(CNN) – El presidente Joe Biden ha dicho repetidamente durante los últimos cuatro meses, y, más recientemente –la semana pasada– que se niega a entregar la guerra en Afganistán a un quinto presidente de Estados Unidos.
Implícita en esa declaración está la creencia de que la guerra no debería habérsele pasado a él, casi 20 años después de que comenzara.
Cada presidente desde 2001 se ha enfrentado a una misión en evolución en Afganistán, una que resultó en decenas de miles de bajas estadounidenses y afganas, intentos frustrantemente inútiles de mejorar el liderazgo político de ese país y unos talibanes que se negaron obstinadamente a la derrota.
Biden ha explicado su decisión de retirar a todas las tropas estadounidenses como una opción necesaria para una guerra cuyo propósito se había vuelto borroso, y agregó que fue puesta en marcha por un acuerdo con los talibanes hecho por el presidente Donald Trump. El caos que siguió a la evacuación de estadounidenses y afganos que ayudaron al esfuerzo de guerra fue un resultado predecible y en su mayoría inevitable, dijo la semana pasada.
Sin embargo, las escenas de las salidas apresuradas de Kabul y la retoma del país por los talibanes han resultado ser una gran lección de humildad para una superpotencia mundial que gastó miles de millones de dólares y perdió miles de vidas en sus esfuerzos.
Cómo Estados Unidos pasó 20 años en Afganistán, solo para que los talibanes retomaran el control cuando sus tropas se retiraron, será un tema para que los historiadores reflexionen durante décadas. Y quién tiene la responsabilidad en última instancia es un debate complicado.
Así fue la aproximación de cada presidente a lo que se convirtió en la guerra más larga de Estados Unidos:
George W. Bush
Después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, que fueron tramados por al Qaeda desde bases en Afganistán, el presidente George W. Bush prometió erradicar el terrorismo global. Pidió a los talibanes, que controlaban la mayor parte de Afganistán, que entregaran a los líderes de al Qaeda que se escondían en el país, incluido Osama bin Laden.
Cuando los talibanes rechazaron ese llamado, adoptó una postura de guerra. El 18 de septiembre de 2001, el Congreso autorizó a las fuerzas estadounidenses a perseguir a los responsables del 11 de septiembre, aunque los legisladores nunca han votado explícitamente para declarar la guerra a Afganistán. Bush, en declaraciones a una sesión conjunta del Congreso dos días después, reconoció que el próximo conflicto equivaldría a “una campaña larga como ninguna otra que hayamos visto”.
Aun así, ni siquiera Bush podría haber predicho cuán larga sería la guerra.
El 7 de octubre de 2001, el Ejército de Estados Unidos lanzó oficialmente la Operación Libertad Duradera, con el apoyo del Reino Unido. La fase más temprana de la guerra involucró principalmente ataques aéreos contra objetivos de al Qaeda y los talibanes. Pero para noviembre, 1.300 soldados estadounidenses estaban en Afganistán.
Ese número aumentó de manera constante durante los meses siguientes a medida que las fuerzas estadounidenses y afganas derrocaron al régimen talibán y persiguieron a bin Laden, que se escondía en el complejo de cuevas de Tora Bora, al sureste de Kabul. Bin Laden finalmente cruzó la frontera hacia Pakistán.
En los próximos meses y años, Bush enviaría miles de soldados estadounidenses más a Afganistán para perseguir a los insurgentes talibanes. En mayo de 2003, el Pentágono dijo que habían terminado los combates importantes en Afganistán. El enfoque para Estados Unidos y sus socios internacionales se centró en la reconstrucción del país y la instalación de un sistema político democrático al estilo occidental.
Muchas de las restricciones de los talibanes desaparecieron y miles de niñas y mujeres pudieron asistir a la escuela y aceptar trabajos. Pero el Gobierno de Afganistán, todavía plagado de corrupción, frustró a los funcionarios estadounidenses. Y los talibanes comenzaron un resurgimiento.
