La terminal, una de las estructuras Art Nouveau más históricas de Europa, es ahora un punto de referencia para los desplazados por la guerra, que intentan poner cientos de kilómetros entre ellos y la Rusia invasora, mientras se acercan a la línea del frente de la OTAN.
Que el histórico centro cultural pudiera convertirse en un objetivo para Moscú era impensable para muchos, incluidos los diplomáticos y las organizaciones internacionales que huyeron de la capital ucraniana, Kyiv, a Lviv en las últimas semanas.
Pero cuando sonaron las sirenas, fue un recordatorio escalofriante de que ningún lugar en Ucrania está a salvo del ataque de Moscú contra el país.
Había una mirada lejana en los rostros de la gente. La mayoría se movía apáticamente en el patio fuera de la estación, incluso cuando sonaban las sirenas.
Una familia amontonó mantas sobre su bebé en un cochecito. Dos mujeres vistieron a un bulldog francés tembloroso con un suéter rosa tejido. Varias otras familias se sentaron juntas rodeándose de grandes maletas y bolsas de plástico. Dijeron que no habían dormido durante días debido al bombardeo que ha asolado las regiones que abandonaron.
Habían viajado a Lviv desde ciudades y pueblos de todo el país, empacando rápidamente mochilas y reuniendo algunas pertenencias antes de huir de sus hogares.
Todavía conmocionados por la violencia, muchos dicen que no saben adónde ir después. Es una pregunta que se ha complicado por una nueva ley marcial ucraniana que se ha implementado. Entre otras restricciones, prohíbe la salida del país de hombres entre 18 y 60 años.
Las familias que consideran cruzar la frontera de Ucrania deben lidiar no solo con el trauma de convertirse en refugiados, sino también con la posibilidad de separarse de sus hijos, hermanos, esposos y parejas.
Artem Zonenko acaba de llegar a Lviv desde Kyiv junto con su suegra y su pequeña hija. Pasaron la noche anterior durmiendo en el suelo de una estación de metro resguardándose del bombardeo de la capital ucraniana. Su esposa había estado en Lviv por unos días. La familia planea pasar un día juntos antes de decidir si la abuela, la madre y el niño continúan a Polonia, dejando atrás a Zonenko.
Cuando se le preguntó cómo se sentía al respecto, sonrió con desesperación. “No estoy seguro de qué decirles. Es lo que es”, dijo, acorralando a su familia en un taxi.
ACNUR dijo que al menos 100.000 personas abandonaron sus hogares en las primeras 24 horas del ataque militar del jueves. Los medios de comunicación estatales y un testigo presencial dijeron que más de 7.000 autos hacían fila en los cruces fronterizos con Polonia, con una línea que se extendía por más de 30 kilómetros.
Andrei, de 45 años, miró a lo lejos mientras daba una larga calada a su cigarrillo. Acababa de llegar de su Odessa natal, en el sureste, y estaba tramando un plan para encontrarse con su esposa bielorrusa en Polonia. “Está embarazada. Necesito ir con ella”, dijo, negándose a revelar su nombre completo por razones de seguridad. “Esta ley no tiene sentido”.
El gobierno anunció la orden de movilización general, que incluía la prohibición de viajar a los hombres, mientras él estaba en el tren. Es una bola curva que podría cambiar el futuro de su familia, dijo. “Y luego [nos] bajamos del tren y sonaron las sirenas”, dijo. “Me sorprendió, porque ni siquiera nos dijeron dónde refugiarnos. Me sorprendió porque se supone que este lugar es seguro”.
“Y ahora nos dicen que no podemos ni salir del país, mientras que los migrantes sí”, señaló a un grupo de extranjeros que se encontraba cerca. “Te pregunto, ¿es esto justo?”
Para los inmigrantes que llegan a Lviv, su destino es seguro: Polonia o cualquier estado vecino que los acoja.
“No sé dónde refugiarme porque ningún lugar es seguro”, dice Mehmet, un turco residente en Ucrania, mientras arrastra dos maletas grandes por el pavimento mientras suenan las sirenas. “Simplemente vamos a salir del país”.
Un grupo de estudiantes universitarios argelinos que venían de Odesa discutían frenéticamente sus planes. “Simplemente iremos a Polonia”, dijo Takieddine, quien pidió no ser identificado por razones de seguridad. “No hay forma de que nos quedemos en Ucrania”.
“Nunca pensamos que esto sucedería en Europa. Nunca jamás. Ni en un millón de años”.
Ihor Nakonechyi, de 52 años, se encuentra en la ciudad fronteriza de Mostyska haciendo los preparativos para transportar a su exesposa e hija a Polonia. Planea dejarlos en el cruce cercano y luego regresar, no solo porque la ley le prohíbe salir del país, dice, sino porque “no ve la hora de tomar un arma” y unirse a la lucha contra los rusos.
“Es difícil… pero la ley no me molesta. De hecho, creo que esto es lo correcto”.
El periodista Roman Tymotsko contribuyó a este reporte.