(CNN) – Al presidente de Rusia, Vladimir Putin, le gusta proyectarse como un hombre fuerte. Pero su historial de gestión de las recientes crisis en Rusia revela una faceta diferente de su personalidad presidencial: una de parálisis e indecisión.
Un día y medio después de que las tropas ucranianas asaltaran un paso fronterizo ruso y continuaran, casi sin obstáculos, a través de los amplios campos verdes del sur de la región de Kursk, Putin hizo por fin sus primeras declaraciones públicas sobre el asunto. Calificó la incursión como una “provocación masiva”, acusó a Ucrania de disparar indiscriminadamente contra civiles y pasó rápidamente a otros asuntos de gobierno, entre ellos cómo celebrar el “Día del Trabajador de la Construcción” en Rusia.
Pasarían otros cinco días, y la pérdida de casi 30 asentamientos, antes de que prometiera una respuesta militar. No visitó la región para reunirse con las decenas de miles de evacuados, ni declaró la ley marcial.
En marzo, tras el atentado terrorista en la sala de conciertos Crocus City de Moscú, el más mortífero de Rusia en décadas, Putin tardó más de 24 horas en dirigirse a la nación. A pesar de que el Estado Islámico (ISIS) reivindicó la autoría, siguió insistiendo en que Ucrania y Occidente habían desempeñado un papel. De hecho, Estados Unidos advirtió a Rusia de que un ataque podía ser inminente. Putin nunca visitó el lugar del atentado ni a los sobrevivientes en el hospital.
Cuando Evgeny Prigozhin, entonces líder del grupo mercenario Wagner, lanzó su motín abortado el pasado junio, la respuesta del líder ruso estuvo marcada por la incoherencia. Tras calificar inicialmente el incidente de “traición”, Putin dejó pasar dos días antes de volver a hablar públicamente, momento en el que agradeció a las tropas Wagner implicadas por haberse retirado y les ofreció contratos militares. Después invitó a Prigozhin a tomar el té en el Kremlin. Dos meses después, Prigozhin murió en un misterioso accidente aéreo en Rusia.
También es fácil encontrar paralelismos más lejanos, y Putin eligió esta semana destacar uno él mismo. Por primera vez en 16 años visitó la Escuela número uno de Beslán, más de una semana antes del 20 aniversario del atentado terrorista en el que murieron más de 300 personas, muchas de ellas niños. En 2017, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos determinó que las autoridades rusas no solo no habían actuado ante el conocimiento previo de un ataque inminente, sino que la operación de seguridad estaba “desorganizada y adolecía de falta de liderazgo”.
“No es bueno resolviendo crisis”, dijo a CNN Boris Bondarev, un antiguo diplomático ruso que dimitió hace dos años en protesta por la guerra de Ucrania y que sigue viviendo fuera de Rusia. “Es arriesgado, no es predecible. A Putin le gusta la comodidad, le gusta cuando está haciendo la crisis para otros, cuando controla la situación”.
La ofensiva de choque dejó al Kremlin tambaleándose
Los expertos afirman que la respuesta militar rusa en Kursk refleja en cierto modo las reacciones torpes de su presidente.
“La respuesta inicial, una vez superada la conmoción por lo que estaba ocurriendo, habría sido: ¿a quién tenemos en el armario para defender?”, afirma el general de división australiano retirado Mick Ryan, autor del nuevo libro “La guerra por Ucrania: estrategia y adaptación bajo el fuego”. “Ya sean reclutas, ya sean batallones infradotados del teatro de operaciones ucraniano o reservas estratégicas”.
Los relatos sobre el campo de batalla han respaldado la sensación de que una variopinta selección de tropas rusas se apresuró a entrar, mientras Moscú lidiaba con el dilema de cómo equilibrar la defensa de su propio suelo con el mantenimiento del lento impulso en el frente oriental. Funcionarios ucranianos afirmaron que algunas tropas habían sido desplegadas desde la región de Járkiv y el frente sur. El líder checheno Ramzan Kadyrov afirmó a primera hora que su unidad de fuerzas especiales, la brigada Akhmat, había sido desplegada. También participan oficiales de infantería naval de la flota del mar Negro en Crimea.
