CNNE 1333113 - george santos ignora a los periodistas en los pasillos del capitolio
Mira los momentos más álgidos entre George Santos y los periodistas
02:06 - Fuente: CNN

Nota del editor: Frida Ghitis, (@fridaghitis), exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos globales. Es colaboradora de opinión semanal de CNN, columnista colaboradora de The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario son propias. Lee más opiniones en CNN.

(CNN) – El drama continuo alrededor del representante republicano George Santos de Nueva York, cuya identidad plagada de mentiras está siendo desmantelada pieza por pieza por los periodistas, es un espectáculo irresistible, una mezcla extraña de diversión y exasperación.

Pero hay un aspecto particularmente inquietante que revela una peligrosa debilidad de la democracia estadounidense: ¿quién pagó la campaña electoral de Santos? En otras palabras, ¿quién tiene la mayor influencia sobre el congresista?

El hecho de que sea tan difícil rastrear la fuente de apoyo de este fantasioso reafirma algo que los expertos en financiamiento de la democracia nos han estado diciendo durante años: los jugadores corruptos están sacando ventaja de la forma en la que se financia la democracia en Estados Unidos.

Los candidatos necesitan mucho dinero y es demasiado fácil ocultar el origen de las donaciones. En los últimos años, personas de otros países con agendas nefastas han sido condenadas por financiar campañas de forma ilegal a nivel estatal y federal, pero el problema no se ha resuelto.

Como todo lo que tiene que ver con Santos, el caso ha llevado las cosas a un nuevo nivel. La confusión sobre los registros de campaña del congresista es a los problemas de financiamiento de campañas nacionales tanto como lo son sus mentiras al problema del ocultamiento de los políticos. Está en una escala diferente y se implementa de manera más torpe.

A estas alturas, muchas de las mentiras de Santos nos son familiares. Hasta hace poco, era conocido como Anthony Devolder, pero algunos también lo conocían como Anthony Zabrovsky, y también usaba nombres como George Devolder y George Anthony Devolder-Santos (su nombre real) para sus cuentas de redes sociales.

Afirmó tener muchos títulos, incluido un MBA de la Universidad de Nueva York, y trabajar en las principales firmas financieras (aunque más tarde admitió que nunca se graduó de la universidad). Afirmó que su madre estaba dentro de la Torre Sur del World Trade Center el 11 de septiembre de 2001, pero los registros muestran que ella estaba en Brasil ese día.

Sostuvo que era judío, nieto de refugiados judíos que escaparon del Holocausto. Pero resulta que no tiene antepasados judíos ni ninguna conexión con el Holocausto (más tarde dijo que “nunca afirmó ser judío”, pero en broma dijo que es “judío”).

Las mentiras siguen llegando en un implacable transportador de revelaciones. Falsamente dijo que “embelleció” su currículum. Y, en una entrevista con el canal de noticias de televisión de extrema derecha OAN, prometió que aprendió la lección y que, de ahora en adelante, “todo va a estar en regla”. Y agregó: “En gran medida siempre ha estado en regla”. Eso es una mentira.

Pero la más importante de sus mentiras es quién le dio el dinero para postularse para el cargo ( y es también lo que el entrevistador de la OAN no preguntó).

La ley federal requiere que los candidatos revelen quiénes son sus contribuyentes. No es sorprendente que las “revelaciones” de Santos parezcan ficción.

La revista Mother Jones intentó contactar a los donantes desde su fallida candidatura al Congreso de 2020. Fue un ejercicio de caza de fantasmas. Descubrieron que más de una docena de donaciones importantes provenían de personas que aparentemente no existen, a menudo con direcciones que no existen.

Para 2022, todo se volvió aún más misterioso. Lo más intrigante es lo que los archivos de campaña describen préstamos de Santos a la campaña por un total de más de US$ 700.000. Con el aumento de la presión sobre su vida inventada, su campaña pareció haber revisado las presentaciones, lo que habría la pregunta sobre si esas grandes tramos del financiamiento eran realmente su propio dinero.

Vale la pena recordar que durante su candidatura al Congreso de 2020, Santos reportó un salario anual de US$ 55.000 y ningún activo a su nombre. Dos años más tarde reportó un salario de US$ 750.000. Toda esta información inconsistente sobre las finanzas de su campaña plantea preguntas: ¿Quién le dio los fondos? ¿Por qué de repente cambia la afirmación de que el dinero era suyo? ¿Qué está escondiendo?

