Hong Kong (CNN) – Mientras las fuerzas rusas sobrevolaban la frontera ucraniana en los primeros momentos de su invasión, otra embestida menos visible ya estaba en marcha: un ciberataque que paralizó el Internet conectado a una red de comunicaciones vía satélite.
Esa ofensiva tecnológica, llevada a cabo por Rusia una hora antes de que comenzara su asalto terrestre en febrero de 2022, tenía como objetivo la disrupción del mando y control de Kyiv en los cruciales primeros momentos de la guerra, según afirman los gobiernos occidentales.
El ciberataque, que afectó a módems conectados a un satélite de comunicaciones, tuvo efectos de gran alcance: paralizó turbinas eólicas en Alemania y cortó el acceso a internet a decenas de miles de personas y empresas de toda Europa. Tras el ataque, Ucrania buscó otras formas de conectarse a Internet.
Para los gobiernos y los analistas de seguridad, el ciberataque puso de relieve cómo los satélites, que desempeñan un papel cada vez más crítico a la hora de ayudar a los ejércitos a posicionar efectivos, gestionar las comunicaciones y lanzar o detectar armas, pueden convertirse en un objetivo clave durante la guerra.
A medida que los países y las empresas construyen constelaciones de satélites, un número creciente de gobiernos compiten por una tecnología que pueda perturbar o incluso destruir los activos del adversario, no sólo desde tierra, como en el supuesto ciberataque ruso, sino también en el espacio.
Tecnologías de interferencia y suplantación de señales, láseres de alta potencia para deslumbrar a los sensores de imágenes, misiles antisatélite y naves espaciales con capacidad para interferir con otras en órbita: tecnologías contraespaciales que, según los analistas, podrían utilizar potencias líderes como Estados Unidos, Rusia y China para atacarse mutuamente.
Un ejemplo extremo de una posible arma contraespacial saltó a la palestra a principios de este año cuando los servicios de inteligencia estadounidenses sugirieron, según informó CNN, que Rusia estaba intentando desarrollar un arma nuclear antisatélite basada en el espacio, afirmación que Moscú ha negado.
Lejos de afectar únicamente a los satélites de uso militar, un arma de este tipo podría tener repercusiones amplias y devastadoras: por ejemplo, destruir los satélites de los que depende el mundo para predecir el tiempo y responder a las catástrofes, o incluso afectar potencialmente a los sistemas mundiales de navegación utilizados para todo, desde la banca y el transporte de mercancías hasta los viajes compartidos y el envío de ambulancias.
La semana pasada, EE.UU. acusó a Rusia de lanzar un satélite “posiblemente capaz de atacar a otros en órbita terrestre baja”, y las autoridades estadounidenses afirmaron que este lanzamiento se produce tras otros lanzamientos de satélites rusos de probables “sistemas contraespaciales” en 2019 y 2022.
Es difícil hacer un seguimiento del desarrollo de las capacidades contraespaciales de los países, dada su naturaleza estrechamente vigilada y la ambigüedad del doble uso de muchas tecnologías espaciales.
En los últimos años, tanto Rusia como China han avanzado en el desarrollo de tecnología que podría utilizarse para tales fines, mientras que Estados Unidos sigue desarrollando la investigación y las capacidades espaciales relacionadas, según los expertos y los informes de fuentes abiertas.
El desarrollo de tecnologías contraespaciales se está produciendo en medio de una nueva era de atención al espacio, en la que Estados Unidos y China compiten por poner astronautas en la Luna y construir bases de investigación allí, y en la que los avances en la tecnología de lanzamiento de satélites significan que un número cada vez mayor de actores, incluidos adversarios de Estados Unidos como Corea del Norte e Irán, están poniendo activos en órbita.
Y a medida que aumentan las rivalidades geopolíticas en la Tierra, los expertos afirman que Beijing y Moscú están cada vez más interesados en encontrar formas de negar a Estados Unidos, como país con más capacidades terrestres vinculadas al espacio, la posibilidad de utilizarlas.
Carrera contraespacial
La idea de armas dirigidas o posicionadas en el espacio sigue siendo muy controvertida, pero no es nueva.
Hace décadas, EE.UU. y la Unión Soviética competían por tecnologías para derribar los satélites del otro, con el lanzamiento en 1957 por Rusia del Sputnik, el primer satélite artificial del mundo, seguido rápidamente por ensayos de contraespacio estadounidenses.
Desde la caída de la Unión Soviética, Estados Unidos se ha convertido en la potencia preeminente en lo que se refiere a capacidades en el espacio vinculadas a la realización de operaciones militares en la Tierra, según los analistas, una fuerza que Rusia y China han esperado volver en su contra para igualar el campo de batalla.
