Nota del editor: Frida Ghitis, exproductora y corresponsal de CNN, es columnista sobre asuntos mundiales. Es colaboradora frecuente de opinión de CNN, columnista colaboradora de The Washington Post y columnista de World Politics Review. Síguela en Twitter @fridaghitis. Las opiniones expresadas en este comentario pertenecen a la autora. Ver más artículos de opinión en CNN en Español.

(CNN) –– El presidente Donald Trump prometió lograr que Estados Unidos fuera respetado en todo el mundo. Durante años, desde mucho antes de que se lanzaran a la presidencia con el eslogan “Make America Great Again”, se quejó. “El mundo se está riendo de nosotros”, decía. Ahora, en los últimos y feos días de su presidencia, nadie se ríe. Trump tomó un país que, según el Centro de Investigaciones Pew, era mayormente admirado y lo transformó en un objeto de lástima y alarma.

Estados Unidos enfrenta graves crisis simultáneas. Primero una pandemia en expansión. Por otro lado, un ataque a la democracia del país por parte de un presidente en ejercicio. Y eso, difícilmente, es una escena que inspira asombro.

El esfuerzo del presidente electo Joe Biden y de su administración ––así como del pueblo estadounidense–– para deshacer el daño que causó Trump y revertir sus atropellos más recientes determinará en gran medida si Estados Unidos puede recuperar el estatus mundial que Trump malgastó. El mundo está observando con asombro. Igual que los países que normalmente mirarían a Estados Unidos en busca de liderazgo y protección.

El primer paso requiere mostrar de manera decisiva que los votantes han elegido a Biden. Justamente, que a pesar de las mentiras de Trump Biden ganó las elecciones. Ese es un trabajo de todos los estadounidenses que deben continuar exigiendo el fin de las maquinaciones de Trump y reafirmar su fe en la democracia. Fue el trabajo de los ciudadanos estadounidenses lo que puso fin a la presidencia de Trump. Su compromiso continuo ayudaría a la curación. Entonces, Biden debe comenzar a demostrar que Estados Unidos todavía apoya el fortalecimiento de las democracias en todo el mundo. También que tiene la intención de hablar sobre derechos humanos. Al mismo tiempo, la nueva administración debe devolver la competencia y la verdad a la gobernabilidad, comenzando con la pandemia.

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Estados Unidos es el hogar de muchos de los principales expertos, instituciones y recursos en salud pública del mundo. Y ahora se encuentra en medio de lo que Sanjay Gupta de CNN y otros han llamado un desastre humanitario, debido a que la pandemia de covid-19 está fuera de control. La organización Médicos Sin Fronteras, conocida por su trabajo en zonas remotas de guerra y desastres naturales, se ha desplegado para ayudar a los estadounidenses a sobrevivir a esta calamidad.

La pandemia en sí no es culpa de Trump. Sin embargo, su negativa a reconocer la magnitud y urgencia del problema, así como a responder en consecuencia, y sus incesantes mentiras y confusiones que socavan el esfuerzo de salud pública son posiblemente la razón principal por la que este país, que estaba en la posición de hacer frente a la pandemia al menos tan eficazmente como cualquier otro, nunca logró poner fin a la primera ola antes de que la segunda comenzara a golpear como un tsunami despiadado. Hoy en día, la tasa de nuevas infecciones está aumentando. Y se acerca al millón de casos nuevos por semana, algo apenas creíble. Es más de uno por segundo, y lo peor está por venir, según los expertos.

Como si la pandemia no fuera una emergencia nacional suficiente ––y el abyecto fracaso de Estados Unidos para lidiar con ella no constituyera una vergüenza suficiente––, Trump se ha ido a la guerra contra la democracia estadounidense. Todo ante los ojos de un mundo asombrado.

El presidente ha afectado la democracia icónica del mundo. Aquella cuya declaración de independencia fue blandida y estudiada por activistas de la democracia en todo el mundo. Trump ha mancillado su sistema político al atacar sin fundamento los resultados electorales legítimos. Un mundo que solía reírse de Trump ––y sí que lo hacía–– ahora está profundamente alarmado por lo que él le ha hecho a la democracia estadounidense. Mientras, lucha por comprender lo que le sucedió al país.

