(CNN) – Una feria de armas puede contener todos los adornos de la guerra, pero no se parece en nada a un campo de batalla. Es “un parque infantil sobredimensionado para adultos con vino, botanas y armas brillantes”, afirma el fotógrafo Nikita Teryoshin en un comunicado de prensa sobre su nuevo libro, “Nothing Personal: The Back Office of War”.
Los cuerpos, prosigue, son maniquíes o píxeles en una pantalla. Las ametralladoras y bazucas se conectan a pantallas planas para disparar a objetivos en una simulación similar a un juego de computadora, y se escenifican simulacros de batallas en entornos artificiales para invitados de alto rango, jefes de Estado, ministros, generales y traficantes de armas.
“Diría que me dejó alucinado”, declaró Teryoshin a CNN en una videollamada, recordando la primera vez que asistía a una feria de armamento, donde se exhiben y venden equipos militares, de seguridad y policiales.
El fotógrafo ruso dijo que estaba acostumbrado a ver imágenes de guerra en los medios de comunicación: ciudades destruidas, rostros ensangrentados de personas atrapadas en conflictos, pero que le sorprendió la desconexión entre esas escenas y los negocios que había detrás de ellas.
“La mayoría de las veces, veía a la gente… bebiendo cerveza, vino y, como, un vodka al lado de las ametralladoras y realmente (teniendo) una fiesta de bebida dura”, dijo el hombre de 37 años, que ha pasado cerca de una década documentando lo que sucede detrás de las escenas del complejo militar-industrial.
Teryoshin ha visto cómo se vendían y probaban armas en exposiciones de todo el mundo, en Polonia, Belarús, Francia, Alemania, Corea del Sur, China, Emiratos Árabes Unidos, Perú, Rusia, Vietnam, Estados Unidos y Sudáfrica.
Su libro, publicado a principios de este año, describe una empresa absurda dirigida por mercaderes de la destrucción aparentemente descuidados.
Una foto muestra una taza de café a medio consumir cerca del borde de una mesa, apenas a un metro de los misiles Python, Derby y Spike ER falsos, a la venta por cientos de miles de dólares cada uno. Otra imagen muestra a un hombre con un brillante traje gris a rayas que se arrastra bajo un vehículo blindado entre dos grandes neumáticos que parece que podrían aplastarle en cualquier momento.
“Creo que (nos) dice cosas sobre esta banalidad de, se puede decir, el mal… y cómo estamos vendiendo armas como (si fueran) aspiradoras”, dijo Teroyshin. “Por un lado, intentaron que pareciera perfecto con este (espacio tipo galería) para la exposición, y por otro, cuando miras… (y) ves todos los detalles… es algo sucio”.
Teryoshin captó estas escenas con un estilo inconfundible, utilizando el flash para crear imágenes saturadas y de gran contraste, algunas de ellas tomadas desde ángulos incómodos para dejar al espectador con una sensación de inquietud.
El fotógrafo también tiene un don para distinguir la cursilería y la propaganda. Está el primer plano de un maniquí de ojos azules y labios rojos vestido con uniforme militar y sombra de ojos brillante; una imagen de aviones de combate y nubes de algodón de azúcar que parece un póster de viaje y en la que se podría leer “Wish you were here” escrito en cursiva; o la foto de un soldado de cartón con equipo militar completo, sosteniendo un rifle con una representación caricaturesca de un hongo nuclear de fondo. Cuanto más autoritario es el país anfitrión, más kitsch resulta todo, afirma Teroyshin.
En Rusia, Teryoshin visitó una feria de armas en Patriot Park, un enorme parque temático descrito a menudo como una “Disneylandia militar” donde se anima a los visitantes a subirse a tanques, participar en escenarios de guerra urbana y comer raciones militares en la cafetería del parque. Fue allí donde el fotógrafo presenció el mayor despliegue de potencia de fuego que jamás había visto: un campo de batalla simulado, con terreno artificial y cohetes muy reales.
“Ha sido la única (feria de armamento en la que he estado) en la que se han disparado cohetes de verdad a más de 20 kilómetros”, afirma Teroyshin.
