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Director de Foro Penal: Han aumentado los presos políticos en Venezuela
00:15 - Fuente: CNN

Nota del editor: Mina Chang es consejera delegada de Linking the World, una organización no gubernamental que utiliza herramientas de investigación para cerrar la brecha entre los profesionales y los responsables políticos. Chang es integrante de International Security Fellow for New America. Síguela en Twitter en @MinaChang. Las opiniones expresadas en este comentario son de su propia responsabilidad.

(CNN) – La violencia que estalló este miércoles durante la conmemoración del Día de la Independencia en Venezuela se sentía muy familiar. De hecho, la semana pasada había visto por mí misma algo del caos que ha envuelto al país cuando visité Caracas.

Estuve allí para reunirme con socios locales que han estado pidiendo ayuda en una crisis humanitaria que es pasada por alto con demasiada frecuencia. Y mientras me movía por la ciudad, vi sufrimiento y violencia (a simple vista) a diferencia de lo que había visto en todos mis años de trabajo en zonas activas de guerra y desastre.

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Vi a una joven madre decirle adiós a su hija de 7 años mientras un “fijador” (un coyote, un contrabandista pagado, uno de los pocos empleos en Venezuela que crece en demanda), se disponía a llevarse a la niña a Colombia. Las lágrimas de la madre le nublaron la imagen de su hija y el hombre que caminaba hacia uno de los cinco puestos fronterizos en el país vecino y hacia un futuro incierto. Yo estaba esperando junto a su hija mayor, una niña de 12 años asustada que lloraba de forma desconsolada porque su hermana acababa de ser entregada a un extraño.

Mina Chang

Pero la madre se enfrentaba a un dilema común para muchos en su país. No puede alimentar a su familia, que ha estado viviendo de una comida de harina de maíz al día, y cree que su hija menor tendrá una mayor probabilidad de supervivencia. Ella espera que alguien del otro lado de la frontera cuide de ella.

Este escenario es una de las millones de escenas igualmente trágicas que se están desarrollando en este momento en Venezuela. La gente está muriendo por falta de elementos necesarios o está siendo asesinada por pronunciarse en contra de sus pobres condiciones de vida. No hay instalaciones médicas operacionales. Para muchos, no hay medicina, no hay médicos, y la escasa agua deja que las enfermedades se instalen.

Los jóvenes con quienes hablé me dijeron que prácticamente no hay empleo y no hay manera de ganar dinero a menos de que se involucren en actividades ilegales. Si los niños no son enviados o entregados a los “fijadores”, entonces se ven obligados a la prostitución o al tráfico de drogas para sobrevivir.

Desde una azotea, vi una protesta en la calle que se transformó en una zona de combate.

Cuatro camiones blancos con ‘GNB’ en la capota dispararon lo que parecía ser un gas lacrimógeno sobre la multitud. Lo que siguió fue un completo caos. La gente se precipitó sobre los camiones, lanzando en su contra todo lo que pudieron encontrar. Los civiles parecían haber esperado ser gaseados porque algunos llevaban máscaras improvisadas hechas de gafas de natación unidas a botellas de agua rellenas con tela que esperaban que le ofrecieran alguna protección.

Grupos violentos entraron a la sede del Congreso en Venezuela

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A medida que se desarrollaba la confrontación, podía ver camiones blindados más grandes acercándose a la zona, y mi intérprete me explicó que estaban montados con cañones de agua que serían armados y utilizados contra la gente. Me dijeron que era hora de irnos, rápidamente.

Cuando me preparaba para ir a Caracas, supe que era extremadamente peligroso y violento. Me advirtieron que nunca sacara mi teléfono. La gente “te matará por tenerlo”, me advirtieron. Nuestros movimientos fueron coordinados para evitar ser notados por el alto número de secuestros de extranjeros para cobrar rescates.

Tengo experiencia en zonas de guerra activa y ambientes volátiles, pero me encontré en la ciudad más violenta del mundo.

Aunque la inanición masiva se hace evidente por todos aquellos a los que se les nota un aspecto débil y agotado (recurriendo a la basura), el gobierno no está permitiendo que la ayuda llegue a su gente y hasta niega que haya una crisis. Las ONG que tratan de ayudar han sido acusadas de suministrar provisiones, medicinas y comida a personas de la oposición, manifestantes a los que el presidente Nicolás Maduro ha calificado de terroristas.

La mera supervivencia es un reto, y con el aumento de las muertes, la población está desesperada por un cambio.

Nadie nacido en la última década y media recuerda nada más que la dictadura. La mayoría carece de una educación básica y cuando les pregunto acerca de sus planes para el futuro, me dicen que no tienen una esperanza si se quedan en su país.

La falta de opciones significativas combinadas con el ver sufrir a sus familias y comunidades con el asesinato, la opresión y el encarcelamiento, hace que los jóvenes sean extremadamente vulnerables a la influencia del crimen organizado y el extremismo violento. Estos grupos criminales ofrecen estructura y propósito en medio del caos y la anarquía, y le ofrecen a estos jóvenes un motivo para luchar.

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Las pandillas están usando sus redes para traficar alimentos esenciales, medicinas y agua, lo que a su vez sólo fortalece a los grupos rebeldes que controlan estas rutas. El proceso de paz colombiano con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) ha dejado un vacío de poder y seguridad, y varios grupos están tratando de llenarlo.

Es un empeoramiento de la crisis que tendrá consecuencias a largo plazo y de gran alcance.

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En mi último día, me sentí aliviada de estar saliendo del país. Pero antes de que pudiera entrar en el auto que me llevaría al “ave de la libertad”, la única cosa que nos preparamos para evitar, pasó. Fui detenida por un grupo de hombres fuertemente armados y acusada de ser periodista. Me preparé para lo peor.

Los periodistas han sido atacados, asesinados, robados, golpeados y detenidos a veces sólo por estar presentes. A los reporteros extranjeros se les ha negado la entrada al país, ya que el gobierno quiere impedir que el mundo vea lo que está sucediendo.

Los hombres eran agresivos, ásperos y se veía claramente que eran “colectivos”, militantes que apoyan a Maduro. Me gritaron exigiendo que confesara que yo era periodista y me pidieron que les entregara cámaras o teléfonos. Tras una cascada de súplicas y el convencimiento de mi intérprete, me incautaron mi teléfono, mi computadora y se quedaron con mi chaleco.

Esta no era la primera vez que me robaban o asaltaban, pero tenía miedo. Al final, logré irme. Los venezolanos no tienen esa opción.