Al mismo tiempo, el enfoque se estaba desplazando en Washington hacia otra guerra, esta vez en Iraq, que minó los recursos militares y la atención de Afganistán. Cuando Bush fue reelegido en 2004, los niveles de tropas en Afganistán habían alcanzado alrededor de 20.000, incluso cuando la supervisión y la atención se dirigieron más directamente a lo que estaba ocurriendo en Iraq.
Los años siguientes verían un aumento constante de las fuerzas estadounidenses desplegadas en Afganistán a medida que los talibanes recuperaban terreno en las zonas rurales del sur. Cuando Bush dejó el cargo, en 2009, había más de 30.000 soldados estadounidenses estacionados allí, y los talibanes estaban organizando una insurgencia en toda regla.
Barack Obama
Al ingresar a la Casa Blanca, en 2009, el presidente Barack Obama enfrentó una decisión sobre una guerra que heredó de Bush. Los principales generales recomendaron un “aumento” en los niveles de tropas para debilitar a los talibanes, que estaban organizando ataques a un ritmo mayor.
Después de un agotador debate interno, durante el cual el entonces vicepresidente Biden dio a conocer su oposición al aumento repentino, Obama finalmente comenzó a desplegar decenas de miles de tropas más en Afganistán. Al mismo tiempo, se comprometió con un calendario de retirada que comenzaría para 2011 e insistió en estándares para medir el progreso en la lucha contra los talibanes y al Qaeda.
Obama dijo en un discurso televisado que las tropas estadounidenses adicionales “ayudarían a crear las condiciones para que Estados Unidos transfiera la responsabilidad a los afganos”. Pero más tarde, asesores dijeron que Obama se sintió abrumado por los comandantes militares que impulsaban una estrategia de contrainsurgencia.
En agosto de 2010, las fuerzas estadounidenses en Afganistán llegaron a 100.000. Pero fue en un país diferente, Pakistán, donde la inteligencia estadounidense finalmente rastreó a bin Laden, quien murió durante una redada de los Navy SEAL, en mayo de 2011. Poco después, Obama anunció que comenzaría a traer tropas estadounidenses a casa con el objetivo de entregarles la responsabilidad de brindar seguridad a los afganos para 2014.
Durante los años siguientes, los niveles de tropas disminuyeron de manera constante a medida que EE.UU. participó en una tensa diplomacia con los líderes de Afganistán. Al comienzo de su segundo mandato, Obama había adoptado una visión hacia el país resumida por los miembros de su equipo como “suficientemente afgana”, un reconocimiento de que los intentos de cultivar una democracia al estilo occidental eran en su mayoría inútiles, y que acabar con los terroristas y mantener a los talibanes bajo control equivalía a los límites del papel de Estados Unidos.
Obama anunció el fin de las principales operaciones de combate el 31 de diciembre de 2014, con el cambio de Estados Unidos a una misión de entrenamiento y asistencia a las fuerzas de seguridad afganas. Nuevas disminuciones de tropas pusieron a Estados Unidos en camino de una retirada total cuando Obama dejó el cargo.
Pero un año después, cuando su mandato se acercaba a su fin, Obama determinó que la frágil situación de seguridad en el país significaba que la retirada total que había esperado no era factible. Dejó el cargo con poco menos de 10.000 soldados en el país y dijo que dependería de su sucesor decidir qué hacer a continuación.
Donald Trump
Como candidato, Trump prometió traer las tropas estadounidenses desde Afganistán a casa. Pero cumplir su promesa resultó difícil ya que los talibanes continuaron aumentando y surgió una afiliada de ISIS.
En su primera decisión importante sobre Afganistán, Trump encomendó la autoridad del nivel de tropas al Pentágono. Su equipo estaba dividido en líneas ideológicas, entre sus asesores militares que abogaban por una presencia continua y nacionalistas más acérrimos que se oponían a las intervenciones extranjeras.
