de 34.000 personas han muerto ya en Gaza como consecuencia de la respuesta israelí, según el Ministerio de Sanidad del enclave. Cualquier presidente que se debata entre la aplicación de lo que considera de interés nacional para Estados Unidos —en este caso, la defensa de Israel— y sus propios imperativos políticos se encuentra en una situación peligrosa, por no hablar de uno que está a seis meses de pedir a los votantes un segundo mandato. Y si las protestas se extienden y parece que Biden pierde el control del país, las consecuencias políticas podrían ser ruinosas.
Las imágenes de los campamentos de protesta y de los estudiantes coreando son, mientras tanto, un regalo para el probable candidato del Partido Republicano, Donald Trump, ya que pinta una imagen distópica de una nación atormentada por los disturbios. Su narrativa, adoptada por los medios conservadores, es engañosa pero poderosa en manos de un demagogo tan competente.
Este martes, por ejemplo, Trump culpó al presidente en funciones. “Tenemos que detener el antisemitismo que está invadiendo nuestro país en estos momentos, y Biden tiene que hacer algo”, dijo a la cadena Fox. “Se supone que Biden es la voz de nuestro país y ciertamente no es una gran voz”, dijo el expresidente, que ha sido acusado de utilizar tropos antisemitas en la publicidad de campañas pasadas y de apaciguar a grupos supremacistas blancos y de extrema derecha como los Proud Boys.
Las manifestaciones también marcan un nuevo frente en una guerra cultural cada vez más intensa en torno a la educación. Los republicanos, a quienes durante mucho tiempo les ha gustado atacar a las universidades de élite, ven una oportunidad populista para animar a su base y aplastar una corriente de ideas de izquierdas.
Al mismo tiempo, los rectores de las universidades se esfuerzan por equilibrar sus propios principios con el control de los elementos ultraprogresistas de su alumnado, que ejemplifican la misión de la enseñanza superior cuestionando el statu quo, pero que atemorizan a algunos compañeros y están paralizando de hecho sus instituciones.
Y el espectro del extremismo de izquierdas está aumentando a medida que algunas protestas adoptan una retórica que suena a Hamas o Hezbollah sin parecer reconocer los atentados terroristas de Hamas que mataron a 1.200 personas en Israel en octubre.
Las protestas están llegando a un momento crucial.
¿Empezarán a desvanecerse cuando termine el curso académico y los estudiantes vuelvan a casa? ¿O arderán a fuego lento durante un largo y caluroso verano y con mayor intensidad en otoño, cuando se reanuden las clases y el país se encuentre en una situación política aún más delicada a pocas semanas de las elecciones?
Los republicanos ven una oportunidad
La representante republicana Elise Stefanik es una de las impulsoras de la creciente reacción política contra las protestas en los campus universitarios. La republicana de Nueva York es una frecuente defensora de las falsedades de Trump que amenazan la democracia sobre el fraude electoral de 2020. Pero la graduada de Harvard hizo la intervención crítica en una audiencia de la Cámara el año pasado que expuso el sorprendente equívoco de varios presidentes de la Ivy League sobre el antisemitismo que se disparó en los campus a raíz de la guerra en Gaza.
Stefanik estuvo este martes junto al presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, en un nuevo intento de atacar a Biden y a los demócratas por las revueltas en los campus, después de viajar a Columbia la semana pasada y exigir la intervención de la Guardia Nacional. “Se trata de una podredumbre moral que ha arraigado en todas las instituciones de enseñanza superior estadounidenses”, dijo Stefanik.
Johnson prometió utilizar los amplios poderes de la mayoría republicana en lo que parece un esfuerzo organizado de un partido político para suplantar a las autoridades universitarias. “El antisemitismo es un virus y, como la administración y los rectores de las universidades no intervienen, estamos viendo como se extiende”, dijo Johnson. “Tenemos que actuar y los republicanos de la Cámara de Representantes hablarán de este fatídico momento con claridad moral. Nos gustaría que los de la Casa Blanca hicieran lo mismo”.
Los intentos republicanos de explotar el malestar universitario tienen una larga historia. Ronald Reagan se presentó a gobernador de California en 1966 prometiendo “limpiar el desastre de Berkeley” y tachó las protestas por la guerra de Vietnam y los derechos civiles de tener más que ver con los disturbios y la anarquía que con la libertad académica. El presidente Richard Nixon criticó a menudo las manifestaciones estudiantiles contra la guerra, refiriéndose en una ocasión a los radicales universitarios que se oponían a sus políticas como “vagos”.
El actual ataque del Partido Republicano contra las protestas en los campus es una obviedad. Las manifestaciones están dividiendo ahora al Partido Demócrata entre el activismo que define su ADN y los líderes del partido que entienden los peligros potenciales que se avecinan si los votantes moderados e indecisos —incluso los que no están de acuerdo con la gestión de la guerra por parte de Biden— se vuelven contra lo que perciben como extremismo liberal en un año electoral. Los demócratas tardaron años en neutralizar el impacto político de las demandas de desfinanciación de la Policía que surgieron durante las protestas de Black Lives Matter en 2020.
