(CNN) – Mohammed bin Salman, el príncipe heredero de Arabia Saudita, está neutralizando implacablemente a los opositores que se interponen entre él y el trono de ese reino de Medio Oriente.
Su ascensión meteórica al poder plantea un choque igualmente rápido, y con él el caos en la región.
Sus críticos temen que Mohammed bin Salman pueda estar a punto de dar un golpe de Estado, destronando así a su padre de 81 años. Pero un análisis mejor detallado sugiere que podría estar en medio de una estrategia más cautelosa.
Cada movimiento aparentemente maquiavélico -reorganizaciones del gobierno, promesas económicas y sociales y ahora arrestos- se ha dado uno a la vez.
Pero toma el lugar de su padre ahora o en unos pocos años, no se diferenciará mucho en el tema más importante de la región: el conflicto entre los saudíes y su enemigo regional, Irán.
Su padre no es solo el monarca de Arabia Saudita: el rey Salman es el custodio de los dos sitios más sagrados del islam, y un golpe de palacio en Riad podría tener consecuencias más allá de las fronteras del reino.
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Y en esta mayoría de las naciones suníes, el príncipe bin Salman quiere que los saudíes lideren una gran coalición contra el Irán chiita.
Durante la mayor parte de su vida, el príncipe heredero ha sido consciente de que él y algunos de sus primos podrían terminar en una batalla por el poder.
Desde la muerte de Ibn Saud, el primer monarca de Arabia Saudita, sus hijos pasaron por trabajos remumerados hasta que sus corazones se rindieron. El padre del príncipe heredero es casi el último en esa línea.
A una edad temprana, Bin Salman sabía que este podría ser su destino: si su padre no moría antes de convertirse en rey, entonces podría ser preparado para que el príncipe Bin Salman se convirtiera en el primero de los nietos de Ibn Saud en tomar el trono.
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Sin carteras serias para administrar, aparte de la oficina privada de su padre mientras era gobernador de Riad, Bin Salman ha tenido mucho tiempo libre para tramar.
Ahora, como príncipe heredero, técnicamente nada se interpone entre él y el trabajo más importante, aparte de la salud de su padre. No obstante, parece que Bin Salman no quiere tomar riesgos aún.
Esta semana arrestó a varios príncipes y ministros después de acusarlos de corrupción.
Confianza y desconfianza
El presidente Donald Trump parece no tener preocupaciones: “Tengo una gran confianza en el rey Salman y el príncipe heredero de Arabia Saudita, ellos saben exactamente lo que hacen”, dijo Trump.
Pero no todos comparten su confianza. Muchos en la región árabe temen que el príncipe Bin Salman sea demasiado ambicioso, celoso en extremo, y tal vez incluso un poco paranoico. Les preocupa que pueda causar el colapso de una de las anclas culturales y religiosas más inmutables del mundo, además de perjudicar la economía mundial.
Pero las acciones del príncipe para asegurar su sucesión pueden no haber sido tan salvajes como parecen.
Sus oponentes también han estado jugando a la versión saudí “Game of Thrones” mucho antes de la exitosa serie de HBO.
Entonces, aunque sus acciones pueden parecer repentinas, se habrían planeado con mucho cuidado. Lo que no sabemos es cuán precisos han sido esos cálculos.
El año pasado, lanzó su ambiciosa Vision 2030 para diversificar la economía, alejarla de los hidrocarburos, y dar empleo a los jóvenes sauditas.
El cambio fue necesario: las décadas de “soberanos del petróleo” habían dejado a Arabia Saudita en el pasado. Los actuales precios bajos dejaban miles de millones fuera de la riqueza soberana del país. Pero una apelación a los jóvenes podría apuntalar una gran base de apoyo popular lejos de las intrigas y estrategias en los palacios.
Bin Salman ordenó apretar el cinturón. Redujo los subsidios a los alimentos básicos y el combustible y optó por una oferta pública inicial para la compañía más grande del mundo, el gigante petrolero Aramco, para financiar su apuesta en el renacimiento de Arabia.
Sin embargo, cada fase de Vision 2030 ha sido revisada. Los subsidios volvieron y se revisaron los índices de empleo. Incluso la oferta pública inicial (IPO) fue observada.
La historia sugiere que Bin Salman parece arriesgarlo todo antes de retroceder cuando se avecina el desastre. Sin embargo, si se trata de asegurar el trono, probablemente no sea así.
Su lucha contra la corrupción es bien vista por muchos de los saudíes en situación de pobreza. Ellos han renegado por mucho tiempo, en clave de una apatía subordinada, mientras que los miembros de la realeza disfrutaban de una riqueza que nunca podrían imaginar.
En un país donde abunda el nepotismo, y los empleos del gobierno y sus beneficios son vitalicios, Bin Salman podría haber arrestado a muchas más personas por corrupción.
