Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Al atardecer del 5 de octubre de 2020 no hubo un solo indicio, ni siquiera un presagio, de que Estados Unidos iba a vivir una de las noches más extrañas de su historia.
Los semáforos seguían con su parpadeo de siempre y cada quien iba a lo suyo.
El presidente Donald Trump también.
Abandonó por decisión propia el hospital, se embarcó en un helicóptero que en pocos minutos lo depositó frente a la rotonda trasera de la Casa Blanca.
Y a partir de ahí comenzó una escena, en principio difícil de explicar y luego imposible de olvidar.
Estados Unidos y el mundo estaban viviendo uno de los episodios más vergonzosos, ridículos y peligrosos de su historia.
Trump, que había recibido oxígeno suplementario al menos en dos ocasiones en su corta hospitalización y que se sometió, entre otros, a un tratamiento experimental que aún no tiene el visto bueno de la Administración de Alimentos y Medicamentos, se empeñó en subir las escaleras y luego, ya en el pórtico sur de la Casa Blanca, visiblemente maquillado, se quitó la mascarilla, inhaló dos veces aire fresco e hizo un saludo marcial, sin tropa alguna al frente.
Me parece que ninguno de los adjetivos y expresiones que en ese momento se usaron en los medios pueden describir lo que este país ha vivido en las últimas horas.
Ni “surreal” ni “momento Evita”. Ni siquiera “populismo en esencia”.
Porque fue una muestra de autoritarismo en estado puro y duro.
Lo que hizo Donald Trump fue ante todo irrespetar, ignorar y mancillar la memoria de las más de 210.000 personas que el covid-19 ha matado en Estados Unidos y los casi 7 millones y medio que han resultado infectados.
Por no hablar de los muertos y contagiados en el resto del mundo.
Mientras Trump intentaba parecerse a Tom Cruise en Misión imposible o en Top Gun, yo agradecía que uno de mis mejores amigos, que acaba de morir destrozado por el nuevo coronavirus, no haya tenido que ver aquello. No sé cómo lo habrán encajado su viuda y sus dos hijos, que son hoy los adolescentes más envejecidos que conozco.
Donald Trump echó por tierra todo lo que hicieron por él quienes lo han cuidado en estos días, incluidos los agentes del Servicio Secreto que, como jefe de Estado, puso en peligro con ese baño de pueblo que se empeñó en regalarse para pavonearse ante sus seguidores en las afueras del hospital.
Donald Trump se ha burlado de todos, pero fundamentalmente se ha burlado de la presidencia de Estados Unidos. Un cargo que han ocupado hombres como George Washington y Abraham Lincoln.
Trump es un hombre herido en su inconmensurable vanidad por las encuestas, por el recelo, por la burla, y presionado por un victoria electoral que necesita como el oxígeno.
Y un hombre como Donald Trump en esas circunstancias es un hombre muy peligroso. Anden todos con sumo cuidado que lo peor podría estar por llegar.