La respuesta burocrática de Rusia a la incursión ha sido igualmente difícil de manejar. El ministro de Defensa, Andrei Belousov, creó un consejo de coordinación para gestionar la seguridad en las regiones fronterizas y esta semana anunció que dividía las responsabilidades entre no menos de cinco funcionarios diferentes.
Esto, según el Instituto para el Estudio de la Guerra, “creará probablemente una confusión adicional en el seno del Ministerio de Defensa ruso y fricciones entre el Ministerio de Defensa ruso, el FSB y Rosgvardia [la guardia nacional rusa], que intentan operar en el óblast de Kursk”, y podría poner en peligro la capacidad de Rusia para organizar un contraataque eficaz.
Sin embargo, después de más de dos semanas, hay indicios de una resistencia más coordinada. Dmytro Kholod, comandante del batallón ucraniano “Nightingale”, actualmente en Kursk, dijo a CNN por teléfono el miércoles que ha notado un cambio en el comportamiento de las tropas rusas. “Ahora, las fuerzas que han traído a esta zona intentan asaltarnos de alguna manera”, dijo a CNN. “Ya no se rinden por centenares. Intentan disparar y contraatacar, pero siguen rindiéndose cuando los atacamos”.
Ryan, el general retirado australiano, está de acuerdo en que Rusia se encuentra superando la fase inicial de respuesta instintiva, y que debería empezar a parecer más organizada en los próximos días y semanas. Sin embargo, cree que las dos últimas semanas también han dejado al descubierto las prioridades de Putin y que su propio pueblo no es actualmente el primero de la lista.
“La decisión será de Putin: ¿Qué es más peligroso para él? Los ucranianos en Kursk o no tener éxito en Donbás. Creo que en este momento ha decidido que es más peligroso no lograr este progreso en el Donbás que lanzarlo todo contra Kursk”.
Los expertos coinciden en que la incursión en Kursk no ha cambiado fundamentalmente la estrategia general de desgaste de Putin: agotar a Ucrania e intentar sobrevivir a sus aliados. Y, sin embargo, la sorpresiva maniobra de Ucrania ha envalentonado a quienes anteriormente cuestionaron la política de Occidente de limitar ciertos tipos de ayuda militar y su uso dentro de Rusia.
Y es muy posible que esa haya sido parte de la estrategia de Ucrania. El 19 de agosto, el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, permitió que se levantara momentáneamente su velo de gratitud hacia sus aliados occidentales.
“Todo el concepto ingenuo e ilusorio de las llamadas líneas rojas con respecto a Rusia, que dominó la evaluación de la guerra por parte de algunos de nuestros socios, se ha desmoronado estos días en algún lugar cerca de Sudzha”, dijo en una reunión de diplomáticos ucranianos, refiriéndose a una ciudad rusa que las tropas ucranianas habían ocupado.
Su argumento es que los temores occidentales de que Rusia pueda interpretar el uso de misiles de largo alcance estadounidenses o británicos en su suelo como una amenaza convencional merecedora de una respuesta nuclear -la doctrina nuclear rusa sí lo permite- son ahora más remotos que nunca, dada su falta de respuesta militar coherente a su primera ocupación extranjera desde la Segunda Guerra Mundial.
“La actual estrategia de la OTAN para ayudar a Ucrania es una estrategia para la derrota. No es más que una estrategia para perpetuar la guerra y permitir que Rusia nos espere a todos”, afirmó Ryan. “Necesitamos una reevaluación fundamental”.
El exdiplomático ruso Bondarev sostiene que la propia reacción de Putin sirve como una prueba más de que Occidente necesita formular una respuesta más contundente a la agresión de Putin.
“Cuando algunos occidentales dicen que no debemos acorralar a Putin porque se convertirá en una rata acorralada y contraatacará con todas sus fuerzas”, declaró a CNN. “Ahora vemos que cuando realmente se le presenta una crisis, no es una rata acorralada, es como un impostor. Y por eso no hay que temerle tanto”.