“Desarrollar capacidades contraespaciales como las armas (antisatélite) proporciona un medio para disrumpir las capacidades basadas en el espacio de tu adversario, ya se trate de sistemas de comunicación, navegación o mando y control y de redes logísticas que dependen de sistemas basados en el espacio”, afirmó Rajeswari Pillai Rajagopalan, director del Centro de Seguridad, Estrategia y Tecnología de la Observer Research Foundation de Nueva Delhi.
“Negar a Estados Unidos cualquier ventaja que pueda obtener del uso del espacio en un conflicto militar convencional es lo que está impulsando a Rusia y China en cuanto al desarrollo de sus capacidades y estrategias”, afirmó.
Con este fin, se cree que Rusia ha desempolvado programas de investigación antisatélite de la época de la Guerra Fría, como el desarrollo de un “sistema láser aerotransportado” para disrupción de satélites de reconocimiento de imágenes, según un informe anual de la fundación independiente estadounidense Secure World Foundation (SWF) publicado en marzo.
Según el informe, elaborado a partir de fuentes de información de dominio público, nuevos datos sugieren que Rusia podría estar ampliando sus capacidades de guerra electrónica terrestre con el desarrollo de tecnología espacial para interferir las señales de los satélites en órbita.
En los últimos años, Rusia también ha lanzado naves espaciales que parecen capaces de vigilar satélites extranjeros; la alta velocidad de dos de estos dispositivos y las sugerencias de que otros fueron capaces de liberar aerosoles indican que podrían ser pruebas de armamento, según la SWF.
China anunció sus propias ambiciones contraespaciales en 2007, cuando lanzó un misil a unos 800 kilómetros en el espacio para derribar uno de sus viejos satélites meteorológicos. La maniobra rompió una pausa de décadas, posterior a la Guerra Fría, en este tipo de pruebas destructivas de misiles antisatélite de “ascenso directo”, y fue seguida de operaciones similares por parte de Estados Unidos, India y Rusia.
Los analistas consideran que, desde entonces, China ha realizado múltiples pruebas de misiles no destructivos que podrían aumentar su capacidad de apuntar a satélites. La más reciente tuvo lugar el pasado mes de abril, según la SWF, aunque, como otras, Beijing la describió como una prueba de tecnología de interceptación de misiles.
La Fuerza Espacial estadounidense también cree que China está “desarrollando inhibidores para atacar una amplia gama de comunicaciones por satélite” y que dispone de “múltiples sistemas láser terrestres”.
Otras operaciones chinas en el espacio son difíciles de clasificar explícitamente como investigación armamentística, pero podrían tener una finalidad militar, según los expertos. Entre ellas se incluyen los satélites que pueden acercarse o encontrarse con otros en órbita, por ejemplo con fines de apoyo y mantenimiento, como el Shiyan-7, lanzado en 2013 y probablemente equipado con un brazo robótico.
Desde dentro de China se sugiere el posible doble uso de dicha tecnología. En una entrevista concedida en 2021 a los medios de comunicación estatales, Zang Jihui, ingeniero del Ejército Popular de Liberación (EPL), describió los experimentos de China con un satélite “equipado con un brazo robótico, capaz de cambiar de órbita y realizar una detección completa de otros satélites” como parte de sus “capacidades antisatélite”.
Beijing incluyó la salvaguarda de sus “intereses de seguridad en el espacio exterior” entre sus objetivos de defensa nacional en un informe oficial de 2019, pero lleva mucho tiempo diciendo que defiende “el uso pacífico del espacio exterior” y se opone a una carrera armamentística en él. La SWF afirma que no hay pruebas públicas confirmadas de que China utilice capacidades contraespaciales contra ningún objetivo militar.
Rusia también ha dicho que se opone a las armas en el espacio. Ambos países han establecido en los últimos años fuerzas militares dedicadas al sector aeroespacial, al igual que Estados Unidos, que lanzó su Fuerza Espacial en 2019 como la primera rama militar nueva desde 1947.
Funcionarios estadounidenses han descrito a Estados Unidos como un líder en el avance del “uso responsable y pacífico” del espacio exterior. Y dada su dependencia del espacio para su defensa, los expertos dicen que el ejército estadounidense es el que más se juega cuando se trata de garantizar que los países no utilicen tecnologías contra los satélites allí, una razón por la que los analistas dicen que la comunidad política estadounidense ha evitado durante mucho tiempo colocar armas en el espacio.
