Nota del editor: Frida Ghitis, exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN en Español.

(CNN) – Durante una reciente visita al campamento estudiantil de la Universidad de Columbia, la representante demócrata Ilhan Omar, de Minnesota, hizo lo que tal vez pensó que era una afirmación progresista. “No deberíamos tener que tolerar el antisemitismo o el fanatismo hacia todos los estudiantes judíos”, declaró, “ya sean progenocidio o antigenocidio”. Omar, cuya hija fue detenida en las protestas, parecía insinuar que los estudiantes que respaldan las acciones de Israel en Gaza son partidarios del genocidio.

La afirmación, los cánticos, los lemas contra el presidente Joe Biden llamándolo “Joe genocida” (para regocijo del expresidente Donald Trump) por su apoyo a Israel forman parte de una campaña asombrosamente exitosa para presentar la guerra defensiva de Israel contra Hamas como un acto de genocidio.

La acusación no solamente es absurda, es indignante. Sin embargo, increíblemente, es una calumnia que ha ganado adeptos.

Sí, Israel ha matado a miles de palestinos tras los ataques de Hamas del 7 de octubre. El sufrimiento de la población de Gaza es desgarrador, horroroso. Y es posible que Israel no haya hecho todo lo posible por minimizar el número de víctimas civiles. Pero es absurdo el salto que supone calificar su campaña militar de genocidio, es decir, el grado más profundo de depravación de la humanidad.

Mucha gente ve, como yo, una conexión directa en las acusaciones de genocidio con una calumnia con la que, desde hace siglos, se ha atormentado al pueblo judío, utilizada desde la Edad Media para provocarlo e incluso para justificar su masacre y exilio. Se trata del libelo de sangre, que durante mucho tiempo ha contribuido a atizar el fuego aparentemente inagotable del antisemitismo.

El libelo de sangre original afirmaba que los judíos asesinaban a cristianos, sobre todo a niños, para poder utilizar su sangre en rituales. Puede sonar irrisorio, ridículo, pero a lo largo de cientos de años muchos lo han creído. Algunos todavía lo hacen. En 2014, Wolf Blitzer, de CNN, se enfrentó en directo a un funcionario de Hamas por su afirmación de que los judíos utilizan sangre cristiana en el matzo que comen en Pésaj.

A lo largo de los siglos, esta difamación dio lugar a otros lugares comunes antisemitas: que los judíos son vampiros, chupasangres y recolectores de órganos. Desde el 7 de octubre han aparecido una y otra vez imágenes de judíos y estrellas de David chorreando sangre.

De hecho, demasiadas personas hoy en día están dispuestas a asumir los peores motivos posibles para las acciones de los judíos o, en este caso, del Estado judío, lo que convierte al histórico libelo de sangre en heredero de una serie de calumnias modernas en constante evolución que culminan en genocidio.

Genocidio es un término que se consagró en el derecho internacional después de que la Alemania nazi intentara aniquilar a todos los judíos de Europa, matando a 6 millones, entre ellos cerca de 1,5 millones de niños. Es algo completamente distinto de lo que está ocurriendo en Gaza.

La Convención sobre el Genocidio de la ONU define el genocidio como “actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. El término fue acuñado por Raphael Lemkin, un jurista polaco-judío que en la década de 1930 comenzó a presionar para que se promulgara una ley internacional que prohibiera tales atrocidades mientras los judíos de Europa del Este sufrían brutales pogromos. Escapó a Estados Unidos y más tarde ayudó a preparar los juicios de Núremberg contra los nazis que, entre los millones de muertos, habían asesinado a su familia que se quedó en Europa.

Las afirmaciones de que Israel ha estado cometiendo un genocidio de palestinos datan de mucho antes del 7 de octubre. Sin embargo, la población de Gaza se estimaba en menos de 400.000 personas cuando Israel capturó el territorio de Egipto en una guerra contra múltiples países árabes en 1967. Ahora se estima en algo más de 2 millones. Un crecimiento de la población de casi el 600% lo convertiría en el genocidio más inepto de la historia del mundo.

¿Y ahora qué?

