Nota del editor: Arianne Zucker es actriz de cine y televisión, mejor conocida por su actuación en Days of Our Lives. Síguela en Twitter como @Ari_Zucker. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autora.
(CNN) – Mi nombre es Arianne Zucker. Sí, soy la mujer del video de Access Hollywood que causó gran polémica en octubre pasado, durante la campaña presidencial en Estados Unidos.
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Ser la “mujer del video” definitivamente no es el título glamoroso que soñaba cuando era niña. En 2004, la producción del programa de televisión en el que actuaba me pidió que diera la bienvenida al autobús que transportaba a la entonces estrella de The Apprentice, Donald Trump, y al conductor de Access Hollywood, Billy Bush. Mi trabajo era recibir a los invitados, guiarlos por el estudio en el que estaríamos filmando y promover los tres programas de televisión. No tenía idea de los comentarios que hicieron antes de que se apearan del autobús hasta que el Washington Post llamó a la gerencia del programa, unas horas antes de que se publicara el video.
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¿Por qué les explico esto? Para que quede muy claro que yo estaba allí para hacer un trabajo. Nunca habría podido predecir lo que Donald Trump o Billy Bush dirían antes de llegar. Cuando los vi bajar del autobús, comenzó mi trabajo. Claro que como estábamos rodeados por 25 empleados, cámaras y teníamos mucho qué hacer, no hubo ninguna conducta inusual.
Ahora que el video de Access Hollywood es noticia nuevamente porque se reportó que Donald Trump duda de su autenticidad, me siento confundida por la siguiente razón: por experiencia, cualquier persona que ha estado alguna vez en televisión, con un micrófono puesto, siempre debe suponer que alguien lo está escuchando. Y cuando te atrapan hablando mal de alguien, al menos tienes que reconocerlo.
La gente me pregunta si necesito o si quiero que el hoy presidente Trump o Billy Bush me ofrezcan una disculpa. Bueno, que lo hagan sería lo correcto. ¿Qué si no duermo esperando a que suceda? Definitivamente no.
Me niego a dejar que una situación como esta me arrebate mi poder emocional. Uno es quien se permite ser y yo no dejé ni dejaré que esto ni ninguna de sus consecuencias me afecten como mujer, madre, hija, amiga y pareja de un gran hombre.
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Creo que quienes sienten la necesidad de mentir o de usar su poder para dominar a las mujeres, en realidad solamente tienen miedo. Temen que sus egos salgan heridos, temen estar equivocados en algo, temen que otras personas se den cuenta de quiénes son en realidad.
Cuando un depredador se siente superior, le es muy fácil molestar a quienes no se defienden. Creo que muchos depredadores han sufrido acoso, abusos o incluso agresiones en algún momento de su vida. ¿Por qué otra razón sentirían la necesidad de deshumanizar a otras personas más adelante en la vida?
He sufrido agresiones y he dedicado mucho tiempo a sanar de ese abuso emocional y físico. Ahora no tengo miedo y sé que nadie volverá a hacerme eso. Sé que no estoy sola. Hoy tenemos que hacernos una pregunta difícil: “¿Ahora qué hacemos?”. ¿Qué hacemos al enterarnos de todas estas historias horripilantes de hombres en posiciones de poder que se aprovechan de la gente y que se niegan a aceptar las consecuencias de sus actos?
Tengo la esperanza —y es mi objetivo al escribir este artículo— en que las mujeres y los hombres buenos de este mundo se ayuden a ser fuertes y reconozcan a quienes han sufrido acosos; que al hacerlo, ayuden a prevenir otros casos como este.
Entre más seamos, más poderosos seremos; se necesita valor para alzar la voz y unirse. Tenemos que unirnos en nuestra casa y en nuestro trabajo para protegernos, rescatarnos y salvarnos. No dudo que podemos ser héroes, sin importar lo grande o pequeña que sea la hazaña.
Si la gente que está en el poder no va a hacer la diferencia, los ciudadanos comunes sí pueden y lo harán. Sin embargo, se necesita fortaleza. Se necesita que una persona valiente comience el proceso en donde quiera que esté, en donde quiera que viva y en donde quiera que trabaje.
Vivimos una época increíble, una época extraordinaria en la que las mujeres salen a la luz y se ponen de pie en donde siempre han debido estar: en igualdad con cualquier hombre.