(CNN) –– Cuando las fuerzas rusas cruzaron por primera vez la frontera hacia Ucrania el mes pasado, Sayed y Masuma Hosseini estaban tranquilos.
El exsoldado afgano y su esposa, que vivían en Kyiv con dos de sus hijos desde finales de 2021, han visto más guerras que la mayoría de personas en toda su vida.
Tres veces antes debieron huir de su tierra natal por el conflicto, con lo que obtuvieron una educación no deseada sobre la naturaleza compleja de la violencia y un sentido más agudo del peligro percibido frente al real.
Pero los Hosseini pronto volverían a ser refugiados, ahora por cuarta vez debido a la guerra en Ucrania. Empacaron rápidamente solo aquello que podían cargar y partieron rumbo a lo que rezaban era la dirección opuesta a las bombas y balas.
“Las cosas se calmarán”
Al principio, los Hosseini esperaban que la invasión de Rusia fuera breve: que no durara más que un par de días.
“O ganará este lado o el otro lado”, dijo Masuma, describiendo su pensamiento inicial. “O Putin tomará (el país) o Zelensky lo tomará. Estos dos se reconciliarán entre ellos y las cosas se calmarán”, pensaba.
En lugar de una reconciliación, lo que siguió fue un avance brutal, aunque torpe, de las fuerzas de Vladimir Putin. Al tratar de tomarse las ciudades clave de Ucrania, las tropas rusas bombardearon vecindarios y mataron a innumerables civiles inocentes en ataques que Estados Unidos y sus aliados han descrito como crímenes de guerra.
Aparte del recorrido aéreo periódico o la sirena de policía, Masuma dijo que la ciudad de Kyiv estaba relativamente tranquila al comienzo de la guerra.
Incapaz de hablar ucraniano, la familia siguió el ejemplo de los lugareños que vivían en su pequeño edificio de apartamentos. El sonido de un niño pequeño en la unidad de arriba, que a menudo corría por el apartamento, era un sonido reconfortante. Mientras los Hosseini escucharan al niño desenfrenado encima de su techo, sabían que sus vecinos aún no habían comenzado a dirigirse a los refugios subterráneos.
Pero pronto llegaron las explosiones, el miedo y la súplica de su hija en Estados Unidos de que abandonaran inmediatamente la capital.
“Sentimos que no había esperanza”: volvieron a ser refugiados, ahora de Ucrania
Esta no era la primera vez que los Hosseini huían de la agresión rusa.
En 1979, el Ejército soviético invadió Afganistán en una guerra que duró una década. La ofensiva resultaría en última instancia en casi un millón de muertes de afganos y la pérdida de 15.000 soldados rusos.
Mientras las fuerzas soviéticas sitiaban su país, Sayed y Musama huyeron al cercano país de Irán.
“Cuando se calmó, regresamos a Afganistán”, dijo Masuma. “Luego, cuando estuvimos allí durante unos años, los talibanes (llegaron al poder) por primera vez y lucharon. Nos convertimos en refugiados nuevamente y fuimos a Irán”.
Permanecieron en Irán hasta que las fuerzas estadounidenses lanzaron la operación Libertad Duradera, después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Con el derrocamiento del brutal régimen talibán, los Hosseini sintieron que era seguro regresar a casa. Tenían la esperanza de no tener que asumir nunca más el título de refugiados.
Esa esperanza fue fugaz. Casi 20 años después del comienzo de la guerra, el presidente de EE.UU., Joe Biden, anunció que las fuerzas estadounidenses se retirarían de Afganistán, lo que indicaba que el conflicto prolongado e intratable ya no se alineaba con las prioridades estadounidenses.
A mediados de agosto, los talibanes tomaron el control de todas las ciudades importantes del país. Y se apoderaron del palacio presidencial en Kabul.
Mientras el Ejército de Estados Unidos terminaba su caótica retirada, la familia Hosseini temía que el papel de Sayed en el Ejército de Afganistán y el trabajo de su hija Fatema como periodista pusieran a la familia en la mira de los talibanes.
Fatema se puso en contacto con el teniente de reserva de la Marina de EE.UU. Alex Cornell du Houx, quien había trabajado a título personal para ayudar a rescatar a los afganos que intentaban escapar.
Cornell du Houx trabajó junto a un contacto en el Ejército de Ucrania para ayudar a garantizar la autorización de una misión especial de vuelo humanitario que finalmente llevó a los Hosseini a un lugar seguro en Kyiv.
“Hubo momentos en los que sentimos que no había esperanza de que nuestros aliados cruzaran la puerta. Luego recibía un mensaje de los ucranianos diciendo que encontraron un camino y que los guiaron a un lugar seguro, incluida la familia de Fatema”, dijo Cornell du Houx. “Estábamos apoyando a miles de aliados afganos. Y, de lejos, la mayoría de los que llegaron a un lugar seguro pudieron respirar aliviados debido a la valentía y la habilidad de nuestros amigos de Ucrania”.
Menos de seis meses después, esas mismas fuerzas ucranianas rogarían al mundo por ayuda para su país.
