Nota del editor: Jorge G. Castañeda es colaborador de CNN. Fue secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003, durante el gobierno de Vicente Fox Quesada. Actualmente es profesor de la Universidad de Nueva York y su libro más reciente, “America Through Foreign Eyes”, fue publicado por Oxford University Press en 2020. Las opiniones expresadas en esta columna son únicamente del autor. Puedes encontrar más artículos de opinión en CNNe.com/opinion.
(CNN Español) – Los jefes de Estado y de gobierno de los llamados Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), reunidos en Johanesburgo la semana pasada, invitaron a otros seis países a formar parte de su grupo. Dichos Brics provienen de un acrónimo creado hace más de 20 años por Jim O’Neill, un economista de Goldman Sachs, para designar a cuatro países (sin Sudáfrica originalmente) cuyas economías y poblaciones crecían a ritmos elevados y contaban con dimensiones geográficas o demográficas sobresalientes. Con el tiempo, se unió Sudáfrica, se regularizaron sus cumbres, se creó un banco de desarrollo (con sede en Shanghái, pero presidido por una brasileña) y ahora, se propone una expansión del grupo.
Este colectivo se ha autoerigido parcialmente en representante de lo que se empieza a llamar el Nuevo Sur Global, es decir, los países menos ricos del mundo, menos representados en instituciones internacionales y más vulnerables ante diversos flagelos mundiales. Son los herederos del Movimiento de Países No Alineados, o del Grupo de los 77 en la ONU, o de las naciones del sur que se reunían y confrontaban con las del norte en múltiples encuentros Norte-Sur de los años 70 y 80 (París, Cancún, etc.).
La expansión parece haberse dirigido en la dirección buscada por China y Rusia. Ingresarían en enero a los Brics Arabia Saudita, Argentina, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán. Estas adhesiones fortalecerían la heterogeneidad del grupo, así como su indiferencia ante el tipo de régimen político de sus integrantes. De confirmarse la expansión, figurarían en la asociación cinco regímenes autocráticos que enfrentan denuncias de violaciones sistemáticas los derechos humanos (Arabia Saudita, China, Egipto, Irán y Rusia), junto con un par de democracias amenazadas (India, Etiopía), y las demás democracias vigentes.
Resulta difícil entender cómo Lula, el mandatario brasileño encarcelado y objeto de un “intento de golpe de Estado”, puede abrazar a su homólogo iraní Ebrahim Raisi, responsable de una represión brutal contra las mujeres y los jóvenes de su país. Pero lo mismo sucede con la posibilidad de que Argentina se una a un bloque que claramente rivaliza con EE.UU. cuando su simple supervivencia depende de financiamientos continuos del Fondo Monetario Internacional, cuyo accionista principal (con derecho de veto) es, precisamente, Estados Unidos. Por eso, seguramente, los dos candidatos punteros en la próxima elección argentina, Javier Millei y Patricia Bullrich ya declararon que, si cualquiera de ellos gana, su país no aceptará la invitación que les fue formulada. Asimismo, Indonesia declinó participar y México, aunque tal vez no haya sido invitado, decidió no cabildear o formalizar deseo alguno de incorporarse al grupo.
Existe otra contradicción fundamental dentro de los Brics, además de la heterogeneidad de sus regímenes políticos. China no es parte del llamado Sur Global, de lo cual se jactan los Brics de ser representantes, ni en el sentido geográfico ni en el económico. Sobre todo, no es una economía emergente, no es una economía en desarrollo; tiene el PIB más grande del mundo en PPP, y el segundo en precios corrientes. Es la fábrica del orbe y una potencia militar, tecnológica y financiera sin parangón fuera de Estados Unidos.
En realidad, antes de la inclusión de países cercanos estratégicamente a China (o de Rusia) como Arabia Saudita –que es, al mismo tiempo, un antiguo socio de Estados Unidos– o Irán, el Brics ya era mucho más un grupo de países cercanos a Beijing que un embrión de naciones no alineadas entre EE.UU. y China. Para la India y Brasil, China es ya el primer socio comercial, y aunque Nueva Delhi sostiene constantes escaramuzas con China en su frontera común y puede ostentar una excelente relación con el presidente Joe Biden, no tiene el peso de China y Rusia juntas. En otras palabras, los Brics no eran antes, ni lo serán menos ahora, una asociación del Sur Global, ni de un no alineamiento activo, moderno y actualizado. Son un conglomerado variopinto, de diversos regímenes autoritarios, más o menos cercanos a China y con escasas perspectivas de realizar sus ambiciosas metas.
Veamos. Para la India y Brasil, reformar la Carta de las Naciones Unidas y ser un miembro permanente (con veto) del Consejo de Seguridad es una ambición legítima y antigua. E irreal, por ahora. Aunque China confiere un apoyo retórico a la reivindicación y Washington la avala (en teoría), las posibilidades de una reforma -incluso a mediano plazo- son mínimas. Lo mismo sucede con las cuotas en el FMI (reforma atorada desde hace más de diez años por el Congreso de Estados Unidos) y las normas del Banco Mundial. Incluso el banco de los Brics ya citado podría enfrentar obstáculos para prestarle a sus propios socios debido a las sanciones de Occidente a Rusia.
La ambición económica más sonada -e igualmente ilusa a mediano plazo- es la llamada desdolarización del comercio internacional, o al menos del comercio entre los socios Brics. Mientras Beijing mantenga un férreo control de capitales, el yuan difícilmente fungirá como moneda de reserva, aunque pueda financiar los intercambios entre China y otros países (pocos). Pero la idea de que las transacciones entre estos países o con otras naciones puedan prescindir del dólar parece una quimera, por lo menos por ahora.
Los Brics constituyen una apuesta diferente para sus principales integrantes. Para Lula, se trata de un componente en su búsqueda perpetua de una mayor voz brasileña en la arena internacional, pero contradice sus pretensiones de neutralidad: cada día se alinea más con Rusia y con China. Para Putin, los Brics forman parte hoy de su esfuerzo para combatir el aislamiento por la invasión de Ucrania, y de buscar países que no se alineen con Occidente en la condena a la invasión y a la imposición de sanciones. Para China, el objetivo es, obviamente, sumar amigos en su creciente rivalidad con Washington. Todos estos objetivos, así como los de los demás miembros presentes o futuros, son válidos para cada país. La pregunta es si representan metas pertinentes y redituables para el resto de las naciones de África, Asia y América Latina. Mi respuesta es negativa.