Nota del editor: En Snap, nos fijamos en el poder de una sola fotografía, relatando historias sobre cómo se tomaron imágenes tanto modernas como históricas.
(CNN) – En un puesto de avanzada del valle oriental afgano de Korengal, en medio de una campaña militar estadounidense intensificada contra los talibanes, dos soldados parecen estar luchando, el uno contra el otro. Es una pelea de juego y el joven de abajo tiene a su camarada en una llave de cabeza, forzando un beso en la mejilla.
La fotografía, tomada en 2008 por el fallecido fotógrafo británico Tim Hetherington, es de una época en la que casi una quinta parte de todos los combates en Afganistán tenían lugar en el valle de casi 10 kilómetros.
En los largos ratos de aburrimiento que surgían cuando el enemigo no aparecía por ninguna parte, los hombres tenían que encontrar otras cosas que hacer en su remoto puesto de avanzada.
“Estos hombres son duros y agresivos, y cuando no había combate, se volvían agresivos entre ellos, de forma fraternal”, explica Sebastian Junger, escritor y periodista que llevó a Hetherington por primera vez a Afganistán en 2007, en un encargo para la revista Vanity Fair.
Tanto Hetherington como Junger quedaron “enamorados de la oportunidad de mostrar la intimidad de un pelotón en combate”, declaró Junger en una entrevista telefónica. Ambos codirigieron el documental nominado al Oscar “Restrepo”, rodado durante el despliegue del mismo pelotón.
Bobby, el soldado de la parte inferior de esta imagen, es recordado por Junger como “increíblemente divertido, extremadamente inteligente”. En la parte superior está Cortez, “un chico increíblemente dulce”, dijo Junger, añadiendo que era “una especie de niño bonito del pelotón”.
La fotografía se expone actualmente en el Museo Imperial de la Guerra (IWM) de Londres, acompañada de un extracto del diario de Hetherington escrito ese mismo año: “Al final tiene poco que ver con la guerra, y mucho que ver con ser hombres… O en el caso que nos ocupa, con convertirse en hombres”.
Las obras forman parte de una exposición titulada “Storyteller: Photography by Tim Hetherington”, que se inauguró en el decimotercer aniversario de la muerte del fotógrafo (murió alcanzado por la metralla mientras filmaba y fotografiaba la Guerra Civil libia en abril de 2011).
Junger coincide con el sentimiento de su amigo. “Una de las cosas que se le dan muy bien a este lugar es convertir a los niños en hombres. Y creo que eso siempre ha sido cierto en la guerra”.
Jóvenes en conflicto
“La experiencia de la guerra fue la única oportunidad que tuvieron los hombres en una sociedad de expresarse amor incondicional los unos por los otros”, es una cita que Hetherington repetía a menudo, según sus amigos.
La aprendió por primera vez de otro amigo, el fotógrafo James Brabazon, mientras ambos esperaban junto a las fuerzas rebeldes liberianas que iban a atacar la capital, Monrovia, durante la Guerra Civil de Liberia en 2003. Fue la primera experiencia de combate de Hetherington.
Brabazon escuchó por primera vez el dicho de su abuelo, un soldado británico que sirvió en la Segunda Guerra Mundial. “Se lo tomó muy en serio”, explica Brabazon en una entrevista en video con CNN. “A Tim le interesaba mucho la dinámica de los hombres jóvenes… Le interesaba mucho cómo se relacionaban los hombres jóvenes entre sí, cómo se representaban unos a otros, de dónde procedían esas representaciones, cómo se amplificaban y cómo se perpetuaban, sobre todo en los conflictos”.
En un puesto remoto donde la sociedad estaba “despojada”, estos vínculos captaron la atención de Hetherington más que la propia guerra.