Quienes repiten una y otra vez la palabra genocidio, convirtiéndola en un mantra que penetra en la conciencia pública, desprestigiando a Israel y a cualquiera que lo apoye, ignoran los hechos de esta guerra.

No se trata de una guerra no provocada, como la de Rusia contra Ucrania. No es una guerra civil entre milicias rivales, como la que asola Sudán que, por cierto, está siendo ignorada por casi todo el mundo, a pesar de que la ONU la describe como una de las “peores crisis humanitarias de la historia reciente”, donde una hambruna podría matar a 500.000 personas.

No, Israel fue atacado. El 7 de octubre, Hamas lanzó un atroz asalto contra civiles israelíes, matando a unos 1.200, entre ellos muchas mujeres y niños, y arrastrando a cientos de ellos como rehenes a Gaza. En la actualidad, decenas de ellos, entre ellos muchas mujeres y niños, siguen cautivos.

Quienes siguen diciendo que la respuesta de Israel es un acto de venganza y no la guerra estratégica y defensiva que la mayoría de los israelíes ven como una lucha por la supervivencia nacional contra un enemigo decidido respaldado por un país poderoso están distorsionando deliberadamente la realidad. Al hacerlo, están evocando perversamente la misma falsa sed de sangre y lo grotesco incrustado en el arquetipo del libelo de sangre.

La masacre de Hamas, su violencia sexual de amplio alcance, la quema de familias enteras en sus hogares, su promesa de volver a hacerlo: éstas y otras graves amenazas que el grupo plantea a los israelíes son ignoradas en las caracterizaciones de las Fuerzas de Defensa de Israel como si solamente persiguieran venganza matando a civiles de Gaza.

De hecho, las acciones de Hamas, que precipitaron esta guerra, no parecen existir en las mentes de los manifestantes, quienes pretenden estar guiados por motivos puramente humanitarios. Ni siquiera el destino de los rehenes, aún cautivos en los túneles de Hamas, parece interesarles.

Aunque las protestas en los campus varían en sus mensajes y acciones de una escuela a otra, nunca oímos a los manifestantes corear que Hamas debería liberar a los rehenes o aceptar un alto el fuego. Más bien al contrario. Las acusaciones contra Israel incluyen a veces elogios a Hamas, uno de cuyos objetivos, el fin del Estado judío, es compartido por algunos de los principales organizadores de las protestas estudiantiles. Como dijo recientemente el secretario de Estado Antony Blinken: “Me sigue asombrando que el mundo guarde un silencio casi ensordecedor cuando se trata de Hamas”.

Acusar a Israel de genocidio y hacer recaer sobre el Estado judío toda la responsabilidad de detener la guerra, echándole toda la culpa de las muertes, es aún más asombroso porque Hamas, designado organización terrorista por Estados Unidos, la Unión Europea y muchos otros países, es un grupo cuyo objetivo explícito, según su carta fundacional, no es simplemente destruir a Israel, sino matar judíos. Esa es la definición de genocidio.

Sin embargo, las cifras de víctimas de Gaza son elaboradas por personas que responden ante Hamas, que ha gobernado Gaza como una dictadura durante casi dos décadas. Se repiten con regularidad, sin escepticismo apreciable, a menudo sin atribución específica a Hamas como fuente. No sé cuántas personas han muerto. Pero es razonable creer que Hamas tiene un incentivo para inflar las cifras.

Aun así, el número de muertos, incluso según el recuento de Hamas, no sugiere en modo alguno una campaña genocida. La organización terrorista cifra el total en unas 35.000 personas. La cifra, cuestionada por el Washington Institute for Near East Policy entre otros grupos de reflexión e investigadores, incluye a los combatientes de Hamas. Eso significa que el número de civiles muertos, independientemente del total, es en realidad inferior.

Basta comparar esta cifra con el número de muertos en Mosul (Iraq), donde las fuerzas de la coalición expulsaron a ISIS de una ciudad que contaba con unos 600.000 habitantes en ese momento. Las estimaciones del número exacto de muertos varían entre 9.000 y 40.000 (esta última es la estimación de la inteligencia kurda). La cifra más baja está a la par con la tasa de muertes totales comunicada por las autoridades de Hamas en Gaza, que no distingue entre civiles y combatientes de Hamas, mientras que la más alta es cuatro veces mayor.

