(CNN Español) – La imagen de monseñor Rolando Álvarez arrodillado con las manos en alto afuera de la diócesis de Matagalpa, en el norte de Nicaragua, mientras la policía le rodea, ya ha dado la vuelta al mundo. Las relaciones entre la Iglesia católica de Nicaragua y el régimen de Ortega están más distanciadas que nunca. Según el informe “Nicaragua: una Iglesia perseguida”, realizado por Marta Patricia Molina, investigadora del Observatorio Pro Transparencia y Anticorrupción, y distribuido por la Agencia Católica de Informaciones (ACI Prensa), entre abril de 2018 y mayo de 2022 se han registrado al menos 190 agresiones contra la Iglesia católica.
La investigación de Molina destaca que no se puede confirmar que la totalidad de estos casos sean autoría de simpatizantes del orteguismo. Sin embargo, afirma que antes de que Daniel Ortega llegara al poder, no ocurrían este tipo de ataques, que además se incrementaron a partir del inicio de la crisis social y política, en 2018, en la que, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), murieron 355 personas y cientos más fueron detenidas, aunque el Gobierno reconoce solo 200 muertos, incluyendo policías. CNN ha pedido una reacción del gobierno a través del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, que dirige la vicepresidenta Rosario Murillo, pero hasta el momento no hemos recibido respuesta.
Las tensiones entre la Iglesia católica y el sandinismo no son nuevas, se inician décadas atrás. Además, están directamente relacionadas con la historia del país centroamericano.
Según recuerda Vilma Núñez, del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos, cuando los sandinistas derrocaron a la dictadura de Anastasio Somoza, en 1979, eran cercanos a la institución religiosa, pues fue esta, a través del cardenal Miguel Obando y Bravo –en ese momento arzobispo de la capital–, la que evitó un mayor derramamiento de sangre, además de conseguir la liberación de presos políticos.
“El cardenal Obando y Bravo fue el mediador insigne, el mediador por excelencia de los conflictos políticos que había en este país”, recuerda Núñez.
Pero, la cercanía duró muy poco. Pronto, en los primeros años de la década de los ochenta, la Iglesia católica se opuso a muchos de sus actos. Núñez recuerda que la participación en el Gobierno de varios sacerdotes promotores de la Teología de la Liberación, que no era bien vista por el Vaticano, donde la catalogaban como marxista. Los sacerdotes se negaron a renunciar al nuevo Gobierno sandinista y el Vaticano decidió inhabilitarlos para ejercer su ministerio.
En ese contexto, uno de los momentos que más recuerdan los nicaragüenses ocurrió el 4 de marzo de 1983, el día que Juan Pablo II llegó por primera vez a Nicaragua.
Ernesto Cardenal, uno de los sacerdotes de esa corriente, se encontraba entre quienes le daban la bienvenida al pontífice. Su posición política le valió una reprimenda pública de parte del papa al llegar a suelo nicaragüense, una escena que quedó grabada ante las cámaras, y que para muchos fue un momento humillante para el sacerdote revolucionario.
“Cuando llegó donde estábamos nosotros, donde estaba el gabinete de Gobierno, le pidió a Daniel Ortega acercarse a saludar, entonces llegó a saludar a todos, y cuando llegó donde mí, me hizo ese regaño público, lo que me dijo fue ‘usted, debe regular su situación’. Yo no quise discutir con él… lo que quería decir, es que yo no debía estar como sacerdote apoyando o siendo parte de un Gobierno”, dijo Cardenal en entrevista con CNN en 2015.
Pero eso no fue lo único que pasó ese día, durante la misa que ofició el papa, simpatizantes del Gobierno gritaban consignas como: “poder popular” y “queremos la paz”, interrumpiendo constantemente el rito católico. Según registran los videos de la época, el papa intentó pedirles silencio y en un momento levantó la voz para responderles: “la primera que quiere la paz es la Iglesia”. Ese momento caló hasta el día de hoy en los católicos nicaragüenses. Años más tarde, Juan Pablo II recordó esa primera visita como “la gran noche oscura”.
Adicionalmente, durante esa época se registraron expulsiones del país de sacerdotes, acusaciones de terrorismo, así como la divulgación de un supuesto escándalo sexual de un sacerdote con una mujer, que posteriormente fue un desertor del Ejército sandinista dijo que había sido un montaje para desprestigiar al religioso.
A pesar de estas desavenencias, la Iglesia católica fue parte medular de los Acuerdos de Paz Esquipulas II, que dieron paso a elecciones libres y democráticas en 1990, en las que Daniel Ortega y los sandinistas perdieron el poder.
