Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España, y fue asesor de los presidentes Alejandro Toledo, de Perú; Vicente Fox, de México, y Álvaro Colom, de Guatemala. Izurieta también es colaborador de CNN en Español. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.Ver más opiniones en cnne.com/opinion
(CNN Español) – El pensador Claude Lefort advertía que la democracia “es un lugar vacío”. Perú lo está demostrando; como también demuestra que la democracia es una idea que se construye con acciones permanentes en el tiempo.
Perú era un ejemplo de prosperidad económica en la región (al menos en las cifras formales macroeconómicas) y daba muestras de mucha estabilidad política.
Perú construye esa estabilidad política y económica luego de los devastadores años vividos como consecuencia del populismo económico del primer gobierno de Alan García, en los años 90. A esto había que sumarle -y no hay que olvidar jamás- la lucha contra el terrorismo de Sendero Luminoso. Es Alberto Fujimori quien de manera firme, pero muy controversial y luego condenado en 2009 a 25 años de cárcel por crímenes contra la humanidad, termina dando paso a esa estabilidad de los últimos años.
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En Perú no se cuestionó el modelo económico de libre empresa durante esos años. Los militares regresaron a sus cuarteles a hacer su trabajo y la política se independizó, en su mayor parte, y en su propia forma se profesionalizó, con sus imperfecciones.
Imperfecciones como las que se ven el resto de la región, porque no definieron ni formalizaron cómo se financiaría la política. Como si la política fuera un voluntariado.
Y en mi experiencia, Perú vivió un reto también muy común en nuestra región: la marginalidad. Las diferencias entre Lima y el interior del país permitieron a Alberto Fujimori sorprender con su triunfo a Mario Vargas Llosa (y los siguió sorprendiendo por una década).
Si las elites económicas, intelectuales, formales y de opinión -sobre todo las limeñas- no entendían esa pobre dinámica con las mayorías marginadas (sobre todo de los Andes y de otras partes del país), al menos se hicieron a un lado y dejaron gobernar a los políticos que surgían. Los gobiernos de Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala sorprendieron por su estabilidad política. (Cabe destacar que los tres mandatarios han sido investigados por presunta corrupción en el marco de los sobornos de Odebrecht. Los tres negaron las acusaciones).
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En la segunda vuelta electoral entre Pedro Pablo Kuczynski (PPK) y Keiko Fujimori se produce una ruptura de ese frágil equilibrio con los sectores empresariales y de opinión de Lima. En esa segunda vuelta había quedado atrás Verónika Mendoza, la candidata de izquierda, y gran parte de los sectores empresariales se sienten aliviados y deciden volver a la política y tomar partido por uno u otro candidato, rompiendo ese equilibrio que, en mi opinión, les había servido muy bien.
PPK sale de la presidencia, no solo por las acusaciones -que ha negado- de haberle mentido al país sobre su relación con Odebrecht. También porque, en mi opinión, no tenía el mismo nivel de manejo político que un país de la complejidad y marginación del Perú necesitaba. Y debemos entender que la política y la democracia deben servir para abrir espacios de poder, en un orden constructivo, donde cada vez tengamos más y mejor democracia, no para crear inestabilidad y violencia.
Luego aparece un segundo vicepresidente, Martín Vizcarra, que nadie conocía y sorprende inicialmente con su amplio respaldo en las encuestas de opinión. Era obvio, había una suerte de alivio y necesidad de aires frescos y de cambio. La inexperiencia de otro nivel, de hacer más allá de su región -Moquegua-, el desconocimiento profundo de cómo funciona o debe funcionar una democracia, o quizás la ingenuidad (algunos lo llaman nobleza) lo lleva a pedir la disolución del Congreso y llamar a elecciones, justo cuando era más popular.
Me opuse a semejante maniobra política porque esos cantos de sirena los acabábamos de ver en la Venezuela de Hugo Chávez, la Bolivia de Evo Morales y el Ecuador de Rafael Correa. Cada uno de ellos alegó bases legales para hacerlo y eso lo dejo a discusión de los constitucionalistas de cada país. La diferencia entre Vizcarra y ellos es que ellos vaciaron el poder para llenarlo ellos mismos inmediatamente. Perú solo cayó en el vacío político.
Cuando la política da un salto al vacío, cualquier persona lo llena: como lo llenó Janine Áñez en las noches de confusión de Bolivia y como lo llenaron los nuevos congresistas de Perú en la elección de este año; que además de ser nuevos (la mayoría), algunos defienden ideas impresentables. Cuando se da un salto al vacío, cualquier cosa puede pasar.
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Lo que busca la democracia es construir espacios de poder. Buscar y poner a prueba en el tiempo a sus intermediarios (que generalmente son los partidos políticos). Busca su profesionalización y perfeccionamiento. Busca eliminar en el tiempo sus pecados y construirse sobre instituciones serias, profesionales y honorables. Esa es la tarea del nuevo presidente Francisco Sagasti a quien le deseo, ante todo, eso. Todo esto toma tiempo, trabajo y que una mayoría de la sociedad, al menos básica, lo apoye. La democracia toma tiempo para construirse y también necesita acciones de sus líderes políticos, de opinión y sociales. Mientras ese proceso se inicia y se construye, lo mínimo que podemos pedir es que se dé sin violencia.