Según la SWF, entre todas las naciones, solo las capacidades no destructivas, como la interferencia de señales, se han utilizado activamente contra los satélites en las operaciones militares actuales.
“Negar” a China
Desde que en 2008 derribó con un misil uno de sus propios satélites averiados tras la prueba china, Washington se ha comprometido a no volver a realizar este tipo de pruebas destructivas de misiles antisatélite de ascensión directa, que pueden generar peligrosos desechos espaciales, y no se cree que tenga un programa operativo para tales capacidades.
Tampoco tiene un programa operativo reconocido para atacar satélites desde dentro de la órbita utilizando otros satélites o naves espaciales, aunque es probable que en el futuro pueda poner en marcha uno rápidamente, según la SWF.
Según la SWF, Estados Unidos ha realizado numerosas pruebas no ofensivas de tecnologías de aproximación y encuentro con satélites, incluidas aproximaciones cercanas de sus propios satélites militares y de varios satélites militares rusos y chinos.
EE.UU. solo tiene un sistema contraespacial operativo reconocido (capacidades de guerra electrónica para interferir las señales de los satélites) y se considera que su ejército tiene capacidades avanzadas para interferir las comunicaciones y para interferir ciertos satélites de navegación. Según la SWF, también se están llevando a cabo importantes investigaciones sobre láseres terrestres que podrían utilizarse para deslumbrar o cegar a los satélites de formación de imágenes.
En un discurso pronunciado en Washington en noviembre, el general Chance Saltzman, jefe de Operaciones Espaciales de Estados Unidos, explicó por qué su país consideraba necesario poder contrarrestar las capacidades espaciales de otros países. Señaló lo que describió como una estrategia de “red asesina” utilizada por el Ejército Popular de Liberación de China para mejorar el alcance y la precisión de sus armas dentro de la “segunda cadena de islas”, de importancia estratégica, que va de Japón a Guam.
“Todo ello es una capacidad espacial”, afirmó Saltzman.
Y en caso de que Beijing decida utilizar esas armas, “tenemos que ser capaces de negarle (a China) el acceso a la información para romper esa cadena de muerte, de modo que nuestras fuerzas conjuntas no estén inmediatamente en el blanco y en el rango dentro de la segunda cadena de islas”, dijo.
Mientras tanto, la preocupación por las actividades espaciales de posibles adversarios ha empujado a los aliados de EE.UU., entre ellos Francia y Australia, a buscar capacidades contraespaciales, a menudo formas no destructivas de interferir con los satélites enemigos, conocidas como capacidades “soft-kill”, como láseres para interrumpir la vigilancia e interferencias.
Israel también ha dicho que utilizó interferencias de GPS en su guerra de Gaza para “neutralizar” amenazas, probablemente esfuerzos terrestres para evitar que los misiles alcancen su objetivo utilizando el seguimiento por GPS.
Según Juliana Suess, investigadora sobre seguridad espacial del grupo de expertos en defensa RUSI, con sede en Londres, se ha observado una tendencia hacia medidas de menor impacto a corto plazo, como la interferencia, la suplantación de identidad y los ciberataques, que no dañan ni destruyen un objetivo de forma permanente.
“No hace falta invertir mucho dinero en la fabricación de esas armas antisatélite que suenan a ciencia ficción: basta con perturbar toda una red mediante un ciberataque”, explica.
Aniquilación
Más de 7.500 satélites operativos orbitan la Tierra, según las cifras más recientes de la Union of Concerned Scientists (UCS) de mayo de 2023.
De esos satélites, más de 5.000 son propiedad de Estados Unidos, y la mayoría son comerciales. El competidor más cercano, China, que ha ido aumentando sus lanzamientos de satélites, alcanzó los 628, seguido de Rusia, con menos de 200, según la UCS.
Desde que invadió Ucrania, Moscú ha acusado a Occidente de utilizar sistemas de satélites comerciales con fines militares y ha advertido de que “la infraestructura cuasi civil puede convertirse en un objetivo legítimo de represalias”.
Rusia también ha sido acusada de montar ciberataques contra la mayor constelación de satélites comerciales, el Starlink de la empresa estadounidense SpaceX, que ha sido un activo para el ejército ucraniano.
En cuanto a las acusaciones de desarrollar un arma nuclear basada en el espacio, Moscú ha tachado a Occidente de intentar “asignarnos un plan de acción que no tenemos”.
Un arma nuclear en el espacio sería una posible opción de último recurso -o espada colgante- por su potencial para aniquilar una amplia franja de satélites, aunque de forma indiscriminada.
