Nota del editor: David A. Andelman, colaborador de CNN y ganador en dos ocasiones del Premio del Club Deadline, es caballero de la Legión de Honor francesa, autor de “A Red Line in the Sand: Diplomacy, Strategy, and the History of Wars That Might Still Happen” y tiene un blog en Andelman Unleashed. Anteriormente fue corresponsal de The New York Times y CBS News en Europa y Asia. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autor.
(CNN) – Taiwán no es Ucrania. China, especialmente en esa parte del mundo, no es Rusia. Sin embargo, con sus comentarios improvisados de que Estados Unidos acudirá directamente al rescate de Taiwán si Beijing decide tomar la isla autónoma por la fuerza, el presidente Joe Biden ha despertado la peor pesadilla de China. Se ve como algo simple: no habrá una adhesión fácil o pacífica de Taiwán al continente a corto plazo, si es que la hay.
Como China ha llegado a reconocer, Estados Unidos está decidido a resistir o al menos a frenar la ambiciosa expansión de China en los mares y alrededor de las islas de su costa. El objetivo es dejar claro a China el precio que podría pagar por cualquier ataque a Taiwán o a cualquier aliado de EE.UU. en la región. Todo ello no hace sino elevar las apuestas para China y aumentar la temperatura diplomática y militar en toda la región.
No cabe duda de que Estados Unidos está centrado en establecer lazos militares con otras naciones de la región que puedan ser dignos aliados si ocurre lo peor. Cuando Biden se reunió con el primer ministro de Japón, Kishida Fumio, en Tokio el lunes, la declaración conjunta de los líderes observó que “sus posiciones básicas sobre Taiwán permanecen inalteradas, y reiteraron la importancia de la paz y la estabilidad a través del estrecho de Taiwán como elemento indispensable para la seguridad y la prosperidad en la comunidad internacional. Alentaron la resolución pacífica de las cuestiones relacionadas con el estrecho”.
Japón ha ido desarrollando silenciosamente la capacidad de ser un socio digno de tales intereses. El mes pasado, el partido gobernante del país propuso duplicar el presupuesto de defensa de Japón del 1% al 2% del producto interior bruto, el mismo nivel que la OTAN exige a sus miembros.
También está la Quad. Las reuniones de Biden con los líderes de las grandes potencias asiáticas, Corea del Sur, India, Australia y Japón, están diseñadas para demostrar que Estados Unidos cuenta con el respaldo necesario para hacer frente y frenar a una China agresiva cuyas acciones pueden ir en contra de otros intereses regionales en las vías fluviales estratégicamente vitales que rodean el continente asiático.
Al menos por el momento, Taiwán es el punto más conflictivo. “Todos los miembros de la Quad comparten el interés por la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán”, dijo Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional de Biden, a periodistas en una reunión informativa en la Casa Blanca previa al viaje de Biden. El presidente, observó, “no quiere ver cambios unilaterales en el status quo y ciertamente no queremos ver una agresión militar”.
Dicho todo esto, no es para nada sensato, ni siquiera prudente, provocar a China o presumir el poder de Estados Unidos en la región. Eso podría resultar eminentemente contraproducente. Para demostrar su determinación, China anunció esta semana una serie de maniobras aéreas y marítimas en el mar de China Meridional, coincidiendo con la visita de Biden.
Y China ha empezado a advertir directamente a Estados Unidos. Su máximo diplomático, el miembro del Politburó Yang Jiechi, llamó a Sullivan la semana pasada para afirmar, como informó la agencia estatal de noticias china Xinhua, que “si EE.UU. insiste en jugar la ‘carta de Taiwán’ y va cada vez más lejos por el camino equivocado, seguramente conducirá a una situación peligrosa”.
