(CNN) –– Una sensación de intranquilidad que no cesa recayó sobre la capital libanesa en las horas posteriores a que aviones de guerra israelíes bombardearan suburbios del sur, la sede del poder de Hezbollah, donde viven cientos de miles de civiles.
El líder del grupo respaldado por Irán, Hassan Nasrallah, murió el viernes en un bombardeo que comenzó las casi 48 horas de ataques aéreos incesantes. Junto con él y en los ataques que siguieron murieron decenas de altos comandantes y funcionarios. Se cree que también murieron muchos civiles.
Más de 24 horas después de que el cuerpo de Nasrallah fuera recuperado del profundo hoyo que dejaron las bombas que lo mataron, no se ha programado un funeral para el líder combatiente, algo muy inusual en la tradición islámica donde los muertos reciben un entierro rápido.
El grupo todavía no ha designado un nuevo secretario general, lo que contradice las expectativas de que el grupo desplegaría rápidamente un plan de sucesión después de la muerte de Nasrallah.
Esto contribuyó a la sensación generalizada de que Hezbollah, el grupo combatiente chiita libanés que durante décadas controló la política del país, se había convertido rápidamente en una organización fantasma. Con un solo golpe, Israel pareció eliminar no solo a la dirigencia del grupo, sino también, tal vez, todos sus planes de contingencia, otra prueba del profundo alcance de la infiltración israelí en las filas del grupo.
“Es una mentira. No hay pruebas de que esté muerto”, dijo Hassan, un partidario de Hezbollah que se apoyaba en una motocicleta estacionada y tenía los ojos vidriosos por las lágrimas. “Aparecerá pronto y nos va a sorprender”.
Abu Mohamad, un chiita de mediana edad desplazado del sur del Líbano a una acera en el centro de Beirut, dijo: “No importa si está vivo o muerto, porque un líder como Nasrallah vive siempre en nosotros”, afirmó. “Seguiremos el camino que él marcó y regresaremos a nuestros hogares”.
Nasrallah inspiraba sentimientos muy fuertes entre los libaneses, venerado y vilipendiado en igual medida. Pero los libaneses de ambos lados del Atlántico están conmocionados por los cambios tectónicos en el panorama político del país y la devastación humanitaria que han generado.
Las autoridades libanesas estiman que casi 1.100 personas murieron y alrededor de un millón fueron desplazadas por la intensa campaña de bombardeos de Israel que comenzó el pasado lunes. Israel afirma que se trata de una respuesta a los ataques con cohetes de Hezbollah que comenzaron un día después de que Hamas atacara el 7 de octubre y que obligaron a 60.000 personas a abandonar sus hogares en el norte de Israel.
Los ataques israelíes también desplazaron a unos 100.000 habitantes de las aldeas libanesas fronterizas. Sin embargo, Hezbollah prometió mantener los ataques hasta que termine la ofensiva israelí en Gaza.
Ahora, grandes partes de los suburbios densamente poblados del sur quedaron devastados. Los desplazados se trasladaron a las zonas occidentales de la capital, relativamente ricas y aún intactas, donde han acampado en aceras, parques, escuelas, iglesias y mezquitas.
Colchones y mantas para familias desplazadas cubren la Corniche, el paseo marítimo de la ciudad, conocido por sus vistas del Mediterráneo oriental con el telón de fondo de verdes montañas.
Cuando las bombas israelíes cayeron el viernes en el sur de la capital, las calles del oeste de Beirut se llenaron de gente durante toda la noche. Algunos de los desplazados charlaban en la acera, unos pocos dormían en los bancos. Las mujeres acunaban a sus bebés y niños pequeños que dormían. Los niños vagaban por las calles en pijama, serpenteando sin rumbo entre los autos aparcados en doble fila.
En la calle comercial Hamra de la ciudad, una multitud frente a un edificio abandonado detuvo casi por completo el tráfico. Un hombre derribó la puerta de hierro, lo que permitió que una multitud de desplazados entrara en busca de refugio.
Eran las tres de la mañana. Nasrallah había muerto hacía poco –aunque su grupo aún no lo había confirmado– y muchos de sus partidarios intentaban mostrarse valientes.
“¡Estamos bien! Estoy segura de que nuestra casa está bien. No hay de qué preocuparse”, dijo una mujer de unos 60 años a un grupo de personas que la rodeaban.
Días después, la sensación de terror es más palpable. Muchos de los desplazados del país perdieron a sus seres queridos, pero apenas tienen tiempo para llorar la pérdida mientras buscan refugio y comida. Aquellos que aún no fueron afectados personalmente por el bombardeo deben enfrentarse al territorio desconocido al que ha sumido al país la muerte de Nasrallah y su grupo de dirigentes de alto rango.
“El asesinato de Sayyed Hassan Nasrallah vino a abrir una herida en el corazón de los libaneses”, dijo el patriarca de la Iglesia Maronita, Bechara Boutros al-Rahi, en la misa dominical.
Rahi ha sido durante mucho tiempo uno de los críticos más destacados de Hezbollah. En enero criticó implícitamente a Hezbollah por arrastrar al sur del Líbano al conflicto con sus ataques transfronterizos con cohetes y aviones no tripulados contra Israel. Hezbollah prometió en repetidas ocasiones que no cesará el fuego en su frontera sur hasta que termine el asedio de Israel en Gaza.
Rahi también condenó “la cultura de la muerte que no ha traído más que victorias imaginarias y derrotas vergonzosas a nuestro país”.
Los principales enemigos suníes de Nasrallah también condenaron su muerte. “El asesinato de Sayyed Hassan Nasrallah ha llevado al Líbano y a la región a una nueva fase de violencia. Fue un acto cobarde que condenamos en todos los sentidos”, dijo el ex primer ministro del Líbano Saad Hariri en una publicación en X.
“Tuvimos muchos desacuerdos con el difunto (Nasrallah) y con su partido, y nos reunimos con poca frecuencia. Sin embargo, el Líbano sirve como una tienda de campaña para todos, y en estos tiempos extremadamente difíciles, nuestra unidad y nuestra solidaridad siguen siendo fundamentales”, continuó Hariri.
La compleja estructura de reparto del poder en el Líbano hizo que las divisiones generen con frecuencia conflictos internos, parálisis política e incluso violencia. Pero Israel, clasificado técnicamente en el Líbano como un “Estado enemigo”, históricamente ha logrado unir al fragmentado país, aunque temporalmente.
Mientras tanto, los civiles que deambulan por las calles en busca de seguridad pagan el precio de esta nueva guerra.
En la céntrica Plaza de los Mártires, en el centro de Beirut, frente a un cartel que decía en grandes letras “Beirut no morirá”, había niños descalzos embarrados y familias durmiendo sobre esteras de paja. Una anciana que huyó de su barrio, dejando atrás todas sus posesiones, vendía cajas de pañuelos.
“Dormimos en las aceras porque no tenemos otra opción”, dijo Umm Fawzi, del sur de Beirut. “Juro que huimos con la ropa que teníamos puesta. No quedaba ni un alma en el barrio”.
Charbel Mallo de CNN colaboró con este reportaje desde Beirut.