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Por Frida Ghitis

Nota del Editor: Frida Ghitis es columnista de asuntos mundiales en The Miami Herald y World Politics Review. Exproductora y excorresponsal de CNN, es autora de El fin de la revolución: Un mundo cambiante en la era de la televisión en vivo.

(CNN) — Un par de horas antes de que diera a conocer la muerte del presidente venezolano Hugo Chávez, el vicepresidente, Nicolás Maduro, repitió la afirmación de que la mortal enfermedad de Chávez fue provocada por extranjeros, y calificó a la oposición como el “enemigo de la nación”. Con eso, dio voz a uno de los principales legados de la era Chávez, el de la división y la búsqueda de chivos expiatorios.

Sin embargo, el legado de Chávez incluye mucho más que la animosidad entre ricos y pobres, entre izquierda y derecha.

Chávez jugó un papel fundamental en llevar la apremiante situación de los pobres de América Latina a los primeros planos de la agenda política.

Fue como si el exparacaidista agarrara un continente por las solapas y gritara: “¡Deben luchar contra la pobreza!” Y el continente escuchó.

Incluso las personas que enérgicamente se mostraron en desacuerdo con el neosocialismo de Chávez, la ideología populista, se percataron de que la desigualdad económica requería una atención urgente.

En los años siguientes a su llegada al poder, agresivos programas contra la pobreza fueron puestos en marcha en varios países de América Latina, con un éxito impresionante.

Chávez mejoró la situación de los pobres en Venezuela, y tuvo un impacto en la reducción de la desigualdad en otras partes de la región. Sin embargo, durante el proceso, socavó profundamente la democracia venezolana, y creó un modelo de autoritarismo que otros autócratas copiaron, dañando la democracia en muchos países.

Sus políticas antiestadounidense y antioposición consiguieron credibilidad en el país cuando la oposición organizó un intento de golpe de Estado, en 2002, el cual Chávez dijo que fue apoyado por EU. Su pretensión histriónica de que podía “oler el azufre”, cuando subió al podio de la ONU después de “el diablo” George Bush, lo convirtió en una superestrella en los medios del mundo, y en un destacado actor en una alianza antiWashington con el régimen de Irán. Brindó sustento al régimen de Castro en Cuba, y ostentosamente hizo amistades con los enemigos de Estados Unidos, como Muamar Gadafi, de Libia, y Bachar al Asad, de Siria.

Los programas sociales que desarrolló llevaron vivienda y atención médica, y ayudaron a alimentar a los pobres. Contribuyó a elevar los niveles de vida e inspiró a millones de apasionados seguidores. La intensidad de la ayuda por lo regular fue avivada por los constantes ataques contra los ricos, “los oligarcas”, como los llamaba, y contra Estados Unidos, o “el imperio”.

Sin embargo, los poco ortodoxos métodos económicos de su “socialismo del siglo XXI”, y de su revolución “bolivariana”, distorsionaron la economía y, de hecho, crearon menos crecimiento económico y menos prosperidad que otros países de América Latina. Y se ha escuchado el fuerte argumento de que Venezuela, país con una enorme riqueza petrolera, debería haber crecido mucho más de lo que creció durante los años de Chávez, cuando las empresas fueron confiscadas regularmente por el gobierno y la vital industria petrolera fue puesta en manos de partidarios políticos en vez de en manos de técnicos expertos.

El legado económico es uno de inflación por las nubes, escasez de alimentos crónica y agotamiento de la inversión. La economía de Venezuela ha crecido, pero de manera más lenta que la de Perú, Brasil o Panamá, probablemente más lentamente de lo que podría haber sido.

En el frente político, Chávez empoderó a los pobres, haciéndolos sentir, con razón, que ellos importaban en el sistema que había sido controlado por los ricos. Sin embargo, al poco tiempo, manipuló el sistema a un grado en el que la democracia comenzó a hacerse más delgada, hasta ser poco más que una frágil apariencia.