Si Rusia está desarrollando un arma de este tipo, su preocupación por constelaciones estadounidenses como Starlink, que han demostrado su utilidad militar, es “probablemente un factor motivador clave”, según Tong Zhao, investigador principal del grupo de reflexión Carnegie Endowment for International Peace de Washington.
Una de las razones es que, a medida que proliferan las constelaciones de satélites, ayudadas por los avances que han abaratado y facilitado los lanzamientos en órbita terrestre baja (a no más de 1.900 kilómetros sobre el planeta), podría resultar difícil para un atacante causar un impacto simplemente apuntando a un solo satélite.
Por el contrario, “el empleo de tales armas (nucleares) en el espacio podría aniquilar grandes constelaciones de satélites, creando potencialmente escombros de larga duración y restos radiactivos que inutilizarían las órbitas para fines militares y civiles”, dijo Zhao. Esto, añadió, también podría infligir “un revés inconcebible a la preservación del espacio como dominio común para el futuro desarrollo humano”.
Los científicos chinos han expresado su preocupación por el posible riesgo para la seguridad nacional de Starlink, y un grupo escribió en la publicación nacional revisada por pares “Modern Defense Technology” en 2022 que “debería adoptarse una combinación de métodos de muerte suave y dura para incapacitar algunos satélites Starlink que funcionen de forma anormal y destruir el sistema operativo de la constelación”.
No está claro si esta opinión refleja el pensamiento del gobierno chino.
Los investigadores chinos también han considerado las ramificaciones de la detonación nuclear en el espacio, con un grupo separado en un instituto de tecnología nuclear que publicó el año pasado una investigación sobre simulaciones por ordenador del impacto de tales explosiones a diferentes altitudes, en la que señalaron que podría haber efectos potenciales en satélites y otras aeronaves.
Tratado espacial
Las armas nucleares ya tienen una controvertida historia vinculada al espacio.
Según documentos militares, el ensayo nuclear Starfish Prime realizado por Estados Unidos en 1962 a unos 250 kilómetros sobre la Tierra dañó al menos un tercio de los 24 satélites que funcionaban en aquella época. También dejó sin suministro eléctrico a Hawai y tiñó el cielo de un violento tono naranja durante horas. La prueba, lanzada desde la Tierra, formaba parte de una serie para evaluar el efecto de tales explosiones, incluso contra misiles balísticos.
Cinco años después, los países preocupados por el calentamiento de la carrera espacial y los enfrentamientos nucleares prohibieron el emplazamiento de armas de destrucción masiva en el espacio con el Tratado del Espacio Ultraterrestre de 1967, que no prohíbe explícitamente las armas convencionales en órbita ni los misiles lanzados desde la Tierra.
Aunque tiene décadas de antigüedad, los expertos afirman que este tratado, que afirma que el espacio debe utilizarse en beneficio de todos los países y cuenta con el respaldo de Washington, Beijing y Moscú, sigue siendo un cimiento para un ámbito que carece de amplias normas internacionales que garanticen la paz.
Sus principios pueden ser ahora más relevantes que nunca, pero potencialmente están más amenazados por la nueva atención que se presta a los asuntos militares y espaciales.
El mes pasado, Rusia vetó una iniciativa del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas liderada por Estados Unidos y Japón para reafirmar los principios del Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre, incluida la obligación de no emplazar armas nucleares en el espacio. La resolución habría sido la primera del Consejo sobre el espacio exterior y contaba con el apoyo de todos los demás miembros, salvo China, que se abstuvo.
En cambio, China y Rusia, que llevan mucho tiempo colaborando en la elaboración de normas sobre las armas en el espacio exterior, presionaron para que la resolución se ampliara y prohibiera el emplazamiento de cualquier tipo de armas en el espacio.
Con un lenguaje que parecía dirigirse a Estados Unidos, se pedía a “todos los Estados, y sobre todo a aquellos con grandes capacidades espaciales” que impidieran “la amenaza o el uso de la fuerza” en el espacio. La semana pasada, el Consejo rechazó un segundo proyecto de resolución respaldado por Rusia que incluía esa enmienda, y que Estados Unidos calificó de “poco sincera”.
Según los expertos, cualquier intento futuro de acordar normas para el espacio se enfrenta a un panorama complicado.
Por ejemplo, la colocación en el espacio de un arma nuclear como la que Rusia está considerando tendría implicaciones de gran alcance sobre cómo se utiliza el espacio - y cómo se controlan las armas, según Suess de RUSI.
“Si el Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre se rompiera de tal manera, sería aún más difícil imaginar qué camino pueden seguir los esfuerzos multilaterales”, afirmó.