CNNE 1038907 - sin biles, estados unidos queda en segundo lugar
Simone Biles da un paso al costado y se retira de la prueba de gimnasia por equipos
01:13 - Fuente: CNN

Nota del editor: Jill Filipovic es una periodista con sede en Nueva York y autora del libro “OK Boomer, Let’s Talk: How My Generation Got Left Behind”. Síguela en Twitter. Las opiniones expresadas en este comentario son exclusivamente suyas. Ve más artículos de opinión.

(CNN)– ¿Conoces la vieja frase de que Ginger Rogers era capaz de hacer todo lo que hacía Fred Astaire, pero de espaldas y con tacones? Esa es también la historia de las atletas de clase mundial: hacen la mayoría de lo que hacen los hombres (y a veces más), y lo hacen mientras son miradas de reojo, abucheadas, regañadas, sancionadas, multadas y, por lo demás, hiperpolitizadas por lo que visten para competir.¿Los shorts de sprint de la paralímpica Olivia Breen? Demasiado cortos. ¿Los pantalones cortos hasta el muslo de la selección femenina de balonmano de Noruega? Demasiado largos. ¿El gorro que usa la nadadora olímpica británica Alice Dearing sobre su pelo negro natural? No es aceptable, según la Federación Internacional de Natación, porque, en una justificación con ecos de frenología, no “se ajusta a la forma natural de la cabeza”.

Lo que visten las mujeres ha sido siempre objeto de escrutinio, por supuesto, y sigue estando estrictamente regulado en muchas partes del mundo. Las mujeres atletas no son una excepción, y su propia participación en el deporte es un disparador fiable para los misóginos de todo el mundo.

La semana pasada, el expresidente Donald Trump, por ejemplo, animó a una multitud a abuchear al equipo de fútbol femenino de EE.UU. que competía en los Juegos Olímpicos de Tokio y dijo que “los estadounidenses se alegraron” cuando el equipo perdió contra Suecia porque consideraba que las mujeres estadounidenses eran demasiado progresistas (“wokeismo” fue su penosa aseveración). (Alguien debería hablarle de las mujeres de Suecia).

Algunos países autoritarios y conservadores les prohíben a las mujeres incluso asistir a eventos deportivos, y muchos imponen códigos de modestia tan estrictos que es difícil o imposible que sus atletas (o aspirantes a atletas) compitan a niveles de élite. Intenta ser gimnasta olímpica si tu ropa tiene que ocultar las líneas de tu cuerpo, o nadar si tienes que cubrirte la nariz y la boca en público.

Pero no son solamente los códigos de pudor misóginos con los que tienen que lidiar las atletas. También está la otra cara de la moneda: la sexualización y feminización forzadas.

El equipo noruego de balonmano playa recibió una multa de la Federación Europea de Balonmano por llevar esos pantalones cortos supuestamente demasiado largos en lugar del bikini exigido de corte alto, ajustado y revelador, con una anchura lateral de no más de 9 centímetros, “cortado en ángulo ascendente hacia la parte superior de la pierna”. (La cantante Pink tuiteó su apoyo al equipo y se ofreció a pagar la multa).

Los jugadores de balonmano pueden llevar cualquier pantalón corto que “no sea holgado” y que no supere los 9 centímetros por encima de la rótula. La diferencia es notable: los hombres juegan con pantalones cortos y camisetas de tirantes, las mujeres prácticamente con bikinis. El clamor ha sido lo suficientemente fuerte como para que las reglas cambien.

En los Juegos Olímpicos, las mujeres del equipo alemán de gimnasia también hicieron una declaración, compitiendo con mallas que cubrían sus piernas en lugar de los leotardos estándar de corte alto. No se trataba de promover la modestia, sino de afirmar que las atletas deberían tener más opciones para vestirse y que no necesitan ser sexualizadas (y constantemente juzgadas) para competir.

“Decidimos que este es el leotardo más cómodo para hoy”, dijo el jueves Elisabeth Seitz, miembro del equipo alemán. “Eso no significa que no queramos seguir usando el leotardo normal. Es una decisión que se toma día a día, en función de cómo nos sintamos y de lo que queramos. El día de la competición, decidiremos qué ponernos”.

Tanto los códigos de recato como el sexismo obligatorio tienen la misma raíz: una profunda incomodidad con las mujeres que utilizan su cuerpo de forma no autorizada. Los códigos de recato presuponen que los cuerpos de las mujeres son intrínsecamente sexuales y tentadores. Deben cubrirse para demostrar su virtud moral y para proteger a los hombres del mundo, aparentemente débiles, de sus propios pensamientos impuros al ver lo que la policía del cuerpo ha decidido que es potencialmente incitador de la lujuria: un pezón de mujer vislumbrado durante su amamantamiento privado, un hombro expuesto, una sonrisa, una cabellera, una muñeca o un tobillo al descubierto.

La exigencia de que las atletas lleven ropa innecesariamente reveladora también refleja un esfuerzo por imponer las diferencias de género y una profunda angustia por la autonomía femenina, en concreto, la incomodidad de que las mujeres utilicen su cuerpo de forma reservada durante mucho tiempo a los hombres.

Los uniformes distintivos de las mujeres a veces tienen un propósito, por ejemplo, contener los pechos que la mayoría de los atletas masculinos no tienen, pero a menudo están diseñados para señalar que las atletas siguen siendo femeninas y sexualmente atractivas, a pesar de su destreza atlética y su dominio físico en un deporte.

Las mujeres todavía no han conseguido la igualdad con los hombres, ni en los Juegos Olímpicos ni en ningún país del mundo. Llevan más de un siglo compitiendo en los Juegos Olímpicos, pero ha sido una serie de duras luchas sobre los deportes en los que pueden competir las mujeres y lo que pueden o no pueden vestir (los atletas masculinos también sufren esta doble moral sexista: los hombres todavía no pueden competir en gimnasia rítmica o nado sincronizado).

Sin embargo, los avances son constantes: este año, el Comité Olímpico Internacional publicó una guía para los medios de comunicación en la que se anima a los locutores a evitar la sexualización de las mujeres y a tratar a todos los atletas con integridad, aconsejándoles que “no se centren innecesariamente en el aspecto, la ropa o las partes íntimas del cuerpo”. Es triste que haya que decirlo, pero es así.

Sería fácil decir “dejen que las mujeres se pongan lo que quieran”, pero, por supuesto, en los deportes de élite, es más complicado que eso: para que haya igualdad de condiciones es necesario estandarizar los uniformes, ya que incluso un pequeño cambio en una prenda de vestir puede dar a un competidor una ventaja suficiente para ganar.

Pero las normas de vestimenta deben tener en cuenta la equidad y el rendimiento, no las preocupaciones por el sexo y el género.