Conocemos a algunos de sus donantes. Está Rocco Oppedisano, el ciudadano italiano que fue atrapado traficando inmigrantes indocumentados a EE.UU. en 2019. Se declaró culpable de contrabando y fue sentenciado a tiempo cumplido y tres años de libertad supervisada (Santos, por cierto, es un fuerte crítico de la inmigración ilegal bajo el Gobierno del presidente Joe Biden).

La campaña de Santos también informó haber realizado grandes pagos por “deuda pendiente” a un restaurante de Nueva York propiedad del hermano de Oppedisano, que Santos promueve vigorosamente en las redes sociales.

Luego está la conexión rusa indirecta de Santos. Una investigación del Washington Post descubrió que el donante Andrew Intrater, un empresario estadounidense, tiene vínculos financieros de larga data con un oligarca ruso sancionado, así como con un exjugador clave del círculo íntimo del expresidente Donald Trump. Según los informes, Intrater cultivó lazos con Michael Cohen, el exabogado y “operador” de Trump. Intrater y su esposa hicieron la donación máxima permitida de US$ 5.800 cada uno a la campaña de Santos, pero también dieron decenas de miles de dólares desde 2020 a comités vinculados a Santos, según documentos presentados ante la Comisión Federal de Elecciones.

Las interacciones de Intrater con Cohen, incluidos los pagos y cientos de mensajes de texto, fueron investigadas por el fiscal especial Robert Mueller en su investigación sobre la interferencia de Rusia en las elecciones de 2016 (Intrater no fue acusado). Su empresa, según documentos oficiales, había invertido cientos de miles de dólares en Harbor City, una empresa acusada de ejecutar un esquema Ponzi donde Santos trabajaba antes de iniciar otra empresa que, según él, le pagó más de US$ 3.500 millones durante los últimos dos años.

Santos no ha ofrecido muchas explicaciones. Se ha negado a responder directamente preguntas sobre el asunto y dijo la semana pasada que daría una conferencia de prensa “pronto” para “abordar todo”. Mientras tanto, su tesorero de campaña renunció, y el hombre que Santos dijo inicialmente que había asumido el cargo negó haber hecho tal cosa.

Las señales de alerta y la opacidad de todo esto deberían arrojar luz sobre el peligroso pantano que es el financiamiento electoral de EE.UU. Está prohibido ocultar una contribución de una persona a nombre de otra, pero lo que está permitido es aún más preocupante.

El organismo de control de campañas, Open Secrets, ha dado la voz de alarma sobre los llamados donantes testaferros y las empresas ficticias que ocultan a los donantes reales. No solo cubren las huellas de las personas que pueden querer ocultar su identidad, sino que también ocultan a algunas de las que pueden estar contribuyendo ilegalmente, inyectando “dinero oscuro” para manipular la democracia y la legislación de EE.UU.

El año pasado, los fiscales acusaron al ciudadano ruso Andrey Muraviev, junto con Lev Parnas e Igor Fruman, exsocios de Rudy Giuliani, el abogado personal de Trump, de haberse involucrado en un esquema criminal de donantes ficticios para canalizar US$ 1 millón a campañas federales y estatales (Parnas ya había sido condenado por canalizar ilegalmente dinero en efectivo a un PAC pro-Trump en 2018). Desde entonces, Parnas fue sentenciado a 20 meses más tres años de libertad condicional supervisada en el caso; Furman ha sido condenado a 366 días de prisión; y se cree que Muraviev está prófugo en Rusia.

Si alguien esperaba aprovechar a Santos para hacer su voluntad en el Congreso, es poco probable que su inversión haya valido la pena. Santos se ha convertido en sinónimo de mentiras extravagantes. Si alguien esperaba adquirir influencia a través de él para imponer sus políticas, el financiamiento de la campaña parece haber fracasado. La credibilidad y la ética de Santos están tan comprometidas que su respaldo a una opinión cualquiera podría provocar un escrutinio no deseado.

Esa fue mi reacción, por ejemplo, cuando vi los comentarios de Santos sobre Ucrania hace un año, justo después de que el presidente ruso, Vladimir Putin, lanzara su invasión. Hablando en una convención de extrema derecha, Santos declaró: “No es que Ucrania sea una gran democracia. Es un régimen totalitario”, dijo dando a entender que los ucranianos estaban dando la bienvenida a los rusos. Esencialmente, repitió el discurso del Kremlin.

Eso fue de George Santos, o Anthony Devolder, quien, por cierto, también afirmó que su abuelo era ucraniano. Todo puede ser —confesamos— muy entretenido. Aun así, hay que llegar al más importante de los secretos del fabulista: quién pagó realmente para convertirlo en diputado.