Aun así, el enfoque del Partido Republicano también está manchado de hipocresía. Los republicanos han pasado años quejándose de que la libertad de expresión en el campus está bajo amenaza y que las causas y los líderes conservadores están siendo expulsados. Ahora que los estudiantes están ejerciendo esos mismos derechos para protestar contra las políticas de Israel, los líderes del Partido Republicano están pidiendo medidas enérgicas y exigiendo a los líderes universitarios que llamen a fuerzas policiales externas para desalojar a los manifestantes.
Los republicanos también están utilizando el drama de las protestas estudiantiles como escudo y para restar importancia al propio extremismo de su presunto candidato. Trump ya ha dicho que la concentración supremacista blanca de Charlottesville (Virginia) en 2017 —en la que los manifestantes corearon “los judíos no nos reemplazarán” y murió una persona— es una minucia comparada con estas protestas estudiantiles. El expresidente fue acusado de no condenar a los extremistas y antisemitas con suficiente contundencia cuando dijo que había “gente muy fina en ambos bandos”.
Cualquier escena de violencia en las protestas también jugará a favor del Partido Republicano, ya que los principales líderes del partido disimulan sobre lo que realmente ocurrió cuando los partidarios de Trump irrumpieron en el Capitolio estadounidense el 6 de enero de 2021 para intentar impedir que se certificara la victoria de Biden. Las imágenes de un manifestante usando un martillo para irrumpir en un edificio de Columbia se reproducían en bucle en la televisión conservadora este martes. Y hablando fuera de la sala del tribunal de Nueva York que acoge su juicio penal, Trump exigió que los manifestantes sean tratados igual que los cientos de sus partidarios condenados por irrumpir violentamente en el Capitolio. “Me pregunto si va a ser el mismo tipo de tratamiento que dieron al 6E”, preguntó Trump.
De momento, los disturbios no son comparables, ya que no hay una turba de estudiantes intentando destruir la democracia estadounidense. Pero los argumentos del expresidente serán persuasivos para sus millones de seguidores y sólo complican la posición de Biden sobre las protestas.
¿Un despertar generacional o una moda pasajera?
De momento, las protestas en los campus no se acercan a la magnitud de las manifestaciones y marchas de Black Lives Matter en ciudades de Estados Unidos y el extranjero tras el asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco en 2020. Y todavía no están en la misma liga que las protestas por los derechos civiles y la guerra de Vietnam en las décadas de 1960 y 1970. Pero esos movimientos nacionales eran minúsculos para empezar, así que hay precedentes de que las protestas estudiantiles crecen, y ahora existe el poder de convocatoria de las redes sociales que puede crear un sentido de propósito común entre manifestantes a cientos de kilómetros de distancia.
David Farber, profesor de historia de la Universidad de Kansas, explicó este lunes a Paula Newton en CNN International que las protestas de la época de Vietnam “a menudo empezaron siendo pequeñas. A menudo se les tachaba de marginales… de locos, pero el movimiento contra la guerra prendió y los estudiantes desempeñaron un papel importante en él. Y finalmente la marea se volvió contra la guerra de Vietnam en la opinión pública estadounidense”.
Los estudiantes radicales de mediados de la década de 2020 no son neófitos políticos. Provienen de una generación que soportó el miedo a los tiroteos masivos en los institutos, que vio sus vidas truncadas por la pandemia del covid-19 y que protagonizó huelgas en el periodo de Black Lives Matter.
Puede que tampoco sea una coincidencia que las protestas propalestinas impulsadas por los estudiantes tengan lugar en un año en el que un hombre blanco de 81 años se enfrenta a un hombre blanco de 77 años por la presidencia. Ni Trump ni Biden tienen el atractivo para los votantes más jóvenes de un John Kennedy o un Barack Obama.
Al mismo tiempo, con algunas protestas estudiantiles de tamaño modesto en comparación con las universidades a las que se dirigen, no está claro que los manifestantes sean realmente representativos de toda una generación en la cúspide de un despertar político.
Aun así, el enfado de los votantes más jóvenes por la guerra tiene profundas implicaciones para la candidatura del presidente a la reelección. Una encuesta de la CNN reveló un descontento mayoritario sobre la gestión de la guerra por parte de Biden entre los votantes registrados de todo el país, con un 81% de desaprobación entre los votantes menores de 35 años. Una encuesta más específica entre jóvenes de 18 a 29 años publicada por la Universidad de Harvard sugiere una visión matizada de la guerra en Gaza. Aproximadamente una quinta parte de la cohorte considera justificada la respuesta de Israel a los ataques del 7 de octubre, mientras que el 32% piensa que no estaba justificada. La mayoría siente simpatía tanto por los israelíes como por los palestinos. Pero la crisis palestino-israelí se sitúa muy por detrás de cuestiones como la inflación, la sanidad, la vivienda, la violencia armada, el empleo y la protección de la democracia en cuanto a su importancia para los votantes más jóvenes.
Aun así, es probable que las elecciones de noviembre se decidan por márgenes tan estrechos que cualquier joven votante que abandone a Biden o que simplemente no esté motivado para presentarse podría desempeñar un papel muy importante en los estados indecisos que elegirán al próximo presidente.