(CNN) – Cada noviembre, Estados Unidos recuerda el final de Camelot: un momento resplandeciente de promesas en cabeza de John F. Kennedy, el presidente más joven del país, que terminó de forma abrupta y sangrienta con el segundo disparo de Lee Harvey Oswald, un tiro directamente a la cabeza.
Mientras las teorías de la conspiración discuten quién apretó ese gatillo, hay otro culpable que suele pasar desapercibido: el dolor de espalda con el que Kennedy luchó toda la vida. El mandatario tenía el hábito de usar un aparato ortopédico (corsé) que pudo impedirle tirarse al suelo de su auto tras el primer disparo del asesino en el cuello, preparándolo así para el tiro mortal.
“El aparato ortopédico era un corsé firmemente atado alrededor de sus caderas, la parte baja de la espalda y un más arriba”, explicó el doctor Thomas Pait, neurocirujano especializado en la espina dorsal y coautor de un artículo que detalla los fracasos en las cirugías de espalda que tuvo Kennedy.
“Él lo ató con fuerza y puso un ancho vendaje Ace en forma de ocho alrededor de su tronco. Cuando lo piensas bien, si tienes ese corsé en todo el pecho, encima de tus pezones y muy apretado, ¿vas a ser capaz de inclinarte hacia adelante?”, añadió.
Retrato del dolor
La familia Kennedy protegió celosamente la verdadera extensión de los problemas médicos de John F. Kennedy, mucho después de su muerte. Aunque algunos detalles fueron escapando a lo largo de los años –es difícil ocultar las fotos del expresidente caminando en muletas antes y después de sus cirugías–, sólo fue hasta 2002 cuando el historiador Robert Dallek tuvo acceso a a una colección de documentos que dan cuenta del período entre1955 y 1963. Y ahí se empezaron a conocer más a fondo las cuestiones específicas de lo que aquejaba a Kennedy.
Pait y su coautor, el también neurocirujano Justin Dowdy, estudiaron detenidamente el posterior libro de Dallek, así como numerosas biografías, decenas de documentos y radiografías en la Biblioteca JFK de Boston para preparar el artículo académico que publicaron en septiembre pasado.
“Me dejó atónito la profundidad del dolor de Kennedy”, señaló Dowdy. Pait complementó: “él era uno de nuestros presidentes más jóvenes, y también era uno de los más enfermos. Sin embargo, fue políticamente importante para él mantener la apariencia de juventud y vigor”, detalló.
Enfermizo desde niño –sufrió de fiebre escarlata cuando sólo tenía 2 años–, Kennedy pasó su adolescencia dentro y fuera de los hospitales por dolores abdominales y articulares, síntomas parecidos a la gripe y una pérdida extrema de peso. A los 15 años Jack, como lo llamaba su familia, apenas pesaba 53 kilos, según la investigación de Dallek.
Para el siguiente año, preocupados por la posibilidad de una leucemia, los doctores comenzaron a revisar confrecuencia su conteo sanguíneo. Tras una serie de pruebas en la Clínica Mayo, sus médicos llegaron un diagnóstico diferente: úlcera péptica, o lo que ahora llamamos colitis ulcerosa.
“Dios, qué golpiza estoy aguantando. He perdido 3 kilos y medio y sigo bajando”, le escribió Kennedy a un compañero de clases, según registró Dallek, durante el verano de 1934 cuando le estaban realizando los exámenes. “Ayer pasé por la experiencia más estresante de mi vida… un tubo de hierro de 30 centímetros de largo y dos centímetros y medio de diámetro en mi trasero… Mi pobre recto desaliñado me mira con mucho reproche por estos días”, relató el exmandatario.
