(CNN) – “Nuestro líder para siempre” era un eslogan que se veía a menudo en Siria durante la época del presidente Hafez al-Assad, padre del actual presidente sirio.
La perspectiva de que el adusto y severo líder sirio viviera para siempre era una fuente de humor negro para muchos de mis amigos sirios cuando vivía y trabajaba en Aleppo a finales de la década de los ochenta y principios de la de los noventa.
Hafez al-Assad murió en junio de 2000. Después de todo, no era inmortal.
Su régimen, sin embargo, sigue vivo bajo el liderazgo de su hijo Bashar al-Assad.
Hubo momentos en los que la supervivencia del régimen de Bashar parecía en entredicho. Cuando la llamada Primavera Árabe recorrió la región en 2011, derrocando a autócratas en Túnez, Egipto y Libia, y estallaron protestas masivas en Yemen, Bahrein y Siria, algunos empezaron a escribir epitafios para la dinastía Assad.
Pero los aliados de Siria —Irán, el grupo libanés Hezbollah y Rusia— acudieron al rescate. Durante los últimos años, la lucha en Siria entre un régimen corrupto y brutal en Damasco, y una oposición dividida y a menudo extremista parecía congelada en el mismo lugar.
Bashar al-Assad, antaño rechazado por sus colegas autócratas árabes, estaba recuperando gradualmente la dudosa respetabilidad que los regímenes árabes se conceden entre sí.
¿Estaba llegando a su fin la pesadilla de la guerra civil siria? ¿Había ganado Bashar al-Assad? Ciertamente, esa era la suposición de muchos, a pesar de que grandes partes de Siria estaban controladas por una milicia kurda respaldada por Estados Unidos y facciones suníes apoyadas por Turquía; Hezbollah, Irán y Rusia apuntalaban al régimen; Estados Unidos controlaba zonas en el este de Siria; Israel realizaba ataques aéreos cuando y donde le parecía oportuno; e ISIS, aunque derrotado, todavía se las arreglaba para lanzar atentados.
Que el Gobierno de Damasco siguiera en pie después de todo eso parecía un logro en sí mismo.
Sin embargo, era una ilusión de victoria del régimen, repentinamente rota esta semana después de que la oposición, liderada por Jabhat al-Nusra, anteriormente afiliada a Al Qaeda y rebautizada como Hay’at Tahrir al-Sham, lanzara una ofensiva desde la provincia de Idlib y en sólo 72 horas lograra irrumpir hasta el centro de Aleppo.
El sábado por la noche, las cuentas sirias en las redes sociales hablaban de la caída de las fuerzas gubernamentales en el norte del país y del avance de los rebeldes en la ciudad central de Hama. Fue allí, a principios de 1982, donde el padre de Bashar hizo que su ejército y sus servicios de inteligencia masacraran a miles de sus oponentes, poniendo fin a un levantamiento liderado por la Hermandad Musulmana.
¿Por qué, en pocos días, se ha roto el dique?
La explicación obvia es que los principales aliados de Siria —Rusia, Irán y Hezbollah— están bajo presión y han bajado la guardia.
Hezbollah —que desempeñó un papel clave en el refuerzo del régimen durante los días más oscuros de la guerra civil— retiró a la mayoría de sus tropas después del 7 de octubre de 2023 para luchar contra Israel, que posteriormente ha matado a la mayoría de los altos dirigentes del grupo.
Rusia también desempeñó un papel clave en el apuntalamiento del Gobierno de Damasco tras el envío de tropas y aviones de guerra a Siria en septiembre de 2015. Sin embargo, ahora la principal prioridad de Moscú es la guerra en Ucrania. Y, por último, los asesores y bases de Irán en Siria han sido objeto de frecuentes ataques por parte de Israel durante el último año.
Más allá de todo esto, está la realidad básica de la longevidad. La dinastía Assad lleva 53 años en el poder, desde 1971. Aunque su mera supervivencia es un logro, tiene poco más que mostrar.
La corrupción endémica y la mala gestión eran un lastre para la economía incluso antes de que estallara la guerra civil en 2011. Desde entonces, la vida del sirio promedio ha ido de mal en peor. La guerra ha dejado cientos de miles de muertos y millones de desplazados internos o exiliados.
Una y otra vez, desde 1971, la dinastía Assad ha sobrevivido a desafíos internos y externos y ha sobrevivido para luchar un día más. Sin embargo, nada, ni los regímenes ni los líderes, dura para siempre. Todo acaba llegando a su fin.