Nota del editor: Louis Staples (@LouisStaples) es redactor y editor cultural residente en Londres. Ha publicado en Slate, Vogue, The Guardian, Rolling Stone y Wired, entre otros. Las opiniones presentadas en este artículo le pertenecen exclusivamente a su autor.
(CNN) – Días antes de la publicación oficial de la biografía del príncipe Harry, “Spare”, el 10 de enero, algunos detalles escandalosos del libro aparecieron en los titulares de todo el mundo. The Guardian tuvo la primicia: Harry describió un altercado físico con su hermano, el príncipe William, que acabó con un tazón para perros destrozado y un collar roto.
Pronto escuchamos más fragmentos: el pene congelado de Harry (o “todger”, como él lo llamó) el día de la boda de su hermano, su confesión de que había usado cocaína y la historia de cómo perdió la virginidad en un campo con una misteriosa mujer mayor que le dio una nalgada.
Como era de esperar, estos titulares no captan toda la historia. “Spare” es una lectura triste sobre un hombre claramente herido y dañado. Un hombre que, por accidente de nacimiento y por tragedia, nunca ha tenido un control total sobre su propia vida.
El hilo conductor de la biografía es que, a pesar de haber nacido en un entorno inmensamente privilegiado, el príncipe Harry también es una víctima. Desde pequeño, recuerda que sabía que existía por si algo le ocurría a William. (De niño, llegó a creer que estaba ahí para proporcionar donaciones de órganos en caso de que el heredero al trono las necesitara).
Cuando creció, fue acosado por los mismos tabloides que acosaron a su difunta madre, la princesa Diana. Habla de cómo lo tachaban de “príncipe travieso”, “príncipe bobo” o lo hacían pasar por drogadicto. En el libro cuenta que uno de los editores de tabloides que supuestamente intentó “chantajearlo” llegó a trabajar para su padre y su madrastra. (Carlos y Camila no se han pronunciado públicamente al respecto).
Ahora que la relación de Harry con su familia y la prensa británica se ha deteriorado, los adjetivos que suelen utilizarse para describirlo son aún menos halagadores: sumiso, frágil, sensible, malcriado y rencoroso.
La cobertura mediática racista y misógina que ha sufrido Meghan Markle, la esposa de Harry, está bien documentada. Pero de lo que se habla menos es de cómo la propia masculinidad de Harry se utiliza en su contra. De hecho, las expectativas de género sobre el comportamiento de Harry son un factor clave de gran parte de las críticas que ha recibido.
El príncipe Harry procede de una larga estirpe de militares que se enorgullecían de adoptar una actitud firme y seguir adelante con su trabajo. Esa era una imagen que su abuelo, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, se esforzaba por mantener, ya que continuó con sus obligaciones reales hasta bien entrados los 90 años.
Visto desde esta perspectiva, quejarse es considerado femenino y débil. El propio Harry ha aludido a ello al distinguir entre el “Harry institucional” y el “Harry marido”, este último más emocional.
Fuera de la institución real, se ha producido un cambio cultural que anima a los hombres a hablar de sus sentimientos y su salud mental. “Spare” nos lleva a través del proceso del príncipe para hacer precisamente eso. Y después de examinar algunas de las formas en que le dañó crecer en la institución real, con la ayuda de un terapeuta, parece que prefiere al “Harry marido” frente al “Harry institucional”.
La tensión entre las dos personalidades del príncipe es en realidad un microcosmos de un choque cultural más amplio entre distintas versiones de la masculinidad. En la llamada “guerra cultural” en la que se han visto envueltos los Sussex, la masculinidad “millennial” se ha convertido en un campo de batalla clave.
Varios políticos y comentaristas conservadores se han unido en torno a la idea de que los jóvenes de hoy ya no son, como ellos dirían, “hombres de verdad”. En 2020, el influyente conservador Will Witt pronunció una conferencia en la Universidad de Denver titulada “Make Men Masculine Again” (“Hagamos que los hombres vuelvan a ser masculinos”), en la que sostenía que el hecho de que los hombres ya no fueran masculinos estaba causando profundos problemas sociales.
El próximo libro del senador republicano Josh Hawley, “Manhood: What America Needs”, hace un llamamiento similar a los hombres estadounidenses para que “se levanten y asuman la responsabilidad que Dios les ha dado como maridos, padres y ciudadanos”.
