Nota del editor: Simone Lucatello es profesor investigador del Instituto Mora-CONACYT de México. Científico miembro del IPCC, el grupo de expertos de cambio climático de la ONU. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente al autor. Mira más en cnne.com/opinion
(CNN Español) – Los éxitos o fracasos de la cumbre mundial del cambio climático, la COP26, prevista a finales de este mes en Glasgow, Escocia, son como una moneda en el aire. En una situación que se conoce en inglés como fly or flop (vuelas o caes), nunca como hoy, los resultados de esta reunión son tan inciertos y desafiantes para el futuro del planeta y la existencia de la humanidad.
Mientras el grito mundial de algunos jóvenes, activistas, científicos y políticos para frenar la crisis climática retumban en los medios y los Gobiernos de todo el mundo con el fin de que se actúe con urgencia y se aumenten las ambiciones de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, muchos países van llegando a la cumbre agarrados a sus “paracaídas climáticos”. Estos se pueden definir como el conjunto de medidas que los Gobiernos pueden utilizar durante las negociaciones en caso de gran incertidumbre, para salvaguardarse y no asumir compromisos demasiado vinculantes o no favorables para el desarrollo económico de cada nación, y así postergar las decisiones urgentes sin arriesgarse demasiado.
Una combinación de factores históricos podría hacer que para esta COP26 veamos varios paracaídas desplegarse, sobre todo después de los estragos de la pandemia: por un lado, la gran transición ecológica que se espera para salvar al planeta y que pasa por descarbonizar las economías globales en las próximas décadas, varía de país a país y no todos quieren alcanzarla con tanta vehemencia. No es lo mismo lo que puede hacer, por ejemplo, la Unión Europea con el nuevo pacto verde, o lo que pueden hacer México, China, la India y muchos otros grandes países del sur global para enfrentar la crisis climática. El mismo Estados Unidos, después de la salida traumática del Acuerdo de París –bajo la presidencia de Donald Trump– y su posterior regreso está aún encontrando su camino en dicha transición global.
Además, la falta de recursos económicos, las tecnologías, los cálculos políticos y los intereses corporativos, entre otros factores, imponen agendas diferentes en cada negociación y todo ello se traduce cada vez en resultados poco impactantes para las negociaciones climáticas. En este caleidoscopio de visiones y posturas, es ahí donde los países, bajo el principio de las responsabilidades comunes pero diferenciadas, sacan sus paracaídas climáticos.
Un paracaídas clásico es la posibilidad de declarar, por ejemplo y como creo que lo harán Estados Unidos, Rusia y la India, que postergarán sus fechas de reducción de emisiones al año 2030, 2050 o más allá, en 2060. Esto implicaría más de 20 años de atraso sobre lo prometido en la Cumbre de París de 2015.
Otros paracaídas son los de confiar en las soluciones mágicas de la tecnología para almacenar bajo tierra, por ejemplo, el carbono en exceso en la atmósfera por medio de megaproyectos de ingeniería climática o a través del control de las soluciones basadas en la naturaleza, un eufemismo para definir un concepto paraguas que incluye enfoques diferentes de adaptación climática basados en la misma naturaleza. Otro clásico paracaídas sería comprometerse a lo que se puede, con los tiempos que se determinarán en las extenuantes negociaciones.
Las preguntas de fondo entonces son: ¿anunciarán en Glasgow todos los países un mayor compromiso para reducir las emisiones después de los efectos devastadores del covid-19?
¿Cuán conservadora o avanzada será la declaración final de la cumbre? Y ¿cómo llega México a la COP26?
En cuanto a las ambiciones climáticas del país, México llega a la COP26 con sus “nuevas” metas de reducción que en realidad son prácticamente iguales con respecto a las que se presentaron en ocasión del Acuerdo de París. El Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático del Gobierno mexicano (INECC), ha elaborado un documento muy detallado sobre las actividades de adaptación y mitigación que también están en línea con el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU en preparación para la COP26.
Estas prevén una reducción del 22% en los gases de efecto invernadero y una reducción del 51% en el carbono negro para 2030. Recordemos que México aporta el 1,4% del total de las emisiones globales, según datos de 2017, pero junto con EE.UU. y Canadá –sus socios norteamericanos– aporta el 18% del total mundial.
Los escenarios de emisión del IPCC para México indican que, si el país no implementa sus medidas de acuerdo con las ambiciones propuestas para la COP26 (y por la misma ley nacional sobre cambio climático y medidas de adaptación y mitigación), podría experimentar un incremento en las emisiones tanto per cápita como de país a más del doble durante los próximos 20 años. Pero ¿podrá México cumplir con estas metas? Varias de las decisiones políticas y económicas tomadas en los últimos meses en temas energéticos y económicos, por ejemplo, apuntan a que el proceso de transición ecológica y energética del país seguirá un camino lento. Habrá que ver si México sacará su paracaídas climático en las negociaciones (confirmar lo que ya presentó) o si perseguirá una diplomacia climática internacional de alto vuelo (aumentará sus ambiciones).