El presidente Donald Trump parecía no tener problemas para creer la magnitud de la corrupción, tuiteando: “¡Algunos de los que están tratando con dureza han estado ‘ordeñando’ su país durante años!”.
No está claro si Trump incluyó o no al empresario multimillonario Alwaleed bin Talal, un protagonista del cambio en el reino conservador.
Lo que está claro, sin embargo, es que Bin Talal, un príncipe abierto y líder de Kingdom Holding Co. con participaciones en Citigroup, Twitter, Apple y News Corp., podría haber sido un poderoso adversario para Bin Salman.
Pero antes de que Bin Salman ordenara a la Policía detener a posibles enemigos, también había estado escogiendo cuidadosamente a otros rivales.
En 2015, me encontré con un saudita de la realeza. Vivió lo suficientemente cerca de los corredores del poder para saber cómo se comercia la influencia.
La guerra en Yemen todavía estaba fresca. Bin Salman había iniciado la campaña aérea contra el Gobierno yemení respaldado por los hutís. Él era el dueño de la guerra: cómo iba y cuánta sangre saudita se derramaría recaía sobre sus hombros.
Sentados con la realeza de alto rango, hablamos sobre Bin Salman, su poder creciente, su clara aspiración a más y su idoneidad para ocupar tan alto cargo.
Me dijo que si Bin Salman fracasaba en Yemen, sería juzgado como un fracaso en todos los niveles. Los príncipes hablarían por lo bajo entre ellos y, si era necesario, le pedirían a Bin Salman que renunciara.
Cuando volví a encontrarme con el mismo rey este año, él me dijo que a Bin Salman no se le juzgaría por sus errores. Ningún grupo de príncipes se movería contra él. Cuando le pregunté por qué no, parecía un poco cabizbajo: nadie, piensa, tiene el poder o el dinero para enfrentarlo.
Meses más tarde, la astucia de Bin Salman me quedó clara cuando supe que había otorgado a ese señor de la realeza un prestigioso trabajo cerca de él, de príncipe heredero.
Construcción de poder
En su ascenso meteórico, Bin Salman no solo ha venido eliminando una burocracia esclerótica y envejecida, sino que también ha dinamizado a la juventud de la nación. En poco más de dos años, ha barrido a una generación de ministros ancianos y experimentados.
Está construyendo lealtad y, si lo hace bien, un liderazgo longevo para sí mismo. El 70% del país es como él: tiene alrededor de 30 años o menos. Lo que ha hecho para asegurar su apoyo ha sido revolucionario.
Les prometió a las mujeres el derecho a conducir, les permitió entrar a los estadios deportivos, prohibió que la Policía religiosa arrestar a personas y permitió que hombres y mujeres se reunieran en público sin temor a ser perseguidos.
En el Día Nacional Saudita de este año, la música salió a la calle. Hombres y mujeres bailaron juntos, algo completamente desconocido hasta el año pasado. Y todo esto a la vuelta de la esquina de la plaza donde se producen las decapitaciones sauditas.
Bin Salman está aprovechando un deseo de cambio, adornándolo hábilmente en el nacionalismo ya apasionado de los saudíes. Y al arrestar a muchos clérigos conservadores, parece estar reduciendo la religión para darle mayor espacio al nacionalismo.
Pero este movimiento es arriesgado y podría ser el talón de Aquiles de Bin Salman: una reacción conservadora sería sangrienta. Pero parece contar con la juventud que mira hacia el exterior.
Y aunque estos jóvenes no son dóciles, los une una estricta tradición, respeto por la familia y profunda lealtad a su nación.
Entonces, ¿a dónde va todo esto? La creciente retórica anti-iraní de Bin Salman puede dar pistas de su agenda de reforma y su rumbo nacionalista.
Esta semana, Bin Salman calificó el lanzamiento de un misil por parte de los hutís sobre Riad como un posible acto de guerra por parte de Irán.
Si no puede arreglar la economía y generar más empleos para sus jóvenes seguidores, al menos puede culpar a Irán por su situación. Podría comprarle tiempo, sin nada más. Y es esta estrategia la que hace que Vision 2030 sea tan arriesgada, tanto para Bin Salman como para la región en general.
Su proyección a futuro es más grande y más audaz que la del último rey, pero solo un tonto se lo creería sin chistar.
Bin Salman puede ser un Maquiavelo moderno. Él ciertamente sabe cómo caer bien a las mayorías. Pero si su apuesta es ser más que un Ponzi cultural que se derrumba en el primer terremoto de la disidencia, debe cumplir algunos de los sueños que promete.
Si no lo hace, el riesgo de una guerra total entre Arabia Saudita e Irán podría ser mucho más cercano, haya reemplazado a su padre o no.