En el Reino Unido, el activista político de derechas Laurence Fox fue objeto de burlas por lamentarse de que los hombres ya no son “duros”, tuiteando: “Los malos tiempos hacen hombres duros. Los hombres duros hacen buenos tiempos. Los buenos tiempos hacen hombres blandos. Los hombres blandos hacen malos tiempos. Estamos en malos tiempos. Necesitamos HOMBRES”.
Fox ha suscitado críticas por afirmar que la sociedad quiere “cortar las p*****s a los hombres” y describir a los hombres con los que no está de acuerdo como “cornudos woke”.
Pero un lenguaje similar ha alimentado el inquietante auge de influencers “ultramasculinos” como Andrew Tate. Este exkickboxer británico ha construido una lucrativa plataforma en las redes sociales afirmando que puede enseñar a los hombres a ser “alfas”. En algunos de sus videos ha alardeado de estrangular y golpear a mujeres. Junto a su hermano Tristan, Tate fue detenido en Rumania en el marco de una investigación por tráfico sexual y violación en diciembre de 2022. Su abogado, Eugen Vidineac, ha declarado que ambos hermanos rechazan las acusaciones.
Para estos autoproclamados salvadores de la masculinidad “real”, las feministas como Markle son el principal enemigo. Pero la hostilidad también se reserva para los llamados machos “beta” que no suscriben su visión del mundo.
En “Spare”, Harry recuerda haber visto una viñeta en uno de los periódicos británicos en la que aparecía con una correa de perro que su mujer sujetaba. Lo describe como una misoginia “de manual”, que culpaba a una mujer de las decisiones que él había tomado. Pero también era un ejemplo clásico porque pretendía castrarlo por negarse a participar en la opresión de las mujeres, una táctica clave utilizada para mantener la misoginia.
Del mismo modo, Jeremy Clarkson apodó a Harry “Harold Markle” en su columna de opinión, ahora famosa, en la que escribió que quería ver cómo paseaban a Markle desnuda por las calles mientras le lanzaban excremento. Más tarde, el diario The Sun retiró la columna y pidió disculpas. Pero no es más que otro ejemplo de cómo la demonización de Markle va de la mano de la emasculación casual de su marido.
Hombres mayores como Clarkson y el destacado crítico de los Sussex, Piers Morgan, se esfuerzan por ridiculizar al príncipe Harry, que se siente conectado a su franqueza sobre ser un hombre que está en terapia. Los medios de comunicación de derechas han convertido en diana a la llamada “industria de la terapia” y a menudo fomentan la caracterización de la terapia como una práctica de autocomplacencia.
En vísperas del estreno de “Spare”, la institución real pareció alimentar esta narrativa al informar a los periodistas de que el príncipe Harry había sido “secuestrado por el culto a la psicoterapia”. En este marco, un hombre que se presenta como víctima, o dañado de algún modo, se equipara con debilidad y narcisismo.
En las redes sociales, puedo percibir una sensación de hastío mientras los Sussex siguen compartiendo su historia a través de tantos medios diferentes. Sin embargo, “Spare” se ha convertido en el libro de no ficción que más rápido se ha vendido en el Reino Unido. La mayoría de la gente se formará su opinión basándose en los fragmentos de la biografía que los medios de comunicación o los usuarios de las redes sociales hayan preparado para ellos, no leyendo la biografía completa.
Pero más allá de los memes sobre el príncipe frotándose crema Elizabeth Arden en su pene congelado o buscando en Google las escenas de sexo en televisión de su futura esposa, “Spare” es la historia de un hombre inmensamente privilegiado que al menos intenta hacerlo mejor, aunque eso signifique ir en contra de las instituciones y las convenciones sociales que lo han beneficiado hasta ahora.
Sí, este libro es a veces contradictorio, desconectado de la realidad y contiene muchos detalles vergonzosos que me habría gustado no conocer. (Para alguien como Harry, que a menudo critica a los editores de tabloides, aquí se incluyen muchos detalles que parecen hechos a medida para hacerles salivar).
Y sí, un descanso de oír hablar de los Sussex sería muy bienvenido. Pero no puedo evitar la sensación de que, para sus detractores más ruidosos, esto es más grande que el príncipe Harry. Sus críticos más despiadados se sienten amenazados y traicionados por la versión de la masculinidad moderna que él representa, una versión que, como el propio príncipe, intenta romper con su pasado.