(CNN) – El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el presidente de Rusia, Vladimir Putin, estaban de buen humor, sonrientes y joviales cuando aparecieron frente al cuerpo de prensa en la cumbre anual del G20 en Osaka, Japón, en 2019.
Fue su primera reunión desde que el entonces fiscal especial Robert Mueller concluyó su investigación sobre la supuesta interferencia rusa en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016, y Trump se apresuró a tomar a la ligera la situación, señalando a Putin con el dedo mientras le indicaba que no se entrometiera en la carrera de 2020.
Mientras los periodistas se reunían para una sesión fotográfica, instalando cámaras, Trump bromeó: “Deshazte de ellas. Las noticias falsas son un gran término, ¿no? No tienes este problema en Rusia, pero nosotros lo tenemos”.
“También tenemos, es lo mismo”, respondió Putin.
Estados Unidos ha pasado décadas, miles de millones de dólares y vidas estadounidenses tratando de instalar la democracia en todo el mundo, pero en los últimos cuatro años, Trump ha entregado a los autócratas un mazo retórico con el que golpear uno de sus pilares más fundamentales: la libertad de la prensa. Su memorable término, “noticias falsas”, ha envalentonado a líderes autoritarios y democráticos por igual para restringir los medios de comunicación en sus propios países y apuntar a los críticos percibidos con una creciente sensación de impunidad.
Mientras tanto, algunos de esos mismos líderes han dado luz verde a la propagación deliberada de desinformación real: las agencias de inteligencia estadounidenses concluyeron que Rusia, por ejemplo, usó noticias falsas para interferir en las elecciones de 2016.
Pero el espectro de la desinformación y la interferencia electoral extranjera, que ha cobrado gran importancia durante la carrera presidencial de 2020, quizás no sea tan pernicioso como el lenguaje que ahora sale de la propia Casa Blanca. A menos de dos semanas de las elecciones, Trump ha promocionado narrativas sin fundamento y teorías de conspiración que ponen en duda la votación por correo y los resultados de noviembre, lo que podría dejar a los estadounidenses aún más vulnerables a una mayor manipulación, advierten los expertos.
“A menos que [los estadounidenses] mitiguemos nuestra propia polarización política, nuestros propios problemas internos, seguiremos siendo un blanco fácil para cualquier actor maligno, sea ruso o iraní, extranjero o nacional”, escribe Nina Jankowicz en “How to Lose the Information War”, su nuevo libro sobre las campañas de influencia de Rusia y su efecto en el proyecto democrático.
Para expertos como Jankowicz, que han seguido de cerca la guerra del presidente contra los hechos y el comportamiento antidemocrático que inspiran, el potencial golpe de gracia podría estar por llegar: después de noviembre, cualquier sugerencia de que los resultados de las elecciones estadounidenses son falsos tendría un efecto devastador – y no solo en Estados Unidos–.
En un momento en que los autoritarios trabajan para acabar con la disidencia interna y hacer retroceder los derechos fundamentales, socavar las elecciones en el corazón del faro mundial de la democracia sienta un precedente peligroso, uno que probablemente será adoptado por otros líderes que intentan mantener su control sobre el poder.
Cuatro años del fenómeno de las ‘fake news’
El presidente Trump ha dicho que se le ocurrió el término “noticias falsas”. Pero la frase ha estado en circulación general desde finales del siglo XIX, según Merriam-Webster.
Trump fue, sin embargo, el primer presidente de Estados Unidos en desplegarlo contra sus oponentes. Y durante los últimos cuatro años, ha llevado la frase a la corriente principal, popularizándola como una difamación por una cobertura desfavorable pero fáctica.
Según una base de datos mantenida por Stephanie Sugars del Rastreador de Libertad de Prensa de EE.UU. (US Press Freedom Tracker en inglés), Trump ha usado la frase “noticias falsas” casi 900 veces en tuits destinados a denigrar a los medios, insultar a medios de noticias particulares, desacreditar supuestas filtraciones y filtradores, y alegar falsedades. A medida que se acerca el día de las elecciones, ha redoblado sus esfuerzos para atacar al cuarto poder, según ha demostrado una investigación de Sugars.
Esto ha dado cobertura y legitimidad a otros políticos que esperan hacer lo mismo. Las “noticias falsas” han sido invocadas por decenas de líderes, gobiernos y medios estatales de todo el mundo, incluido el presidente sirio Bashar al-Assad, el presidente venezolano Nicolás Maduro, el presidente filipino Rodrigo Duterte, el presidente polaco Andrzej Duda, el exministro de Relaciones Exteriores español Alfonso Dastis, el embajador chino en el Reino Unido, Liu Xiaoming, y el ex primer ministro de Malasia, Najib Razak, por nombrar solo algunos.
“No hay duda de que el hecho de que el presidente de Estados Unidos esté usando este término para atacar a los medios independientes da un elemento de licencia a otros políticos en otros lugares, incluidos algunos líderes autoritarios para disfrazar sus propios ataques a los medios independientes y señalar el ejemplo de Estados Unidos”, dijo Rasmus Kleis Nielsen, director del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo.
Esto puede tener consecuencias graves en contextos menos democráticos, donde los gobiernos han adoptado el término “noticias falsas” para reprimir la disidencia. Eso es lo que un grupo de periodistas de Pakistán, Nicaragua, Tanzania, India y Brasil le dijo al vicepresidente Mike Pence en un viaje a la Casa Blanca el año pasado, mientras se encontraba en Washington, DC, para recibir premios de libertad de prensa de la Comisión para la Protección de los Periodistas (CPJ) por arriesgarse a agresiones, amenazas y encarcelamiento para informar.