La organización conocida como The Elders, un grupo de figuras políticas globales independientes de alto nivel fundado por Nelson Mandela, ahora insta a los líderes estadounidenses a defender la democracia del país. Tal como lo ha hecho en países en desarrollo con raíces democráticas superficiales y sistemas políticos profundamente inestables.

The Elders expresó su preocupación por la negativa de Trump a adherirse a los estándares democráticos normales. Esto, según dijeron, pone “en riesgo el funcionamiento de la democracia estadounidense”. La presidenta del grupo, la expresidenta de Irlanda Mary Robinson, dijo: “Es impactante tener que plantear preocupaciones sobre los procesos democráticos estadounidenses, como The Elders ha comentado anteriormente en situaciones volátiles y antidemocráticas como Kenia, Sri Lanka y Zimbabue”.

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A título personal, comparto no solo la alarma. También la profunda tristeza de ver a Estados Unidos en esta posición. Como otros periodistas, he cubierto las luchas de los activistas por la democracia y de la gente común en muchos países que buscan crear o salvaguardar la democracia donde viven. Nunca pensé que vería que eso sucediera en Estados Unidos. De hecho, EE.UU. a menudo no era solo el símbolo democrático en el que buscaban inspiración y orientación aquellos que anhelaban la democracia. Era más que eso. Estados Unidos trabajó con frecuencia, a menudo entre bastidores, para apoyar los esfuerzos de cara a fortalecer las instituciones democráticas.

La democracia de Estados Unidos sobrevivirá al asalto de Trump. Él dejará el cargo de una forma u otra. Pero el daño que ha hecho a la posición de Estados Unidos en el mundo perdurará. Y las personas sentirán las consecuencias mucho más allá de las costas estadounidenses. Trágicamente, el impacto también afectará a todas aquellas personas en todo el mundo que han llegado a contar con la ayuda de Estados Unidos.

Hace veinte años, cuando George W. Bush se postulaba para presidente contra Al Gore, argumentó que EE.UU. necesitaba convertirse en una nación más humilde. El reclamo reflejó lo que él consideraba un defecto en el carácter nacional. Bush argumentó que la humildad combinaría bien con la fuerza y ​​el éxito de Estados Unidos. Al final resultó que, en parte debido a los ataques terroristas del 11 de septiembre y su desastrosa guerra contra Iraq, Bush fracasó miserablemente en convertir al país en una nación humilde. Irónicamente, es Trump, quizás el hombre menos humilde que jamás se haya pavoneado en el mundo, quien sin darse cuenta lo ha logrado. Excepto que lo que Trump alcanzó no es tanto humildad como humillación. Estados Unidos sigue siendo fuerte, más fuerte que cualquier otra nación. Pero ahora tendrá que caminar con más humildad.

La erosión de las instituciones democráticas causada por Trump y por cada uno de sus cómplices republicanos y de los medios de derecha está debilitando a Estados Unidos. Ya ha minado su autoridad moral. Restaurarla, primero al derrotar el asalto de Trump a la democracia, será un trabajo clave para la próxima administración.

Para ser justos, no todos admiraban a Estados Unidos, siempre un país imperfecto que ha fracasado constantemente en cumplir sus ideales, especialmente en lo que respecta a la igualdad y la justicia. Pero es difícil recordar una época en la que Estados Unidos fuera objeto de lástima como lo es ahora. Es el centro de la pandemia global, mientras su institución más fundamental, la democracia, está bajo el ataque nada menos que del presidente.

Al final, la pandemia será vencida y las luchas de los estadounidenses para salvar su democracia de un hombre que no la respeta tendrán éxito. Después de que se gane esta batalla, la determinación de los estadounidenses de defender su democracia podría terminar convirtiéndose nuevamente en una inspiración para otros en todo el mundo. Recuperarse de este capítulo infeliz será el comienzo de recuperar el respeto en todo el mundo.