Chávez intentó, fallidamente, tomar el poder mediante un golpe de Estado en 1992. En 1999, ganó la presidencia en las urnas. Mantuvo el principal cargo del país hasta el día en que murió.

Inmediatamente después de asumir el cargo, convocó a una asamblea constituyente. La nueva constitución estableció un máximo de dos períodos en el cargo. Convocó de nuevo a elecciones y ganó por segunda vez, hecho que contaba como el inicio de sus dos mandatos. Tras ganar la presidencia por tercera vez, en 2006, llamó a un referéndum para la supresión del límite del mandato presidencial y dijo que podría seguir siendo presidente hasta 2030. El año pasado ganó por cuarta ocasión. Si la muerte no hubiera interferido, Chávez podría haberse convertido en el presidente eterno.

Esa manipulación del sistema electoral ha sido uno de los legados más perniciosos del chavismo. Por ejemplo, en Nicaragua, el presidente Daniel Ortega, para hacer frente al fin de su presidencia tal y como lo ordenaba la constitución, tomó una página del libro de estrategias de Chávez, llenó de partidarios a la Suprema Corte, la cual determinó que los límites de los periodos no aplican para el presidente.

Otros presidentes latinoamericanos han imitado el no democrático estilo populista de Chávez, intimidando a sus oponentes, restringiendo los medios y trastocando el poder judicial.

Human Rights Watch documentó la constante erosión de las libertades democráticas en los 14 años de mandato de Chávez, y concluyó que Chávez y sus seguidores construyeron “un sistema en el cual el gobierno tiene rienda suelta para amenazar y castigar a los venezolanos que interfieren con su agenda política, creando riesgos incluso más grandes para los jueces, periodistas y activistas de los derechos humanos”.

Chávez y sus partidarios se hicieron cargo de prácticamente todas las palancas del poder, afirmando todo el tiempo legitimidad democrática. Permitieron que la oposición siguiera funcionando, y junto con EU les dieron un pretexto para echarles la culpa por los problemas del país.

En particular, el poder judicial se convirtió en un instrumento del gobierno, utilizado con fines políticos aun cuando las tasas delictivas iban en ascenso, las tasas de homicidios alcanzaban niveles sin precedentes y la mayoría de los delitos quedaban sin ser resueltos. El gobierno decidió dejar de llevar cuentas estadísticas de la delincuencia, sin embargo, una organización privada contabilizó más de 118,000 homicidios desde que Chávez asumió el poder. Los expertos dijeron que uno de los problemas era el sistema de justicia, que, al igual que otras partes del gobierno, se había vuelto más político que profesional.

En un caso infame, la jueza María Lourdes Afiuni concedió libertad bajo fianza a un banquero acusado de romper el control de cambios mientras esperaba el juicio. En su programa semanal de televisión, Chávez declaró: “¡La juez tiene que pagar!” Ella pasó tres años en una cárcel en donde, dijo, fue violada, a la espera de juicio por falsos cargos de corrupción.

Chávez cerró los medios de comunicación críticos y amenazó con cerrar a otros, negándose a renovar las licencias de difusión de algunos de sus más poderosos críticos.

En los últimos años, el atractivo del chavismo comenzó a disminuir en América Latina. Otros enfoques menos divisivos, más democráticos y más eficaces se hicieron más populares.

Con Chávez fuera del escenario en Venezuela, una serie de preguntas quedan suspendidas en el aire.

La acritud de su gobierno ha dejado una Venezuela peligrosamente dividida que enfrenta graves desafíos sociales y económicos, en tanto las más recientes acusaciones de Maduro agregan combustible a los brasas calientes. Chávez deja atrás un país en donde los pobres han sido empoderados y la sociedad ha sido dividida, y un continente en el que las alternativas a su modelo parecen más atractivas que nunca.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Frida Ghitis.