A pesar de una dieta con alimentos blandos, consultas médicas frecuentes y fuertes medicamentos –incluidos esteroides aplicados justo debajo de la piel para que se disolvieran– sus años universitarios en Harvard estuvieron plagados de dolor abdominal, pérdida de peso y debilidad. De hecho, él comenzó a bromear sobre la muerte. “Eché un vistazo a mi historial (médico) ayer y pude ver que están midiendo mentalmente para un ataúd”, le escribió un amigo.
Justamente, Harvard sería el origen de una nueva enfermedad: el dolor crónico de espalda. Este mal empezó para Kennedy cuando fue derribado durante un partido de juego americano y que probablemente lesionó un disco lumbar. Entonces empezó a usar regularmente un corsé ortopédico para estabilizar su espina dorsal y controlar la incomodidad.
El costo de la guerra
Después de que terminó la universidad, ese dolor de espalda, junto a su extenso historial de problemas médicos, lo mantuvo alejado de su siguiente sueño: servir al país en la Segunda Guerra Mundial. Primero fue el Ejército y le siguió la Marina: ambos lo rechazaron. Pero Kennedy no se rindió. Con la ayuda de los contactos políticos de su padre, fue aceptado en la Armada en 1941.
Y tal parece que Kennedy no iba a conformarse únicamente con haber ingresado. El experimento de botes conocido como Patrol Torpedo (PT) comenzó un poco después, relató Pait. “De nuevo, determinado a hacer algo más que quedarse sentado simplemente en un escritorio, movió algunas influencias. Logró entrar al programa de entrenamiento de PT a pesar de todos sus problemas médicos y el dolor de espalda”, detalló.
Lo que hace que lo sucedido después sea aún más sorprendente. Según la Biblioteca Presidencial JFK, el bote PT-109 de Kennedy fue atacado por un destructor japonés en la oscuridad del 1 de agosto de 1943. El impacto alcanzó la parte trasera derecha del bote, arrojando a la mayoría de los hombres de Kennedy al Océano Pacífico. Para llegar a la isla más cercana, él y su tripulación nadaron más de 5,6 kilómetros. Distancia que Kennedy recorrió mientras remolcaba a uno de los heridos con una correa de chaleco salvavidas sujeta entre su dientes.
Pero su heroísmo empeoró la lesión de su la espalda, asegurándole de por vida una lucha con ese dolor.
¿Un mal diagnóstico?
Los médicos continuaron luchando por encontrar la verdadera causa del dolor crónico de espalda que aquejaba a Kennedy y la mejor manera de tratarlo. Pero parte del problema eran las pruebas para diagnosticas que se usaban en ese momento.
“En aquel entonces, los médicos insertaban una aguja en la parte posterior e inyectaban un tinte, aire o gas para obtener imágenes de los huesos y los espacios entre ellos”, explicó Pait, un procedimiento llamado mielograma. “El tinte era la mejor opción, pero era permanente. El cuerpo podría no absorberlo y causaría algunos problemas graves”, detalló.
Temiendo dejar tinte en su famoso paciente, los médicos de Kennedy eligieron el aire como el agente para su evaluación. Lamentablemente, añadió Pait, no proporcionó una visión definitiva del verdadero problema.
Kennedy ya tenía en la mira una carrera en política. Con un tratamiento conservador que fracasaba y siendo incapaz de vivir bajo ese dolor, tomó una decisión contra el consejo de sus médicos de la Clínica Mayo: se sometió a una cirugía de columna vertebral en el New England Baptist Hospital, en junio de 1944. “Desafortunadamente, no salió bien. Alrededor de seis semanas después de la primera operación, el dolor regresó y estaba en una condición terrible”, señaló Pait.
Pait y Dowdy evaluaron las radiografías de Kennedy antes y después de la cirugía. Su análisis, desde el punto de vista de cirujanos de la espina dorsal, no encontró anormalidades en los espacios entre las vértebras ni tampoco signos de enfermedad ósea subyacente, que durante mucho tiempo se sospechó era la causa debido al uso de esteroides de Kennedy.
