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Nota del editor: Ghaith al-Omari es investigador principal del Washington Institute for Near East Policy y fue asesor de los palestinos durante las conversaciones sobre el estatuto permanente entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina. David Schenker es director del Programa de Política Árabe del Instituto de Washington y exsubsecretario de Estado para Asuntos del Cercano Oriente. Las opiniones expresadas en este artículo pertenecen exclusivamente a sus autores.

(CNN) – Egipto ha resurgido como actor fundamental en el Medio Oriente debido a la guerra en Israel y Gaza. Su renovada influencia quedó clara en la cumbre que El Cairo convocó el sábado para varios líderes árabes y europeos. Aunque no dio lugar a una declaración unificada de las partes, lo que subraya la dificultad de encontrar un terreno común, fue un actor crucial para reunir a los principales líderes después de que varios países árabes se negaran a reunirse con el presidente de Estads Unidos, Joe Biden, a principios de esa semana.

Sin embargo, la importancia de Egipto no se limita a su papel de líder entre los países árabes aliados de Occidente. El país es un socio fundamental para el Gobierno de Biden en todas las cuestiones relacionadas con Gaza porque su control del paso fronterizo de Rafah, actualmente el único punto de entrada a la asediada Gaza desde que Israel cerró todos los pasos fronterizos tras el ataque terrorista de Hamas del 7 de octubre, permite a Egipto influir en las condiciones en las que la ayuda humanitaria puede entrar en el territorio palestino.

Es comprensible que Washington, que proporciona a Egipto más de US$ 1.000 millones al año en ayuda militar, se sienta frustrado porque El Cairo no permite a los ciudadanos estadounidenses y de otros países salir de Gaza a través del paso fronterizo, ya que Egipto parece haber condicionado su salida a la entrada de ayuda. También es comprensible que los grupos humanitarios se sientan frustrados por el hecho de que Egipto no abra su frontera a un corredor humanitario para dejar salir a cientos de miles de desplazados internos que intentan refugiarse en el sur de Gaza, sobre el que se asienta Rafah, mientras en el norte se libran los combates más intensos.

Pero las posturas de Egipto reflejan preocupaciones serias y legítimas. La primera y más importante es el temor a un flujo masivo de refugiados. Una década después del inicio de la guerra civil siria, Egipto sostiene que acoge a nueve millones de refugiados de distintos países, sin que se vislumbre un horizonte de repatriación para la mayoría. Para Egipto, un diluvio de refugiados palestinos no solo plantearía problemas humanitarios y económicos (Egipto atraviesa actualmente una crisis económica devastadora), sino también de seguridad y políticos.

En unas declaraciones inusualmente explícitas, el presidente de Egipto, Abdel Fattah el-Sisi, advirtió este miércoles que el traslado de palestinos al Sinaí convertiría a la península en una plataforma de lanzamiento de ataques contra Israel, lo que provocaría represalias israelíes, desencadenaría una guerra entre ambos países y pondría fin a la paz más duradera entre Israel y cualquier país árabe.

Además, el desplazamiento de refugiados palestinos fuera de Gaza evocaría recuerdos del desplazamiento masivo que acompañó a la creación de Israel en 1948. Egipto teme que tal eventualidad ponga fin a cualquier perspectiva futura de paz palestino-israelí basada en una solución de dos Estados, provocando en su lugar un vacío diplomático e inflamando a la opinión pública árabe.

Esta inquietud está tan extendida y profundamente arraigada en la región que, incluso cuando las víctimas civiles palestinas aumentaron después del 7 de octubre, otros países árabes apoyaron a Egipto en su vehemente oposición a abrir el Sinaí a los refugiados. De hecho, tras concluir una gira por varias capitales árabes, el secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken, declaró a la cadena de televisión Al-Arabiya que “prácticamente todos los líderes con los que he hablado en la región me han dicho que esa idea no es viable, y por tanto no la apoyamos”.

Además, Egipto ha sostenido en privado que el conflicto palestino-israelí es, en última instancia, un problema de Israel, y que este último debería asumir cualquier costo político o territorial de su resolución. Durante el Gobierno de Trump, una propuesta estadounidense de construir infraestructuras en el Sinaí para servir a Gaza fue rechazada rotundamente por El Cairo, parte de los temores egipcios de que una pendiente resbaladiza podría arrastrarlo al conflicto palestino-israelí.

A Egipto también le preocupa que la apertura del paso pueda permitir la entrada de Hamas y sus simpatizantes. Hamas es una rama de los Hermanos Musulmanes, el rival político interno más serio de Sisi. Y Egipto se enfrenta al terror islamista en la península del Sinaí desde la revolución de 2011, que derrocó al régimen de Mubarak.

Por todo ello, poco después de que Hamas tomara el control de Gaza en 2007, Egipto selló la frontera. En 2018, según Human Rights Watch, Egipto había arrasado toda la ciudad de Rafah, en el Sinaí, en el lado egipcio de las fronteras, destruyendo miles de hogares y desplazando a 70.000 personas, para crear una zona de amortiguación de casi kilómetro y medio de ancho para impedir el movimiento de armas y terroristas en túneles entre Egipto y Gaza. Para subrayar el punto, Egipto incluso inundó esos túneles. Dos años más tarde, en 2020, Egipto construyó un muro de concreto armado de seis metros que llega hasta casi cinco metros bajo tierra.

Este muro ha ayudado a garantizar que la guerra en Gaza no se extienda a Egipto. Sin embargo, al igual que otros Estados del Medio Oriente, lo que está ocurriendo en Gaza está repercutiendo dentro de Egipto, donde existe una importante reserva de apoyo a los palestinos. Por primera vez desde la época de Mubarak, el gobierno egipcio ha organizado protestas contra Israel para intentar adelantarse a la opinión pública en el apoyo a los palestinos y controlar mejor las manifestaciones.

El apoyo incondicional de Estados Unidos a Israel, que refleja una política estadounidense arraigada, agudizado aún más por la naturaleza brutal del terror de Hamas y las propias convicciones de Biden al respecto, ha creado inevitablemente tensiones adicionales en el mundo árabe. La opinión de que Estados Unidos es cómplice del sufrimiento humano en Gaza está muy extendida en el mundo árabe, en parte por compasión y en parte por oportunismo político. Esto, naturalmente, complica el compromiso de Egipto con Estados Unidos y ayuda a explicar por qué se canceló la reunión con Biden la semana pasada, después de que circularan informes (posteriormente desmentidos) de que Israel había atacado un hospital en Gaza.

Sin embargo, la delicada forma en que Estados Unidos abordó la cancelación, enmarcándola como una respuesta al período de luto anunciado por los tres países árabes y expresando su solidaridad con las víctimas, ayudó a aliviar la presión sobre Sisi, que habría sido criticado por su gente por aparecer con el presidente de Estados Unidos en momentos de tanta tensión, y sin duda fue una medida apreciada en El Cairo. La posterior política estadounidense, centrada en la entrega de ayuda a Gaza, también señaló el apoyo a la posición de Egipto, ganándose algo de buena voluntad de El Cairo.

Sin embargo, si Washington está comprometido con los objetivos de apoyar a Israel en su campaña para degradar, si no erradicar, a Hamas y, al mismo tiempo, proporcionar ayuda humanitaria crítica a los civiles palestinos, Estados Unidos tendrá que coordinarse con sus aliados árabes. Por razones geográficas, históricas y de peso diplomático, Egipto es la pieza clave.