Patrícia Campos Mello, quien ha sido acosada por sus reportajes sobre presunta corrupción en Brasil, le dijo a Pence que el presidente Jair Bolsonaro había reflejado la retórica de Trump y los ataques a la prensa, incluso cancelando la suscripción del gobierno a su publicación, Folha de S.Paulo, después de que el presidente de Estados Unidos hizo lo mismo con los periódicos The New York Times y The Washington Post. Otros reporteros en el evento también señalaron el preocupante aumento de la legislación sobre “noticias falsas”, utilizada para atacar a los medios críticos.
Los gobiernos de Rusia, China, Egipto, Bangladesh, Kazajstán y Camboya, entre otros, han utilizado el auténtico problema de la desinformación como pretexto para restringir la libertad de expresión y ampliar la censura de los medios. Entre 2017 y 2019, 26 países aprobaron o propusieron leyes para restringir los medios en línea en nombre de la lucha contra las “noticias falsas”, según una investigación de Freedom House, financiada por el gobierno de Estados Unidos. Algunas de las leyes incluyen sanciones penales o civiles por la publicación de lo que consideran noticias falsas, mientras que otras están dirigidas directamente a censurar o eliminar contenido relacionado de Internet.
“[La retórica de las noticias falsas] ha envalentonado a los autoritarios, que son capaces de emprender acciones aún más brutales contra los oponentes nacionales que el presidente Trump en Estados Unidos”, dijo Allie Funk, analista de investigación senior de tecnología y democracia en Freedom House, señalando una escalada de arrestos y violencia.
¿A dónde va el mundo desde aquí?
La promoción de Trump de la expresión “noticias falsas” tendrá implicaciones duraderas para la democracia en todo el mundo, dicen académicos, defensores de la libertad de prensa y legisladores, sobre todo porque las leyes globales promulgadas a raíz de su retórica serán difíciles de revocar.
“Han sido casi cuatro años equiparando a los periodistas con noticias falsas. Y hemos visto que países y líderes de todo el mundo lo han asumido, desde los obvios como China y Rusia, Egipto, que no necesitan excusa para sus represiones de la libertad de prensa. No obstante, están felices de tener el respaldo de Estados Unidos haciendo lo mismo, a través de Hungría, Polonia, Europa y América Latina”, dijo Courtney C. Radsch, directora de defensa del CPJ.
“Dudo que eso se disuelva de alguna manera una vez que haya una nueva administración en su lugar. Simplemente no veo que el genio vuelva a la botella”.
El problema atemporal de las personas poderosas que intentan engañar al público se ha visto agravado por las plataformas de redes sociales, que permiten compartir información demostrablemente falsa con audiencias muy grandes con una regulación o supervisión limitadas. Las políticas de moderación de contenido que existen a menudo se aplican de manera desigual: las publicaciones de los políticos que infringen las reglas y los anuncios políticos engañosos rara vez se eliminan, porque se considera que son de interés público. Abordar esa realidad requiere más transparencia por parte de las plataformas, específicamente, revelar cómo funcionan sus algoritmos, así como voluntad política para mejorar el ecosistema de información en línea y hacer que las empresas de tecnología, que tienen casi todas sus oficinas centrales en Estados Unidos, rindan cuentas.
Sin embargo, hasta la fecha, los esfuerzos en Estados Unidos para vigilar las plataformas se han visto obstaculizados por la creencia de que cualquier regulación afectaría la garantía de libertad de expresión de la Primera Enmienda. Marietje Schaake, directora de política internacional del Cyber Policy Center de la Universidad de Stanford, dice que el encuadre ignora la forma en que la recopilación de datos, la amplificación algorítmica, la inteligencia artificial, la curación y la viralidad influyen en la forma en que el discurso viaja en línea, incluido el discurso de odio, las teorías de conspiración y la propaganda. Y eso puede tener un impacto peligroso en el discurso público.
Facebook y Twitter han comenzado a agregar verificaciones de hechos y etiquetas de advertencia a publicaciones engañosas o falsas de políticos y, en algunos casos, las eliminan por completo. Pero un enfoque limitado en el contenido fácticamente incorrecto ignora lo que posiblemente sea más peligroso: la retórica que, con el tiempo, socava la fe en la democracia misma, dice Deborah Brown, investigadora principal y defensora de los derechos digitales en Human Rights Watch. “Están buscando información que podría inducir a error a los votantes sobre cuándo o dónde se llevará a cabo la encuesta, o cargos específicos que pueden demostrarse que no son ciertos. Pero creo que lo que hemos visto con la estrategia de Trump es que está cuestionando toda la legitimidad del proceso”, dijo.
Entonces, ¿qué sucede, por ejemplo, si el presidente de Estados Unidos utiliza Twitter la noche de las elecciones y dice que los resultados son “falsos”?
Lanzar dudas sobre cualquier resultado adverso es una táctica que otros líderes extranjeros han desplegado durante décadas, pero no tendría precedentes para un presidente en funciones de Estados Unidos. “Nunca antes un líder en el cargo más alto en una de las democracias más poderosas del mundo, si no la más poderosa, ha tomado el martillo él mismo para comenzar a romper los mismos principios que el país una vez se enorgulleció de defender”, dijo Schaake, cuya investigación se centra en la desinformación, la democracia digital y la seguridad electoral.
“No importa quién gane. Creo que también será muy difícil de reparar, si es que es posible”.