Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – El diálogo nacional en Nicaragua ha comenzado de la peor manera posible.
Puede que jamás en el Seminario Nuestra Señora de Fátima, al oeste de Managua, se hayan oído tantos gritos, exigencias e insultos.
El presidente Daniel Ortega llegaba al sitio en medio de fortísimas medidas de seguridad y como telón de fondo, los gritos de sus adversarios.
Ortega criticó la violencia, pero no ordenó el cese de la represión; defendió la gestión de la policía, pero no censuró el zarpazo sostenido de los paramilitares. Lo que sí dijo es que pidió a los policías que no disparen contra los manifestantes. Lo que había de sobra en la sala era tensión: uno de los obispos echaba mano de un rosario, la vicepresidenta Rosario Murillo miraba a todas partes y cuando habló dijo que “nos toca a todos aprender a convivir”. Por cierto, Murillo y Ortega una y otra vez agradecían la participación de la Iglesia en el diálogo como si tal cosa fuera suficiente para conseguir el regreso de la armonía social.
Uno de los estudiantes le dijo al presidente Ortega lo que sigue:
“Ustedes duermen tranquilos, nosotros no, me salto su palabra porque nosotros hemos puesto los muertos, esto no es una mesa de diálogo, esta es una mesa para negociar su salida y lo sabe muy bien”.
En aquel sitio, hasta ese instante, nadie había hablado tan alto ni tan claro.
Cuando todo terminó, nada había empezado.
Si ese es el tono que prefigura ese diálogo nacional entre el Gobierno, los empresarios, la sociedad civil y los universitarios, Nicaragua necesitará algo más que la mediación de los obispos, para buscar una salida a la crisis. Y hay ciertos problemas en esta vida, que no se resuelven ni siquiera con un milagro.