Por Mary Miller
Nota del Editor: Mary Miller es catedrática de historia del arte en la Universidad de Yale y directora del Yale College. Es una de las voces públicas en el proyecto de Op-Ed.
(CNN) El 21 de diciembre del 2012, nuestro calendario se alineará con la fecha maya del 13.0.0.0.0, completando un ciclo de tiempo.
Son muchas las tonterías que se dicen sobre si estamos a punto de enfrentar el día final, mejor conocido como el apocalipsis maya. Hay especiales de televisión, destinos turísticos del fin del mundo y compras de pánico, como sucede en Rusia, algo similar a lo ocurrido en 1999 por el Y2K (el inicio del milenio).
La fecha de los mayas coincidirá con el solsticio, el día más corto del año, pero, ¿coincidirá con el fin del mundo?
No soy vidente, sin embargo estoy segura que el 22 de diciembre veremos el amanecer.
Los antiguos mayas de México, Guatemala, Belice y Honduras estudiaban a profundidad el tiempo. Registraban cada día, se organizaban en periodos de 20 y 400 años. Usaban un sistema de conteo vigesimal (el nuestro es decimal) y el cero, después calculaban fácilmente miles de fechas, algunos anotaron sucesos por millones de años.
Durante el auge de la civilización, en el siglo VIII, los mayas registraron fechas y hechos en decenas de ciudades-estados, desde nacimientos y batallas hasta la desgarradora recolecta de trofeos para recordar a sus enemigos.
Los artistas ponían sus firmas en macetas pintadas y esculturas de piedra. Las inscripciones de estuco adornaban pirámides monumentales que sobresalen de las copas del bosque tropical.
Pero para continuar su labor de construir majestuosas estructuras, los mayas necesitaban recursos, en especial madera, para quemar piedra caliza y hacer cemento.
Hacia el final del siglo VIII, la selva tropical estaba en recesión, el combustible era escaso y la constante sequía los llevó a la desesperación. A la larga, también hubo demasiadas guerras.
Y así, una de las civilizaciones más extraordinarias llegó a su fin. Pequeños grupos de habitantes desesperados en algunas comunidades se protegieron detrás con una valla a su alrededor. En otros lugares, los enemigos quemaron las ciudades de los contrincantes hasta las cenizas y destrozaron parte de los monumentos hallados en la actualidad.
La espesa jungla tomó el lugar de lo que alguna vez fueron esas brillantes plazas. Las canchas donde se celebraban las competencias de pelota con diferentes equipos, se quedaron en silencio. La vida salvaje usó las impecables instalaciones para hacer sus nidos y madrigueras.
Las razones fueron muchas, y las consecuencias inauditas. La civilización maya colapsó en la mayor parte de las zonas bajas, dejando vestigios de pirámides abandonadas en ciudades calladas. Esta fue la verdadera cara del apocalipsis.
¿Lo vieron venir?
Solo unas semanas antes de que empezara su desintegración, artistas mayas en Bonampak, una pequeña ciudad en Chiapas, México, cubrieron las paredes de un palacio de tres habitaciones con murales extraordinarios.
Pintaron a unos individuos, principalmente hombres, pero también mujeres y niños, que habían sido representados antes, y eran más de 250. Desarrollaron pigmentos más elaborados de los que habían usado antes, mejores que los que existían en el México antiguo, unos 47 azules, rojos y amarillos vibrantes. Las pinturas revelaban las capas sociales de cortesanos y miembros de la realeza, músicos y enanos, víctimas y verdugos con sus espadas. Músicos, cantantes y actores listos para su presentación en plazas y pirámides.
Ninguna de estas actividades o materiales estaban fuera de lo normal, lo nuevo era el paisaje, a punto de derrumbarse, que rodeaba a los artistas de Bonampak.
Nadie podía cambiar, parecía ser el mensaje de las pinturas. Los mayas ignoraron la crisis que tenían enfrente, preferían bailabar con grandiosos penachos con preciosas plumas de quetzal en las pirámides, como si el presente fuera para siempre.
Ahora, en el siglo XXI, tal vez hemos llegado al precipicio. El calentamiento global no solo es un pensamiento aterrador, sino real. Semanas después de la tormenta Sandy, los científicos predijeron los próximos efectos, a corto y largo plazo, y estiman que será más aterrador de lo que se había pensado.
Algunos, al igual que nuestros antepasados mayas, preferirían no ver lo que sucede. La crisis está frente a nosotros, una y otra vez las ignoramos bajo nuestro propio riesgo.
Aceptar y hacer algo parece difícil. Necesitamos más plumas para nuestros penachos. Construimos más muros. Apilamos enlatados y compramos generadores.
Con respecto al 21 de diciembre, duerme tranquilo. Este día pasará como si fuera otro Y2K maya, el “no evento” de la década. Despertaremos el 22 de diciembre y el mundo seguirá aquí.
Y también lo hará nuestra crisis ambiental.
Necesitamos tomar decisiones firmes y enfrentar nuestro propio apocalipsis antes de que sea demasiado tarde.
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Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Mary Miller.