Nota del editor: Nic Robertson es el editor diplomático de CNN Internacional. Las opiniones expresadas en este artículo son de su propia responsabilidad.
(CNN) – Para un presidente a quien le gusta que lo quieran, la visita de Donald Trump a Arabia Saudita va a ser una gran venta de humo en los lugares adecuados.
El reino desértico, donde espera encontrarse con decenas de líderes musulmanes, árabes y regionales, parece una plataforma de lanzamiento cada vez más atractiva para su primera gira mundial.
En Medio Oriente, los líderes entienden a Trump porque reconocen en él un espíritu afín: un hombre fuerte con una predilección por acontecimientos que se desarrollen según su parecer.
Él es uno de los suyos, y saben cómo manejarlo: golpear su ego, que recientemente ha recibido una paliza.
Esta semana le trajo críticas aplastantes por su manejo de información secreta de inteligencia con un adversario, el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia. La noticia pegó duro en los talones de una semana en la que la lealtad, o la falta de ella, provocó en Trump un enorme enojo, suficiente para disparar a su director del FBI.
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Una dosis de árabes autócratas cantando sus alabanzas podría ser sólo el tónico para las necesidades de Trump.
Los elogios llovieron cuando tanto el rey Abdullah de Jordania como el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, se reunieron con Trump en la Casa Blanca.
En abril, el monarca jordano, que durante mucho tiempo ha dependido de la generosidad de Estados Unidos para estabilizar su pequeño pero poderoso reino, fue especialmente excesivo. “Estoy muy contento por su visión”, dijo antes de repetir menos de un minuto después “estoy encantado de que tenga esa visión”.
Luego, un mes más tarde, Abbas, que tiene aún más en juego (la paz para su pueblo), se sumó al coro de alabanzas. “Creo en su valentía y su sabiduría, así como en su gran capacidad de negociación. Creo que con la gracia de Dios y con todo su esfuerzo podremos ser socios”, le dijo Abbas a Trump.
Ambos líderes, entonces, resbalaron en sus solicitudes de ayuda entre las rebanadas de mantequilla de pastel.
Abdullah adaptó su empuje a la paz entre palestinos e israelíes alrededor de la principal prioridad de seguridad nacional de Trump, que es la lucha contra el terrorismo. “El presidente entiende que si no resolvemos este problema”, dijo, “¿cómo vamos a ganar la lucha mundial contra el terrorismo, que es su prioridad número uno?”.
La cuerda floja de Trump
En Arabia Saudita, Trump puede esperar amplias porciones de la agenda de todos, desde la paz de Medio Oriente e Irán hasta el petróleo, pasando por su actitud hacia los musulmanes.
Después de haber estudiado las fotos de las sonrisas en los rostros del ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, y del embajador Sergei Kislyak, que se reunieron con el presidente de Estados Unidos, sus aliados en Medio Oriente pudieron haber llegado a la conclusión de que pueden persuadir a Trump para que también les diga algo.
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La cuerda floja que Trump enfrenta en Arabia Saudita es tensa en cuanto a la sutileza y al contexto. Un paso en falso o un matiz no comprendido y la construcción por décadas de unas difíciles relaciones diplomáticas podrían venir al suelo. Demasiada o muy poca información, o una respuesta ambigua que sugiera una comprensión débil de los hechos, podría representar todo lo necesario para que esto pase.
Los comentarios de febrero de Trump sobre la paz entre palestinos israelíes (“estoy mirando tanto la solución de dos Estados como la de un Estado, y me gusta la que a ambas partes les guste. Puedo vivir con la una o con la otra”) son un tema principal para su audiencia en Arabia Saudita y no le sería conveniente contradecir a sus anfitriones. Medio Oriente es una región llena de contradicciones y de feos obstáculos, y entre los potentados con los que se reunirá, Trump es un novato en el nivel máximo de poder que disfrutan y también en cuanto a los detalles sobre lo que los une y lo que los divide.
Su reputación en casa como un brillante novato que derriba las complejidades de la Oficina Oval le convertirá en un aliado intrigante pero potencialmente tóxico, vulnerable a la explotación, o peor, a la mala interpretación.
“Un mensaje fuerte y respetuoso”
Trump estará en el país musulmán más venerado del mundo, sede de los dos lugares más sagrados del Islam y destino de 15 millones de peregrinos religiosos al año.