No recuerdo haber oído allí el término genocidio, ni en ninguna de las batallas que provocaron la muerte de más de medio millón de personas en Afganistán e Iraq durante las guerras de Estados Unidos en estos países. Y sin embargo, Israel ha sido objeto repetidamente de esta acusación difamatoria.

Jake Tapper, de CNN, preguntó recientemente al teniente general Mark Hertling, un distinguido y experimentado líder militar estadounidense, si creía que Israel está llevando a cabo su guerra con los mismos criterios, ponderando el valor militar de los objetivos frente al riesgo para los civiles, que utilizaría Estados Unidos. Su respuesta fue: “Sí, lo creo”.

La muerte de cualquier civil inocente es una tragedia, y en Gaza han muerto demasiados. Me duele el corazón cuando veo las imágenes y escucho las historias de lo que están soportando. Pero Israel está librando una guerra diferente a todas las que se recuerdan. El combate urbano es notoriamente difícil, notoriamente duro para los civiles.

Esto se ve agravado en Gaza por el esfuerzo deliberado de Hamas de rodearse de civiles, infiltrados en túneles, con la certeza, acertada, por lo visto, de que un elevado número de muertos volverá a la opinión mundial en contra de Israel y creará presión para detener la guerra, de modo que Hamas pueda sobrevivir y seguir luchando.

Sudáfrica formalizó la más reciente encarnación del libelo de sangre cuando presentó una demanda ante la Corte Internacional de Justicia acusando a Israel de genocidio. La respuesta del tribunal se ha tergiversado, como acaba de explicar su expresidente. Consideró que los palestinos tienen un “derecho plausible” a ser protegidos del genocidio.

Muchos habían informado erróneamente de que el tribunal había dicho que la acusación de genocidio de Sudáfrica era en sí misma plausible.

La imagen de Israel no se ve favorecida por su actual gobierno. El primer ministro Benjamin Netanyahu ha incorporado a su coalición a algunos ministros extremistas cuyas declaraciones y comportamiento son más que repugnantes. Pero sus palabras no constituyen la política nacional. De hecho, algunos israelíes, incluidos políticos de alto nivel, los han condenado en los términos más enérgicos. Por eso, en parte, no resultan convincentes los esfuerzos de Omar por limpiar sus calumnias hacia los estudiantes judíos señalando esa retórica después de verse sometida a presiones.

Una de las áreas en las que Israel ha fracasado es en el suministro de alimentos a la región. Según la ONU, algunas zonas de Gaza, sobre todo en el norte, se enfrentan a la inanición o se encuentran ya en medio de una hambruna.

Cualquier muerte por hambre es espantosa, e Israel debería haber mejorado hace tiempo las operaciones para controlar las entregas. Pero esta situación desesperada no es indicio alguno de intenciones genocidas.

La distribución de ayuda en medio de una zona de guerra sin ley y sin policía que proteja los suministros es increíblemente difícil, y Hamas a veces parece intentar empeorar la situación. Hamas ha “interceptado y desviado” ayuda alimentaria, según el Departamento de Estado. Según el coordinador humanitario de la ONU para los Territorios Palestinos, James McGoldrick, los camiones que transportaban alimentos han sido saqueados y atacados, aunque no especificó por qué grupos. El domingo, Hamas disparó cohetes en dirección a uno de los principales pasos de suministros de ayuda, matando a cuatro soldados israelíes e interrumpiendo las entregas humanitarias. Incluso el muelle que está construyendo Estados Unidos para impulsar las entregas de ayuda ha sido blanco de ataques.

Es justo criticar a Israel por muchos motivos. Su conducta en esta guerra puede ser y será objeto de debate durante años. Pero los manifestantes que califican la guerra defensiva de Israel de genocida, los políticos que acusan a los partidarios de Israel de estar a favor del genocidio e incluso los periodistas y otros observadores que se muestran tan complacientes con la premisa que permiten que tales acusaciones permanezcan impunes, como sucede tan a menudo, es otro alarmante ejemplo del resurgimiento del odio más antiguo: el antisemitismo del siglo XXI.