“También pueden sobrevivir a esto”
A casi 8.500 kilómetros al oeste de Kyiv, en un vecindario a las afueras de la ciudad de Washington, Fatema Hosseini, ahora estudiante universitaria, cumplía su segunda noche sin dormir. Repetidamente llenaba su taza de café para mantenerse despierta mientras intentaba sacar a su familia de una Ucrania destrozada por la guerra.
“Trataba de calmarlos diciéndoles: ‘Sobrevivieron a tantas guerras. También pueden sobrevivir a esta’”, dijo Fatema. “Pero en el fondo de mi corazón estaba literalmente temblando”.
Comunicándose por mensajes de texto y video con su hermano Abdulfatl, de 18 años, ella les imploró que trataran de subirse a uno de los trenes que trasladaba a los refugiados de Kyiv hacia la ciudad occidental de Lviv. Pero la familia tenía poco dinero para pagar los boletos. Y Abdulfatl dijo que su madre, Masuma, estaba demasiado enferma para viajar.
Gracias a la amabilidad de los extraños en su edificio de apartamentos, la familia reunió suficiente dinero para hacer el viaje.
Pero el tren que esperaba para partir hacia Lviv estaba completamente repleto. “Tienes que entrar”, le dijo Fatema a Masuma. “Ella lloró. Dijo: ‘No puedo”, temerosa de que a su hija de 2 años, Mobina, la aplastara la multitud de refugiados que se amontonaba en el vagón.
Utilizando las redes sociales para comunicarse con extraños en Ucrania, Fatema trató de encontrar otros métodos de viaje para su familia, incluso en autobús. Pero, le dijeron que había un tiroteo en la parada local.
Mientras Fatema trataba de buscar un conductor, Abdulfatl llamó y le dijo que había encontrado espacio en otro tren con destino a otra ciudad del oeste de Ucrania. Y que estaban en camino.
Eufórica y completamente agotada, a seis husos horarios de distancia de su familia, Fatema se durmió. Cuando despertó, hizo una emotiva llamada a su hermano menor, todavía en el tren.
“Hiciste un gran trabajo”, dijo, luchando por contener las lágrimas.
“La gente en Ucrania es hermosa”: la experiencia de estos refugiados
El siguiente objetivo de Fatema era tratar de encontrar un automóvil para que su familia pudiera hacer el viaje de cuatro horas desde la estación de tren hasta la frontera con Polonia.
Una vez más, utilizando las redes sociales, contactó a varios extraños en busca de ayuda. Entre ellos, un soldado estadounidense retirado que puso a Fatema en contacto con un grupo de ayuda. Los voluntarios enviaron un automóvil para los Hosseini, quienes fueron llevados a un refugio y les proporcionaron alimentos.
En realidad, cruzar la frontera de Polonia fue el último obstáculo para la familia completamente fatigada.
Cuando llegaron por primera vez a Kyiv desde Afganistán como refugiados, el gobierno de Ucrania tomó sus pasaportes y les proporcionó documentos temporales de refugiados. A los Hosseini se les dijo que podían recuperar sus pasaportes si alguna vez decidían dejar Kyiv por un tercer país. Pero, esto fue antes de que Ucrania se encontrara bajo ataque. En su carrera por huir de la capital sitiada, la familia no pudo obtener sus documentos oficiales de la agencia de inmigración.
Su gracia salvadora fue un periodista que Fatema conoció a través de contactos en línea, quien llevó a los Hosseini a la frontera y los ayudó a pasar a Polonia, lejos de los invasores rusos.
Reflexionar sobre la gran cantidad de buenos samaritanos que ayudaron a la seguridad de su familia es algo que emociona a Fatema. La mayoría, si no todos, son ucranianos a los que nunca conocerá ni podrá agradecer en persona.
“Ojalá pudiera ser de Ucrania”, dice Fatema. “Ojalá esa pudiera ser mi tierra natal. La gente allí es hermosa. Son amables y no dudan en acercarse a ti y ayudarte”.
“No te apegues a un solo lugar”
Sayed, Masuma, Abdulfatl y la pequeña Mobina Hosseini se encuentran actualmente en Varsovia, en casa de otro nuevo amigo que Fatema hizo en línea. Su objetivo ahora es llegar a Canadá. Justamente, un país que ha recibido elogios personales del presidente de Ucrania Volodymyr Zelensky por acoger a los refugiados con los brazos abiertos, y vivir con su hija mayor.
Hay un desafío final: el alto precio de los tiquetes aéreos. Con poco dinero y pocas posesiones, no saben cómo podrán hacer el viaje.
Como los otros millones de refugiados que huyen de la guerra de Putin, el destino de los Hosseini no está claro. Están a salvo, dice Masuma. Y espera con ansias el día en que la familia ya no tenga que huir de los conflictos. Pero sigue orando más que esperanzada.
“Rezo para que nadie, ningún otro país, ninguna persona sobre la faz de la tierra, se convierta en refugiado… que todos vivan en paz”, dice.
Cuando se le preguntó cuál es su mensaje para otros que pueden enfrentar la guerra, Masuma es más práctica que filosófica.
“Cuando una persona se convierte en refugiada, lo extraña todo”, dice. “Hazte una vida sencilla. No compres demasiada ropa. No te apegues a un solo lugar, porque cuando vuelvas a emigrar, tendrás que dejar todo atrás”.