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El asesor de seguridad nacional de Trump, HR McMaster, expuso lo que el presidente tratará ante los emires, reyes y presidentes en Arabia Saudita: “Llamará a los líderes musulmanes a promover una visión pacífica del Islam”.
Suena simple, pero como la mayoría de los musulmanes y sus líderes piensan que ya lo hacen, conseguir el tono correcto será la clave.
McMaster pretende que Trump haga exactamente eso y entregue “un mensaje fuerte y respetuoso de que Estados Unidos y todo el mundo civilizado esperan que nuestros aliados musulmanes tomen una posición firme contra la ideología radical islamista”.
Pero el anfitrión de Trump en el reino conservador, el rey Salman, encontrará que su posición global entre los más de mil millones de fieles musulmanes también estará en la línea.
El Islam no tiene papa, así que Salman, principal guardián de los dos lugares más sagrados de esa religión (La Meca y Medina), es muy importante en el mundo musulmán.
En las calles árabes ya se ven apilados los carteles contra Trump, quien se ganó la ira de muchos con sus fallidas restricciones de viaje a varias naciones de mayoría musulmana, por no mencionar su colorida retórica de campaña sobre una “prohibición a los musulmanes”.
Un fracaso de Trump en calibrar sus comentarios podría costar algo de buena voluntad de parte del rey Salman, el aliado más poderoso de Estados Unidos en la región.
Dado el historial desigual de Trump en la Casa Blanca, el hecho de que Salman esté dispuesto a apostar en un invitado tan impredecible habla mucho de lo que Trump tiene para ofrecer. Y Trump ofrece mucho.
Un cambio con respecto a Obama
No menos importante, a los saudíes les ofrecerá un cambio agradable con respecto a Barack Obama. Los saudíes, al igual que muchos de sus amigos del Golfo, desarrollaron un temor hacia Obama cuando apoyó la Primavera Árabe del 2011 y se negó a apoyar aliados saudíes como el presidente de Túnez, Zine El Abidine Ben Ali, y el de Egipto, Hosni Mubarak.
El predecesor de Salman, el rey Abdullah, calculó que los saudíes necesitaban mirarse a sí mismos para protegerse y comenzaron un gasto masivo de armas, situando al país como el tercer mayor comprador global de elementos de defensa y seguridad.
Paradójicamente, eso también funcionó bien para Estados Unidos. Los lazos de Trump con el país ahora incluyen un acuerdo de 100.000 millones de dólares en armas mientras los saudíes continúan aumentando su fuerza militar.
Los saudíes también evalúan que Trump es mucho más un espíritu afín con ellos en cuanto a Irán que Obama.
Al igual que Trump, los saudíes la tuvieron difícil para entender todo lo relacionado al tratado de armas nucleares que el expresidente con Irán, lo que le permitió a su mayor enemigo regional y religioso desafiar su dominio.
En una reciente y rara entrevista televisiva, Mohammed bin Salman, ministro de Defensa de Arabia Saudita, vicegobernante y responsable del futuro del país, reveló lo malas que están las tensiones con Irán.
La lógica de los saudíes se basa en la idea de que el Imán Mahdi, el redentor profetizado del Islam, vendrá y que deben controlar el mundo musulmán en preparación de su llegada.
Para un hombre nuevo en el poder con un gran ejército, que ya está metido hasta las axilas en una guerra con las fuerzas respaldadas por Irán en Yemen y que mira por encima de su frontera norte la creciente influencia de Irán en Irak y Siria, esto suena suena mucho como a retórica guerrera.
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Cuando combinas eso con algunos de los improperios de Trump durante la campaña contra Irán, el potencial para una alineación de fuerzas es mayor ahora de lo que ha sido en varias décadas.
Es parte del atractivo de Trump para los saudíes y otros aliados del Golfo el que él se sienta ilimitado en cuanto a las convenciones de los presidentes anteriores y las restricciones de sus asesores.
El peligro para él está siendo elevado por su propia arrogancia, dejada colgada en el viento por los aliados que sólo están ansiosos de prepararlo para satisfacer sus necesidades, olvidando los de Estados Unidos.
Después de ir a Arabia Saudita, Trump estará en Israel.
Cualquier paso en falso antes de que llegue allí podría alimentar una reacción incendiaria y quemar las esperanzas de un viaje libre de escándalos que refuerce la imagen de Trump como líder global, con confianza y capaz de transitar por la escena mundial.