(CNN) – Como líder actual del G20, Angela Merkel tiene la voz cantante, y la canciller alemana le está enviando un mensaje musical a algunos de sus invitados en Hamburgo esta semana.
La noche del viernes, mientras los músicos de la Elbphilharmonie ajustaban y tocaban las cuerdas, algunos de los hombres y mujeres más poderosos del mundo se instalarían en sus asientos para una interpretación de la Novena Sinfonía de Ludwig Van Beethoven.
Un portavoz del gobierno alemán le dijo a CNN que la propia Merkel seleccionó la Novena Sinfonía (“una parte sustancial de la cultura alemana”), cuyo movimiento final, más conocido como “Oda a la Alegría”, es “un himno a la humanidad, la paz y la comprensión internacional”.
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Tras el primer viaje del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a Europa en mayo, ¿está Merkel tratando de entretenerse con la música? ¿O está tratando de anotarle puntos a un hombre que ha admitido anteriormente que las sinfonías no son realmente lo suyo?
“Tengo que admitir que mi conocimiento sobre música clásica es limitado”, escribió Trump en su libro “How to Get Rich” (“Cómo hacerse rico”), publicado en el 2004.
En cambio, el gusto musical del presidente de Estados Unidos tiende más hacia cantantes de estilo antiguo y/o medio roqueros como Frank Sinatra, Tony Bennett, Elton John, Rolling Stones y Aerosmith.
Visión idealista de la unidad
Terminada en 1824, la sinfonía final de Beethoven lleva a la música las idealistas palabras del poeta alemán Friedrich Schiller. Juntas, melodía y letras, buscan un era de “unidad gozosa” en la que “todos los pueblos se conviertan en hermanos”.
“La pieza fue escrita en un momento de represión y contrarrevolución”, asegura Nicholas Baragwanath, jefe del departamento de música de la Universidad de Nottingham, en el Reino Unido. “La Revolución Francesa, este gran experimento, había fracasado y era efectivamente un Estado policial”.
Dado los tiempos difíciles en que fue creada, la sinfonía ha sido vista desde hace tiempo como “un grito de libertad”, afirma Baragwanath.
Pero John Deathridge, profesor emérito de música en el Kings College de Londres, dice que el poema original fue atenuado para hacerlo menos revolucionario: “En el original hay una frase que dice “Que los mendigos se conviertan en hermanos de príncipes”, sugiriendo que se unan todos los niveles de la sociedad. Eso es más abstracto”.
Y dice que “la idea de que Beethoven era un demócrata”, usando su música para argumentar que el poder debe estar en manos del pueblo, es “basura”.
“Él creía en una especie de autoritarismo benigno”, dice Deathridge. “Él era un monárquico después de todo. Quería la unión de todos, pero no creía en el espíritu democrático como lo entendemos hoy”.
La música usada con fines políticos
Cualesquiera que sean las intenciones originales de Beethoven, los más de 150 años desde la publicación de la Novena Sinfonía han visto cómo esta, y en especial la “Oda a la Alegría”, han sido cooptadas por una serie de causas políticas, algunas de las cuales serían consideradas utópicas actualmente.
“Pocas obras de arte han pasado tanto tiempo con gente tan poco atractiva”, escribió el crítico de música y arte Igor Toronyi-Lalic en The Times en el 2009. “Durante gran parte de su historia, la oda ha sido una compañía de los más turbios y asesinos extremos políticos”.
Cada uno, desde los nazis hasta los comunistas, desde los supremacistas blancos en Rhodesia hasta los activistas contra Pinochet en Chile, las guerrillas izquierdistas en el Perú y los estudiantes manifestantes en la Plaza de Tiananmen, han tenido como lema a este himno clásico. Todos ellos insisten en que la pieza musical demuestra su punto.
Eso, dice Deathridge, se debe tanto a la genialidad de la obra como a su debilidad: “Crea este espacio vacío en el que puedes poner todo tipo de cosas, puedes interpretar el deseo de unidad como algo autoritario o como protesta contra el autoritarismo”.
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La pieza también se ha utilizado en los momentos de gran celebración en Alemania. Durante la primera parte de la Guerra Fría (desde 1956 hasta 1968) la “Oda a la Alegría” fue el himno de facto de los seleccionados de Alemania Oriental y Occidental en los Juegos Olímpicos.
El día de Navidad de 1989, Leonard Bernstein dirigió una representación de la sinfonía para celebrar la caída del Muro de Berlín, seis semanas antes. Y en noviembre del 2014, los músicos tocaron la “Oda a la Alegría” en la Puerta de Brandenburgo para celebrar el 25 aniversario de la caída de la muralla.
Desde los años 70, la “Oda a la Alegría” ha sido también el himno de lo que hoy es la Unión Europea, y fue elegida porque “expresa los ideales europeos de libertad, paz y solidaridad”.
La primera ministra del Reino Unido, Theresa May, que actualmente está negociando los términos de la salida de Gran Bretaña de la UE, también puede sentirse incómoda en su asiento con una celebración de la unidad europea, y algunos parlamentarios escoceses han utilizado la melodía como un medio para protestar contra el Brexit.
¿Una elección musical apta?
¿Estará Trump en el auditorio cuando el director Kent Nagano toque su batuta para señalar el inicio de la presentación? Un recital de la Novena Sinfonía suele durar más de una hora, y su sección más conocida, la “Oda a la Alegría”, está en el último movimiento.
Dado el infame corto período de atención del Presidente de Estados Unidos, la idea de que él se siente durante todo el concierto es “extraordinaria”, asegura John Deathridge. “Quizás llegue tarde”.
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Sería una vergüenza para él perdérselo, dice Deathridge, insistiendo en que es una pieza musical muy apta para Trump.
“Creo que en realidad hay algo apropiado en la elección”, afirma. “Donald Trump se está comportando como un monarca. Es como retroceder a los tiempos monárquicos cuando los líderes no tenían absolutamente ninguna conciencia. Así que en cierto modo es una pieza muy adecuada para él”.
El mundo vs. Trump en el G20
Pero si el visitante estadounidense de Merkel no disfruta de su entretenimiento nocturno, la propia historia de Trump sugiere que no dudará en mostrar su disgusto.
“En segundo grado le di un puñetazo a mi profesor de música porque no creía que sabía nada de música”, declaró Trump en “The Art of the Deal” (“El Arte del Acuerdo”), su libro de 1987. “La diferencia ahora es que me gusta usar mi cerebro en vez de mis puños”.