Los Ángeles (CNN) –– En una nueva muestra en el Museo de Arte del condado Los Ángeles (LACMA, por sus siglas en inglés), el alocado trabajo de una ceramista nonagenaria con una mirada traviesa ofrece un giro refrescante a las tradiciones de la cerámica.
Magdalena Suárez Frimkess es una dibujante anárquica de arcilla: con una carrera que abarca más de medio siglo, la artista nacida en Venezuela ha creado objetos cotidianos decorados con imágenes irreverentes de Mickey Mouse (corriendo por el borde de un tazón de sopa), el Pato Donald (con aspecto culpable) y Olivia (siendo arrojada a los tiburones). En 2015, hizo un juego de té completo con el demente Demonio de Tasmania de los Looney Tunes.
En “Magdalena Suárez Frimkess: The Finest Disregard”, la artista disfruta de su primera gran exposición individual a la tierna edad de 95 años. Suárez Frimkess, quien vive cerca de Venice Beach en Los Ángeles con su marido, el célebre alfarero estadounidense Michael Frimkess, ha hecho interpretaciones de la iconografía estadounidense popular, desde Betty Boop y Bugs Bunny hasta Wonder Woman y Felix the Cat, así como de personajes de cómic chilenos, como Condorito. Ha decorado jarrones con imágenes de Miles Davis, Fidel Castro y Martin Luther King.
Teniendo en cuenta el medio y la temática, Suárez Frimkess se sitúa en un punto intermedio entre Grayson Perry y Andy Warhol. A veces sus composiciones son caprichosas y nostálgicas, otras veces son inquietantes y un poco siniestras. Pero esas clasificaciones parecen totalmente inapropiadas para este conjunto de obras único. La propia Suárez Frimkess define su estética como “seria y divertida al mismo tiempo”.
El carácter desenfadado de sus piezas esconde una biografía compleja. Magdalena nació en 1929 en Maturín, en la costa este de Venezuela, en el seno de una familia de clase trabajadora. A los nueve años fue enviada a un orfanato católico tras la muerte de su madre por tuberculosis. Allí, las monjas pronto reconocieron su amor por el dibujo y la pintura y su talento para ello.
Estudió en la prestigiosa Escuela de Artes Plásticas de Caracas con destacados artistas como el pintor portugués Rafael Ramón González. Al final de su adolescencia, se mudó a Santiago de Chile con su esposo. Allí, crió a sus dos hijos, mientras estudiaba y enseñaba arte en la Pontificia Universidad Católica de la ciudad. Tras experimentar con esculturas abstractas y surrealistas, creó una serie de obras en las que rellenaba medias con yeso. “Fue un poco sexual, como un sueño”, reconoció. La facultad católica no estaba contenta.
Conoció a Michael Frimkess en 1963, durante una residencia en el Clay Art Center de Port Chester, Nueva York. Se mudaron juntos a California al año siguiente, se casaron y comenzaron su vida creativa juntos, ambos trabajando con arcilla, pero de maneras muy diferentes. Sus piezas de caricaturas comenzaron a fines de la década de 1970. Con estas y otras obras, Suárez Frimkess comenzó a explorar los absurdos de lo común. “No tengo un objetivo. Simplemente lo hago día a día”, explicó. “Es como comer, tienes que comer todos los días”.
Esta es la falta de respeto que se desprende del título de la muestra: Suárez Frimkess rechaza cualquier noción de lo que está bien o mal en su oficio. Del mismo modo, ha rechazado el torno de alfarero y tiene poco interés en los esmaltes. Sus piezas tienen las cualidades toscas de un proyecto escolar.
Aunque sus obras con temática de dibujos animados son prominentes en LACMA, la exposición resalta un talento más amplio, pero consistentemente atrevido: hay platillos decorados con cucarachas, ranas y tucanes; cajas con diseños mayas y precolombinos; y composiciones en papel y arcilla en las que se repiten líneas de texto al estilo del castigo de un maestro.
Aquí hay autobiografía (un autorretrato de ella en bicicleta por Venecia rodea un jarrón) y también sátira. Una baldosa de cerámica muestra una hilera de estanterías de biblioteca, con etiquetas de diferentes tipos: “Autoayuda”, “Superación personal” y “Está bien ser tal y como eres”. El arte debería ser divertido, comentó una vez la artista. “Si no, no vale la pena”. Su estudio, cree ella, es el “único lugar seguro” en el que puede portarse mal.
También se exhiben colaboraciones entre Suárez y su esposo, en las que Michael creó jarrones, ollas y jarras en un estilo clásico y Magdalena los decoró de una manera poco convencional. “En sus obras colaborativas, sus vasijas se volvieron irregulares y profundamente extrañas a través de la caprichosa adopción por parte de Magdalena de imágenes pop y retratos personales”, señala la historiadora de arte Jenni Sorkin en el catálogo de la exposición.
En esencia, Michael aportó rigor a las piezas, Magdalena aportó extravagancia. La retrospectiva rinde homenaje a un matrimonio creativo y duradero, forjado por la disrupción y la ternura, y al puente entre sus dos nacionalidades, una antigua y la otra moderna. Pero, sobre todo, ofrece una ventana al mundo de una artista irreprimiblemente animada, muy diferente a cualquier otra.
“Magdalena Suárez Frimkess: The Finest Disregard” se exhibirá en el LACMA hasta el 5 de enero de 2025.