Kennedy expresó su propia decepción frente al resultado: “Creo que el doctor debió haber leído apenas un libro más antes de coger el bisturí”. Sin embargo, a pesar de esa opinión inicial, volvería al quirófano dos veces más en un intento desesperado por aliviar el dolor.
El camino al doctor ‘Sentirse Bien’
La siguiente cirugía de Kennedy, en octubre de 1954, casi lo mata. Después de que le insertaron una placa de metal en la parte inferior de la espalda para fusionar su espina dorsal, desarrolló una infección del tracto urinario. Estaba tan enfermo que la familia llamó a un sacerdote para los que le ungiera los santos óleos. En este momento, él estaba en el Senado y usaba muletas durante sus viajes relacionados con el cargo y de asuntos oficiales.
Desafortunadamente, Kennedy nunca se recuperó completamente de esa cirugía. En febrero del siguiente año regresó al hospital para someterse a una cirugía que removería la placa. No sería sino hasta mayo que pudo regresar al Senado.
De hecho, la siguiente solución del expresidente para su dolor fue recurrir a las inyecciones de procaína, otra versión de la lidocaína, que bloquea las señalas nerviosas dirigidas al cerebro. Según Pait y Dowdy, durante los próximos cuatro años, recibiría “cientos, si no miles” de inyecciones. Situación que, junto con el fortalecimiento muscular y el uso del corsé, produjo una mejora “dramática” en su dolor de espalda.
Pero la agotadora campaña que llevó a su elección como presidente en 1960 volvió a afectar a Kennedy. Ahí fue cuando encontró alivio en manos del doctor Max Jacobson, quien era apodado “Max Milagro” y “doctor Sentirse Bien” porque inyectaba sus pacientes con brebajes a base de anfetaminas.
“Él inyectó a Kennedy, y eso hizo que el presidente se sintiera fantástico. Estaba drogado y no sentía dolor”, explicó Pait. Incluso, se dice que Kennedy recibió una inyección de Jacobson justo antes de su famoso debate con Richard Nixon y otras tres en el primer día de la cumbre de Viena con el primer ministro soviético Nikita Khrushchev, que no resultó nada bien para Kennedy.
Un nuevo comienzo
Para finales de 1961, la preocupación por la intensidad de las inyecciones en Kennedy, llevó a que el contralmirante George Burkley, quien fue el médico de la Casa Blanca desde el presidente Eisenhower, se encargara del cuidado del mandatario electo.
Llevó a un nuevo médico, el doctor Hans Kraus, conocido hoy como el padre de la medicina deportiva, quien creó un centro multidisciplinario para el dolor a finales de la década de 1950. Kraus creía que buena parte de los dolores de espalda se originaban en músculos débiles y deficientes.
Kraus puso a Kennedy en un régimen de levantamiento de pesas, natación, masajes y terapia de calor. Además, comenzó a tratar de quitarle al presidente el corsé que solía llevar en su espalda, pues según Pait, creía que se interponía en los ejercicios de fortalecimiento. “En este punto, Kennedy había usado ese aparato la mayoría de su vida adulta”, añadió.
Casi de inmediato, el nuevo enfoque trajo beneficios, reveló Pait: Kennedy estaba en el camino correcto para recuperarse del dolor de espalda, tal vez por primera vez en su vida. Luego, en agosto de 1963, apenas unos meses antes de la visita a Dallas, el presidente se tensó la espalda y comenzó a confiar nuevamente en el aparato ortopédico, a pesar de las preocupaciones de su médico.
“Kennedy le dijo a Kraus: ‘Mira, te diré algo, cuando regrese de Dallas, dejaré corsé, pero debo llevarlo para este viaje. Tengo que verme bien’. Él quería poder sentarse recto y saludar a la gente”, explicó Pait.
“Y, por supuesto, nunca sabremos si hubiera seguido los consejos del médico y terminara deshaciéndose del corsé”, concluyó.