En los siguientes 16 años, Ortega y sus aliados intentaron regresar al poder y también realizaron muchos actos con el fin de congraciarse con la Iglesia. Ortega pidió perdón por “los errores y atropellos en contra de figuras de la Iglesia en el pasado”.
Asimismo, decidió contraer matrimonio eclesiástico con Rosario Murillo luego de 25 años de convivencia. Quien ofició la misa, fue el cardenal Miguel Obando y Bravo, el mismo que en los ochenta tenía una posición crítica contra sus políticas y quien tan solo unos años atrás –en la víspera de las segundas elecciones que perdió Ortega, en 1996– emitió una contundente homilía conocida popularmente como “la parábola de la víbora” o “el viborazo”, en la que advertía a los votantes sobre una víbora moribunda a la que no había que acoger porque, al recuperarse, mataría a su salvador. Muchos analistas la consideraron una comparación implícita con Ortega, además de un espaldarazo a su contrincante, Arnoldo Alemán, del Partido Liberal Constitucionalista, quien finalmente se alzó con la victoria.
Una década después, en 2006, Ortega logró volver al poder, luego de tres intentos fallidos. Solo fueron necesarios unos años, para que las diferencias afloraran nuevamente.
Meses antes de la primera reelección de Ortega, en 2011, monseñor Silvio Báez señaló que Nicaragua podría ir rumbo a “un totalitarismo visible o encubierto”; posteriormente, varios obispos dijeron ser objeto de amenazas.
Sin embargo, las mayores tensiones llegaron en 2018 cuando el Gobierno intentó reformar las leyes del Seguro Social, lo cual hizo estallar protestas en todo el país que fueron reprimidas por el Gobierno y calificadas por Amnistía Internacional como deplorables.
“Los grupos parapoliciales andan a sus anchas fuertemente armados, acompañados por cuerpos policiales, cometiendo ataques de forma conjunta en contra de la población civil”, dijo Amnistía Internacional en un informe de julio de 2018.
En ese contexto, la Iglesia católica salió en defensa de quienes protestaban pacíficamente, además de ser la mediadora en un diálogo que buscaba una salida, pero que no llegó a buen fin. En julio del 2018, Amnistía Internacional dijo que “el ataque directo a figuras que denuncian públicamente los ataques de agentes del Gobierno del presidente Ortega es, sin duda, una forma de represalia y un intento de silenciar a aquellas voces disidentes”. En tanto, Ortega y su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo, iniciaron ataques verbales directos hacia los sacerdotes. Durante los últimos años, Ortega y Murillo han calificado a los sacerdotes en diferentes ocasiones de “terroristas”, “golpistas” y “demonios de sotana”, entre otros calificativos.
Estos son algunos de los casos registrados de agresiones, según la investigación “Nicaragua: ¿una Iglesia perseguida?”:
9 de julio de 2018 – Paramilitares agreden a obispos y sacerdotes en Carazo.
13 y 14 de julio de 2018 - El ataque a la Iglesia de La Divina Misericordia, en Managua, donde murieron dos personas.
23 de abril de 2019 - La necesaria salida de monseñor Silvio Báez, a petición del papa Francisco, ya que, según indicó Báez, la Embajada de Estados Unidos en Nicaragua le habría informado sobre la existencia de supuestos planes para asesinarlo.
31 de julio de 2020 - El incendio de la imagen de la Sangre de Cristo con más de 380 años de antigüedad, en la Catedral de Managua.
Marzo de 2022 - El retiro del beneplácito del Gobierno al nuncio apostólico, Waldemar Stanislaw Sommertag.
6 de julio de 2022 - La expulsión de 18 religiosas de la Caridad hacia Costa Rica, sin conocimiento de las razones.
Recientemente, se dio la retención de monseñor Rolando Álvarez, cinco sacerdotes, tres seminaristas y dos laicos en la curia diocesana de Matagalpa. Según indicó la Policía, supuestamente intentaban “organizar grupos violentos, incitándolos a ejecutar actos de odio en contra de la población, provocando un ambiente de zozobra y desorden, alterando la paz y la armonía de la comunidad, con el propósito de desestabilizar al Estado de Nicaragua y atacar a las autoridades constitucionales”.
En tanto, el representante del Vaticano en la OEA dijo que la Santa Sede no puede dejar de manifestar su preocupación por lo que sucede en Nicaragua y llamó a encontrar caminos de paz.