La mayor preocupación de Beijing, y lo que podría encender una nueva ronda de preparación china, es su paranoia perpetua combinada con la ambición desmesurada de ser considerada una gran potencia, especialmente en su propio patio trasero. Esto explica en gran medida la construcción por parte de China de puestos avanzados en al menos 20 islas en las Paracel y siete más en las Spratly, muchas de ellas completamente militarizadas con aeródromos e instalaciones de lanzamiento de misiles.
Al mismo tiempo, el Ejército de China ha desplegado previamente un vasto arsenal de miles de misiles balísticos y de crucero de corto y medio alcance en su propia costa, muchos de ellos dirigidos a Taiwán, al tiempo que ha aumentado drásticamente el número de aviones militares que vuelan diariamente alrededor y dentro del espacio aéreo inmediato de Taiwán. Entre septiembre de 2020 y agosto de 2021, la fuerza aérea de China realizó 554 intrusiones en la zona de defensa aérea de Taiwán, según el Small Wars Journal. China tiene igualmente la mayor guardia costera armada del mundo, la mayoría desplegada regularmente en estas aguas, según un informe del Pentágono.
Desde el punto de vista defensivo, Taiwán no está preparado para una invasión anfibia a gran escala por aire y mar.
Al parecer, cuenta con un ejército permanente de 188.000 personas, y muchas de sus tropas están demasiado mal entrenadas para sostener un asalto decidido, especialmente teniendo en cuenta que China cuenta con la mayor fuerza militar en activo del mundo, más de 2 millones frente a los 1,4 millones de Estados Unidos, según el Centro Internacional de Estudios Estratégicos. Además, a diferencia de las fuerzas estadounidenses, que están muy dispersas, prácticamente todo el Ejército de China está desplegado en su territorio continental y sus alrededores.
Dicho esto, un enfrentamiento en torno a Taiwán, o especialmente una invasión china, dejaría a la isla y a Estados Unidos en peor situación que Ucrania, donde las largas fronteras terrestres permiten el envío regular de material por parte de las fuerzas de la OTAN.
Además, a diferencia de Rusia, China ha estado practicando y preparándose para un ataque de este tipo contra Taiwán durante más de 72 años, desde que el Ejército Popular de Liberación de Mao Zedong expulsó a las fuerzas nacionalistas de Chiang Kai-shek del continente hacia el exilio en Taiwán. Las tácticas de “zona gris” de Beijing están diseñadas cada día para dejarle en claro al pueblo de Taiwán sobre el peligro que corre. Incluso han practicado enviando enormes dragas de arena a las islas periféricas de Taiwán, en un esfuerzo por pulverizar su voluntad de resistir. Además, Taiwán es una isla, por lo que el reabastecimiento solo se haría por aire o por mar, ambos potencialmente muy vulnerables a los recursos aéreos y navales chinos.
Dicho esto, China reconoce que tiene puntos débiles. Todavía no dispone de un arsenal nuclear remotamente comparable al de Estados Unidos o Rusia: apenas 350 cabezas nucleares frente a las 5.500 de Estados Unidos, según el Anuario 2021 del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo. Sin embargo, el Pentágono estima que China se ha propuesto triplicar ese arsenal. Comentarios como los de Biden proporcionan ciertamente munición a los observadores del liderazgo de China para presionar por una rápida expansión de sus armas nucleares desplegables.
Lo último que se necesita ahora es una razón evidente para empujar a China a este tipo de dirección. China ha estado gastando años y miles de millones de dólares en su Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, conocida como Belt and Road Initiative, tratando de ganarse el tipo de respeto que tan desesperadamente desea, y sería destruida en un instante por una invasión armada de Taiwán.
Al mismo tiempo, Biden y Sullivan, tras excluir a China de sus conversaciones sobre el Marco Económico Indo-Pacífico para la Prosperidad esta semana, hicieron bien en dejar fuera también a Taiwán. China ha entendido durante años la posición de una sucesión de administraciones estadounidenses sobre cómo debe comportarse con Taiwán en el plano militar. No hay ninguna razón para volver a restregarle en la cara las cosas a China.