“Me interesaban mucho más las relaciones entre los soldados y mi propia relación con ellos que los combates”, dice una cita de Hetherington en la exposición. “Mi examen de los hombres jóvenes y la violencia, o de los hombres jóvenes… Es tanto un viaje sobre mi propia identidad como sobre esos jóvenes soldados”, escribió.
Tras su año en el Korengal, Hetherington publicó “Infidel”, un libro de fotografías tomadas durante su despliegue con comentarios suyos y de los soldados estadounidenses con los que estuvo.
Uno de los colaboradores es Cortez, uno de los sujetos de la foto, que escribió: “Les dije una y otra vez que si estallaba una granada, me lanzaría sobre ella… Porque en realidad quiero a mis hermanos. Quiero decir, es una hermandad… Creo que cualquiera de ellos también lo haría por mí”.
‘Es muy importante que esta obra haya sucedido’
El IWM, que conserva todo el archivo de la obra de Hetherington, trabajó con investigadores y diferentes comunidades para averiguar cómo se relacionaban con la fotografía de conflictos. Greg Brockett, curador de la exposición, estaba especialmente interesado en saber cómo responderían las comunidades de refugiados a la obra de Hetherington.
“Es muy difícil saber cómo va a responder la gente… porque muchos de ellos vivieron directamente la guerra y el conflicto”, declaró a CNN en una entrevista en video. “Lo que me sorprendió fue que, en general, había un sentimiento abrumador de personas que sentían que es muy importante que este trabajo sucediera, y que la gente fuera capaz de ver las realidades que experimentan”.
“Me interesa menos que la gente se lleve el conocimiento de Tim, me interesa más que la gente se lleve la inspiración de Tim”, afirmó Stephen Mayes, director ejecutivo del Tim Hetherington Trust, que también habló con CNN por videollamada.
Hetherington se distinguía de otros fotógrafos de conflictos por su enfoque, que implicaba pasar largos periodos de tiempo con sus sujetos. A menudo utilizaba cámaras de película y hablaba con sus sujetos mientras los fotografiaba.
“No le interesaba la fotografía en sí misma, por sí misma. Le interesaba cómo le permitía acceder a la vida de los demás”, afirma Brabazon.
Se llevó un pedazo de su alma
En este proceso, a Hetherington le preocupaba que la fotografía pudiera ser explotadora. “Quería que el proceso fuera consensuado y también que dejara algo en la comunidad”, añade Brabazon, recordando una serie de fotografías callejeras que Hetherington hizo en Liberia, en las que fotografiaba a la gente, quedándose una Polaroid para él y dando otra al sujeto.
“Creo que eso era muy importante, porque permitía a la gente intervenir en la obra que se estaba creando… Se trata de extender la cortesía de la participación en la creación de la obra al propio sujeto”.
Los amigos de Hetherington reflexionan sobre la tragedia de su muerte en Libia, y creen que fue asesinado en su mejor momento como fotógrafo, no solo por las imágenes que produjo, sino por sus reflexiones sobre lo que significaba capturar conflictos.
Mayes menciona el viejo adagio de que tomar una foto se lleva un pedazo del alma del sujeto. “Tim pensaba, definitivamente, en su mente, que en cierto modo había vendido su alma al diablo, porque veía que al tomar cada foto que hacía, se llevaba un pedacito de su alma”.
“¿Cuál quería Tim que fuera el efecto de su trabajo? Es una pregunta cuya respuesta no creo que lleguemos a conocer nunca, porque murió en el proceso de averiguarlo”, explica Brabazon.
En la última entrada de su diario, el 19 de abril de 2011, Hetherington escribió sobre su asistencia al funeral de un combatiente rebelde que murió alcanzado por un mortero. Escribió sobre los jóvenes que conoció allí: “Están muy contentos de que estemos aquí para ayudarles. Sienten que ahora todo el mundo puede ver”.
– La exhibición “Storyteller: Photography by Tim Hetherington” está disponible en el Museo Imperial de la Guerra de Londres hasta el 29 de septiembre.