Finalmente, Trump admitió en un discurso, en agosto de 2017, que aunque su instinto había sido retirar a todas las tropas estadounidenses, las condiciones lo hacían imposible. Dejó abierto el futuro de la presencia estadounidense allí, rechazando un cronograma para la retirada y, en cambio, insistió en que “las condiciones sobre el terreno” dictarían cualquier toma de decisión.
Un año después, Trump le encargó a Zalmay Khalilzad, un experimentado diplomático afgano-estadounidense, que liderara las negociaciones con los talibanes para poner fin a la guerra. Las conversaciones excluyeron en su mayoría al Gobierno de Afganistán, lo que abrió una brecha entre Estados Unidos y el presidente Ashraf Ghani.
Mientras tanto, los talibanes continuaron llevando a cabo una serie de ataques terroristas, incluso en Kabul, en los que murieron decenas de civiles. Incluso después de que Trump invitó y luego canceló las conversaciones de paz con el grupo que se celebrarían en Camp David, en 2019, las discusiones continuaron con Khalilzad.
Se llegó a un acuerdo, en febrero de 2020, que estableció el rumbo para una retirada estadounidense total a cambio de garantías de los talibanes de que reducirían la violencia y cortarían los lazos con grupos terroristas. Pero no hubo ninguna medida para hacer cumplir esas promesas, que según el Pentágono no se cumplieron.
Incluso cuando las tropas estadounidenses comenzaron a irse, los talibanes ganaron fuerza. Y la fecha límite de mayo de 2021 para retirar todas las tropas estadounidenses finalmente pasó al sucesor de Trump.
Joe Biden
Incluso antes de asumir el cargo, en enero, Biden había comenzado a sopesar qué hacer en Afganistán, donde durante mucho tiempo se había desilusionado de los esfuerzos bélicos. Después de que Obama rechazara su consejo de retirar las tropas estadounidenses, Biden finalmente estaba en condiciones de poner fin a lo que había llegado a ver como una guerra sin propósito.
En el transcurso de los primeros meses de su presidencia, Biden recibió consejos de su equipo de seguridad nacional, incluidas advertencias “claras” de que la retirada de todas las tropas estadounidenses podría conducir al colapso final del Gobierno de Afganistán y la retoma del poder por los talibanes.
Por el contrario, permanecer en el país después de la fecha límite de mayo establecida en el acuerdo de Trump con los talibanes expondría a las tropas estadounidenses a ataques.
En última instancia, Biden anunció que los 2.500 soldados estadounidenses restantes en Afganistán regresarían a casa antes del 11 de septiembre de 2021, 20 años después de los ataques terroristas que provocaron la guerra en primer lugar. Estaba claro, dijo Biden, que los objetivos de Estados Unidos se habían cumplido y que no había nada más que su país pudiera hacer para convertir a Afganistán en una democracia estable.
La línea de tiempo finalmente se aceleró a medida que el Pentágono trabajaba para sacar más rápido a las fuerzas. El 2 de julio, Estados Unidos entregó el puente aéreo de Bagram, un símbolo del poderío militar estadounidense, a las fuerzas afganas. Mientras tanto, los talibanes se estaban apoderando de las capitales de provincia, a menudo sin ninguna resistencia de las fuerzas armadas afganas.
El 15 de agosto, los talibanes regresaron al poder en Kabul después de que el presidente Ghani huyera del país, un colapso que los funcionarios estadounidenses dijeron, francamente, que sucedió mucho más rápido de lo que anticiparon.
Estados Unidos y sus aliados comenzaron una misión apresurada para evacuar a ciudadanos y aliados afganos que habían ayudado durante el esfuerzo de guerra y temían represalias por parte de los islamistas.
Biden envió 6.000 soldados estadounidenses de regreso al país para asegurar el Aeropuerto Internacional Hamid Karzai, de Kabul, y facilitar el transporte aéreo. Pero una nueva fecha límite, el 31 de agosto, sigue en pie para que esas tropas se vayan.
Los talibanes la han llamado línea roja.