El camino que recorrió Abu Mohammad al-Jolani hasta Damasco fue largo. Ha hablado abiertamente de su cambio a lo largo del recorrido: de joven combatiente de al Qaeda hace dos décadas a comandante de fuerzas rebeldes que defienden la tolerancia sectaria.
Es un viaje en el que tuvo mucho tiempo para planificar dónde y cómo marcaría su llegada, y para afinar su narrativa: un mensaje para quienes lo pusieron en el poder, quienes podrían derribarlo y otros que pueden mantenerlo en el poder.
No sorprende que el rebelde islamista haya elegido la venerada Mezquita Omeya de Damasco –y no un estudio de televisión o el recién desaparecido palacio presidencial, sino un lugar de enorme importancia religiosa que, con 1.300 años de antigüedad, es una de las mezquitas más antiguas del mundo– para transmitir ese mensaje.
“Esta victoria, hermanos míos, es una victoria para toda la nación islámica”, dijo a su pequeño séquito, que caminaba tambaleándose detrás de él contra el telón de fondo del esplendor de las distintivas piedras blancas y negras de la mezquita.
Fue un mensaje a todos aquellos que lo llevaron al poder e impulsaron a sus combatientes de Hayat Tahrir al-Sham (HTS) a una velocidad sorprendente a través de Siria para derrocar al presidente Bashir al-Assad.
También fue un mensaje para los sirios recién liberados: “Esta victoria, hermanos míos, por la gracia de Dios Todopoderoso (se debe a) los sacrificios de los mártires, las viudas y los huérfanos. Esta victoria, hermanos míos, ha llegado a través del sufrimiento de los que han soportado el encarcelamiento”, afirmó.
En un país donde el Dios que uno elige y la forma en que reza pueden definir la clase social, limitar las aspiraciones y enfrentarlo con el prójimo, Jolani envió una señal muy clara en la mezquita de los Omeyas. Es un musulmán suní, parte de la mayoría de Siria. Assad era chiita. Hay cristianos, drusos, musulmanes chiítas, ismaelitas y más.
Sin embargo, las palabras que eligió parecían destinadas a romper esos viejos límites. “Este nuevo triunfo, mis hermanos, marca un nuevo capítulo en la historia de la región, una historia llena de peligros (que convirtió) a Siria en un terreno de juego para las ambiciones iraníes, que difunden el sectarismo y fomentan la corrupción”, dijo.
Señalar a Irán parece ser un mensaje a la teocracia de Teherán: terminó su intromisión, terminó su fácil acceso terrestre a su mega apoderado Hezbollah en el Líbano, terminó su apoyo al Hezbollah sirio y también desapareció el hogar que una vez tuvieron para los arsenales de armas de Irán.
Pero Jolani sabe que se trata de un mensaje que se escucha en Tel Aviv y Washington, donde se le considera miembro de una organización terrorista prohibida y se ofrece una recompensa de US$ 10 millones por su cabeza. Un mensaje que les dice: “sus intereses son comprendidos en la nueva Siria”, y que él entiende que esas son las potencias capaces de derribarlo.
Jolani se esmeró en su carrera hacia Damasco para asegurarse de que el presidente de Estados Unidos Joe Biden e incluso el presidente electo Donald Trump conozcan sus intenciones. No es casualidad que eligiera una cadena de televisión estadounidense, CNN, y no una árabe, para una entrevista clave en los días previos a derrocar a Assad, en la que afirmó que se había distanciado de otros yihadistas debido a sus tácticas brutales.
Unas horas después, Biden dijo que había escuchado a Jolani “decir las cosas correctas”, pero insistió en que el líder rebelde fuera juzgado por sus acciones.
El mensaje de Jolani se dirigió a las potencias regionales, que necesitará mantener de su lado, cuando prometió limpiar el país. “Siria se está purificando”, dijo, en referencia a la reputación regional del país como narcoestado, y dijo que la Siria de Assad se había “convertido en la principal fuente mundial de Captagon”, una droga de tipo anfetamínico, y de criminalidad en la región.
El discurso de Jolani en la mezquita se enfocó en la llegada y la supervivencia. Sin embargo, son sus acciones las que garantizarán esta última.