Nota del editor: Frida Ghitis, (@fridaghitis) exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en esta columna le pertenecen únicamente a su autora.
(CNN) – “Papá, mi sentencia es la muerte”, informó Mohammad Mehdi Karami a su padre en una llamada telefónica desde la cárcel el mes pasado. Después, el sábado, el campeón de karate de 21 años fue ejecutado por el régimen iraní. Karami, kurdo iraní, fue ahorcado el mismo día que Seyed Mohammad Hosseini, un entrenador voluntario de niños de apenas 20 años. Ambos estaban acusados de matar a un miembro de la fuerza paramilitar Basij. Al parecer, en la llamada telefónica, el menor de los Karami dijo a su padre que lo habían torturado para que hiciera una confesión falsa. Los 16 acusados en ese caso han negado los cargos.
Sus muertes se suman al creciente número de jóvenes manifestantes muertos desde que los iraníes salieron a la calle hace casi cuatro meses en manifestaciones encabezadas por mujeres y desencadenadas por la muerte de Mahsa Amini, de 22 años. Amini, también kurda iraní, murió bajo custodia policial tras ser detenida por la policía de la moral por llevar indebidamente el hiyab, el velo musulmán que los gobernantes clericales de Irán obligan a llevar a todas las mujeres.
Es casi seguro que el recuento de muertes y la angustia implacable continuarán. Esto se debe a que el arma interna más poderosa del régimen, su capacidad para matar a manifestantes con el fin de atemorizarlos e intimidarlos, no está produciendo los resultados previstos. A pesar del creciente número de muertes, los iraníes, hartos de la represión, no se rinden.
Los jóvenes manifestantes iraníes están mostrando un nivel de valentía casi insondable. De ellos depende continuar o no su lucha, exigiendo “¡azadi, azadi!”, “¡libertad!” en farsi.
Quienes observan atónitos desde fuera de Irán tienen que tomar otras decisiones: ¿cómo responderán mientras el régimen mata a sus jóvenes? Hasta ahora, la reacción ha sido totalmente inadecuada.
La organización Iran Human Rights, con sede en Noruega, advierte del “grave riesgo de ejecución masiva de manifestantes”. Hasta ahora calcula que las fuerzas de seguridad han matado a 481 personas, entre ellas 64 menores, y cree que 109 manifestantes corren riesgo de ejecución en este momento.
Las ejecuciones se producen después de que los manifestantes sean acusados y presuntamente torturados para que confiesen delitos que no cometieron, como Karami le dijo a su padre por teléfono ese día. Grupos de derechos humanos afirman que los procesos han sido farsas, juicios falsos, sin ningún atisbo de garantías procesales.
Horas después de sus ejecuciones, otros dos jóvenes manifestantes condenados a muerte —Mohammed Broghani, de solo 19 años, y Mohammed Ghobadlu, de 22— fueron trasladados de sus celdas al régimen de aislamiento, lo que hizo temer que su ejecución fuera inminente. Sus partidarios pasaron la noche concentrándose en torno a la prisión, con la esperanza de detener las posibles ejecuciones. Al momento de redactar esta nota, siguen con vida.
La primera persona ejecutada en relación con las protestas fue Mohsen Shekari, de 23 años, a principios de diciembre. Un video viral que supuestamente muestra a su madre recibiendo la noticia de su muerte es atroz.
Pocos días después, Irán colgó a Majidreza Rahnavard, de 23 años, desde una grúa de construcción en una plaza pública de la ciudad de Mashhad. Había sido condenado por “enemistad con Dios” en otra farsa de juicio en el que se le declaró culpable de apuñalar a dos paramilitares Basich. Poco más de tres semanas después de su detención, fue ejecutado ante una multitud, con su cuerpo sin vida suspendido de un cable visible en fotografías publicadas por el régimen. El abogado que le había asignado el tribunal no había ofrecido defensa alguna.
Casi nadie esperaba que las manifestaciones duraran tanto. Los riesgos parecían superar las probabilidades de éxito. “Seamos sinceros”, escribí en octubre, las protestas han sido inspiradoras, “pero también aterradoras de ver”. Sabíamos que el régimen respondería con brutalidad, y así ha sido.
Las palizas, los tiroteos y las ejecuciones no han puesto fin a las protestas. Al contrario, las últimas ejecuciones han reavivado las protestas en las universidades. Los jóvenes parecen decididos a arriesgarlo todo por una oportunidad de una vida diferente. En muchos sentidos, los llamamientos para acabar con la teocracia parecen imparables.
Para el resto del mundo, hay aún más claridad moral sobre la cuestión de apoyar a los manifestantes ahora que Irán ha empezado a suministrar a Rusia el armamento que está utilizando para destruir la infraestructura civil de Ucrania.
Como dijo el presidente de Ucrania, Volodomyr Zelensky, al Congreso de EE.UU., con Irán, “Rusia ha encontrado un aliado en [su] política genocida… un terrorista ha encontrado al otro”. Irán afirma que solo vendió drones a Rusia antes de la guerra.
Las potencias occidentales condenaron enérgicamente las ejecuciones iraníes casi de inmediato, y los manifestantes salieron a la calle en algunas capitales del mundo. Esa solidaridad es importante, pero no es suficiente. El mundo puede hacer más.
Alemania, uno de los principales socios comerciales de Teherán, anunció recientemente que suspende los créditos a la exportación y las garantías de inversión para el comercio con Irán. Ya había declarado que la situación no permitía “mantener la normalidad con Irán”. Los gobiernos responsables del mundo deben restringir el comercio y persuadir discretamente a otros socios comerciales importantes, como Emiratos Árabes Unidos, la India y Turquía, para que revisen sus relaciones comerciales.
También está muy claro que los esfuerzos por revivir el acuerdo nuclear de 2015 —el Plan Integral de Acción Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés)—deberían declararse terminados. Biden ya ha admitido que el acuerdo “está muerto”, aunque se niega a hacerlo oficial. El JCPOA no resucitará, e incluso si eso fuera posible, aportaría una financiación masiva a un régimen que no solo está matando a su propio pueblo y sembrando el malestar en su región, sino que también está ayudando a la destrucción de otro país en su asociación con Rusia.
La Unión Europea no debería perder tiempo en dar curso a la propuesta neerlandesa de calificar a los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC, por sus siglas en inglés) de organización terrorista, como ya ha hecho Estados Unidos. Teherán rechaza la etiqueta, pero las pruebas de las actividades del IRGC son abundantes, con su intervención en Líbano, Siria, Yemen y otros lugares.
En el frente diplomático, las naciones occidentales, encabezadas por Estados Unidos, deberían dar más relieve a las acciones de Irán. Llevar el caso a los principales foros diplomáticos. Forzar un voto de condena en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde Rusia sin duda lo vetará, y quizás China también. Veamos a los déspotas codo a codo.
Y, si Irán no cede, apunten a los visados de los iraníes que disfrutan de sus viajes por Occidente. Si Irán sigue matando a sus jóvenes estudiantes, quizá los hijos de los funcionarios iraníes y de los aliados del régimen deban saber que su posibilidad de estudiar en universidades estadounidenses y europeas podría terminar pronto.
Esta es la lucha del pueblo iraní, como debe ser. Es su país. Sus vidas. Pero el resto del mundo debe hacer algo más que emitir declaraciones y expresar su desaprobación. Mientras el pueblo iraní lo arriesgue todo para luchar por su libertad contra un régimen que ha infligido tanto daño en tantos lugares, merece más apoyo del que ha recibido.