Ni sangre ni cadáveres
El fotógrafo dijo que pensaba que los vendedores de las ferias de armas se distanciaban activamente del daño que causan estas armas. “No hay ninguna relación con la muerte y la guerra. Nunca se ve sangre ni cadáveres”, dijo Teroyshin, añadiendo que lo único que vio que mostraba el impacto humano era un maniquí amputado (llamado Majid), utilizado para simular escenarios de atención médica catastrófica.
Las empresas armamentísticas también parecían autoproclamarse héroes, dijo Teroyshin, que documentó los eslóganes que vio in situ. El Grupo Kalashnikov, cuyos fusiles AK-47 son de los más baratos del mercado y se cree que han matado a más personas en todo el mundo que cualquier otra arma de fuego, utilizaba el eslogan “70 años defendiendo la paz”, mientras que en el material de marketing de Lockheed Martin, uno de los mayores fabricantes de armas del mundo, se podía leer: “Estamos diseñando un mañana mejor”.
En su libro, Teroyshin ha ironizado sobre los eslóganes con sus propias imágenes tomadas en las ferias. El eslogan “Engineered for life”, de la empresa ITT Inc, aparece junto a un primer plano de un maniquí con un agujero de bala en la cabeza. Mientras tanto, un eslogan de Otis Defence (“Creemos que todas las armas deben disparar siempre como nuevas. Cuando sea. Donde sea. Para siempre.”) se empareja con una imagen de tres mujeres con velos islámicos en una feria de armas, una de ellas simulando sostener un rifle representado en el cartel frente a ella.
Teroyshin empezó a documentar todo tipo de ferias, de mascotas, agricultura y funerarias, porque su escuela de fotografía en Dortmund, Alemania, estaba situada junto a un pabellón de exposiciones. En 2016, el fotógrafo, que vive en Alemania desde hace más de 20 años, publicó “Hijos y armas”, una serie fotográfica sobre ferias de caza, antes de centrar su atención en las ferias de armas.
Empezó a hacer fotos mostrando las caras de compradores y vendedores, pero más tarde optó por mantenerlas ocultas. “Simplemente pensaba: ‘no se trata de ciertas personas, sino más bien del sistema que hay detrás’, que es el problema”, afirma Teryoshin. “Porque la mayoría de la gente te dirá: ‘Sí, tenemos que trabajar aquí porque tenemos que alimentar a nuestra familia’”.
El anonimato de los sujetos también era una metáfora de una industria que “es un poco turbia” y “no quiere mucha publicidad”, añadió.
En una de las últimas páginas del libro, Linda Åkerström la jefa de Política y Defensa de la Sociedad Sueca de Paz y Arbitraje escribió un epílogo para el libro de Teroyshin detallando su experiencia en IDEX, la mayor feria de armas en el Medio Oriente, y el crecimiento del complejo militar-industrial.
En él afirma que el gasto militar mundial alcanzó la cifra récord de US$ 2,2 billones, y que el gasto en Europa Central y Occidental superó los niveles “del final de la Guerra Fría”. Estados Unidos y Rusia, dijo, fueron responsables de “más de la mitad de las exportaciones mundiales de las principales armas convencionales de 2018 a 2022”, y que los estados que más importaron fueron India, Arabia Saudita, Qatar, Australia y China.
Åkerström afirmó que, a pesar de que el Tratado sobre el Comercio de Armas entró en vigor en diciembre de 2014, muchos de los principales exportadores e importadores del mundo, entre ellos Estados Unidos, Rusia, India y Arabia Saudita, aún no lo han ratificado y que “el comercio internacional de armas sigue estando menos regulado que el comercio de plátanos”.
Teroyshin dijo que al comenzar su trabajo creía que las armas no tenían cabida en el mundo, pero con el comienzo de la guerra de Ucrania ha cambiado de opinión. “Es importante que Ucrania pueda tener como contraatacar y proteger la democracia allí contra el régimen de Putin”.
Como un vendedor anónimo de la sueca en BAE Systems Bofors dijo Åkerström: “A mí también me gustaría un mundo libre de armas, pero siempre hay un loco. Si no puedes devolver el golpe, te darán una paliza”.
“Nothing Personal: The Back Office of War”, publicado por Gost, ya está disponible.